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El piano: democratizador de la música

El piano: democratizador de la música
Mad hi-Hatter

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Café sonoro

Los orígenes del piano se remontan a los primeros años del siglo XVIII. En el año 1700 aproximadamente, un empleado de Ferdinando de’ Médici, gran príncipe de la Toscana, de nombre Bartolomeo Crisofori —su puesto era el de curador de la colección de instrumentos del acaudalado príncipe—, desarrolló un instrumento de cuerda que, a la manera del clavicordio, estaba provisto de un teclado pero que, a diferencia de éste, contaba con un complicado mecanismo que permitía modular el volumen mediante la presión ejercida en la tecla.

Gracias a ese adelanto tecnológico, los ejecutantes podían elegir entre tocar forte —con alto volumen, lo cual les permitía llenar de sonido un salón para un recital— y, algo que antes era imposible, también tocar piano —con poco volumen, lo que aportaba expresividad. Crisofori llamó a su invento gravicembalo col piano, e forte, o “clavicordio con sonido suave e intenso”. Las primeras piezas compuestas específicamente para este instrumento, de la autoría del italiano Lodovico Giustini, son doce sonatas tituladas Sonate da cimbalo di piano e forte detto volgarmente di martelettiOp.1, publicadas en Florencia en 1732.

Pero, a pesar del avance tecnológico que representaba este abuelo del piano moderno —sin el cual la historia de la música orquestal y popular tendría otro rostro—, el nuevo instrumento no fue muy bien aceptado en su país natal, y fue casi olvidado. Además, el artilugio creado por Cristofori era extremadamente caro: durante gran parte de los siglos XVIII y XIX, los fortepianos solamente podían ser costeados por miembros de la realeza y de la aristocracia, y estaban fuera del alcance de la mayor parte de la sociedad europea.

En aquel entonces, era “bien visto” tener un piano y un maestro de música particular que diera clases de piano a domicilio, particularmente a niños y niñas. Por alguna razón, el piano gozó de enorme popularidad entre las jovencitas pudientes europeas, por lo que una de las cualidades de una “mujer casadera” era la de contar con un par de manos diestras en la interpretación pianística, durante las soirées organizadas para el lucimiento de las señoritas de sociedad. El piano era, entonces, un bastión exclusivo de la aristocracia y las clases altas europeas.

Sin embargo, a mediados del siglo XVIII, el alemán Johannes Zumpe —quien había trabajado con el fabricante de pianos y órganos Gottfried Silbermann y había huido a Inglaterra en la Guerra de los Siete Años (1756-1764)— desarrolló el square piano, un instrumento que, más que cuadrado, era rectangular —pero recibió ese nombre para diferenciarlo de los alargados fortepianos de la época—, que contaba con un teclado de cinco octavas y era ligero, pequeño y de precio accesible. De inmediato, el square piano se hizo muy popular entre las clases medias inglesas y, poco después, entre la burguesía y las clases medias de toda Europa. Con la Revolución Industrial y la aparición de los procesos de producción en línea, fue posible producir centenares de square pianos, así como otros tipos de piano, que incorporaban adelantos tecnológicos como pedales, escapes dobles y cajas con alma de acero, que es un material ligero y fuerte.

Durante gran parte del siglo XIX, y parte del siglo XX, la clase media en Europa y los Estados Unidos se multiplicó y gozó de una mejor posición económica; este crecimiento se reflejó en la importancia social del piano, que se convirtió —como señala el compositor y divulgador musical inglés Howard Goodall—, literalmente, en parte del mobiliario casero. La bonanza económica permitió que en cada casa hubiera un piano en la sala, por lo que muchos virtuosos de la música escribieron libros y publicaron métodos y partituras para aprender a tocar el piano sin necesidad de un maestro, los cuales se vendieron por millones: el piano se había convertido en el “centro de entretenimiento” de la sociedad de finales del siglo XIX.

Muchos años antes del surgimiento de la música grabada, las familias se reunían alrededor de un piano, con sus partituras frescas y recién compradas, a disfrutar de la interpretación de piezas sencillas, las cuales acompañaban con sus cantos —pues el piano siempre ha sido el acompañante ideal para la voz humana. Poco después, el piano se hizo público, salió de las casas y sonó en las escuelas, los hoteles y los bares. Ya no sólo eran los ámbitos familiares los más propicios para su ejecución, sino que bastaba con un piano —y, claro, unas manos hábiles que lo hicieran sonar— para montar comedias musicales o amenizar espectáculos al ritmo de las teclas. La música se había democratizado.

Ya a principios del siglo XX, surgió en los Estados Unidos una cadencia diferente que aprovechaba la síncopa —esto es, el interpretar ciertas notas con cierto adelanto o retraso intencional, fuera del tempo regular— para generar un ánimo festivo y singular. Hablamos del ragtime y de su figura más relevante, Scott Joplin —¿recuerda usted su tonadita “El anfitrión”, que se usa hasta en contestadoras telefónicas?—, quien se valió del piano y de la naciente tecnología fonográfica para llegar a los oídos de millones de personas de todo el mundo. El jazz estaba a la vuelta de la esquina; el rock ‘n’ roll, a tiro de piedra. La industria basada en la música popular había nacido…

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