Desde hace mucho tiempo se ha sugerido que los cuentos de hadas y las historias de la tradición oral esconden ciertas pistas sobre el funcionamiento de nuestra psique. [1] Pero, en otro sentido, se ha sugerido también que los cuentos pueden sanarnos.
Todos nos hemos encontrado alguna vez ante situaciones en las que una parte de nosotros quiere tomar un rumbo de acción y otra parte, otra ruta; como si escucháramos por un lado a nuestro angelito y por otro, a nuestro diablito. Este proceso de disociación nos acompaña a lo largo de nuestra vida y es importante comprenderlo, para lo cual podríamos recurrir a la famosa historia de Caperucita Roja. El Lobo Feroz podría representar una faceta de la Abuelita, y la enseñanza escondida en la historia sería que, en realidad, ambos conforman una misma entidad, aunque en el nivel de la interpretación del cuento se disocien con fines meramente ilustrativos —la Abuelita como Abuelita es el lado tierno, gentil y protector, mientras la Abuelita como Lobo Feroz es el lado duro y estricto que reprende e impone orden.
Ya instalándonos en este punto de vista que explota el poder terapéutico de los cuentos, encontramos el libro de Bruno Bettelheim, Psicoanálisis de los cuentos de hadas, en el que el autor recalca que este tipo de historias no sólo nos ayudan a aprender sobre nuestra psique, sino también sobre cómo superar dificultades. Esto se vuelve patente al considerar que los cuentos, según Bettelheim, constituyen uno de los vehículos mediante los cuales el niño obtiene herramientas para ordenar un mundo que, en muchas ocasiones, lo desconcierta; así, todo cuento es como un mapa con rutas para llegar al tesoro —el cual puede nombrarse de múltiples maneras: satisfacción, amor, felicidad, libertad, equilibrio, maduración, sabiduría—, señalamientos sobre las dificultades —ogros, brujas, gigantes— e indicaciones para sortearlas —espadas, pócimas, amuletos.
Por otro lado, el psicólogo español Antonio Lorenzo Hernández Pallarés acuñó el término “cuentoterapia” en 2002. Para Pallarés, el cuento es un tipo de sabiduría que contiene conocimiento técnico y artístico y, para acceder a él, es necesario conocer los arquetipos que contiene. Así, los cuentos no son sólo para niños; el asunto del cuento se relaciona, más bien, con adentrarse en el inconsciente para encontrar soluciones a nuestros problemas vitales.
Consideremos como ejemplo a la madrastra de Cenicienta, quien, por un tiempo, consigue arrebatarle a su hijastra lo que le correspondía legítimamente, pero al final la justicia triunfa y la madrastra pierde lo que se había apropiado por la fuerza. El cuento, según lecturas como la de Hernández Pallarés, no es valioso por la educación moral que inculca, sino por ilustrar las consecuencias provocadas por ciertos comportamientos y no por otros. En palabras de Bettelheim: “El hecho de que al final venza la virtud tampoco es lo que provoca la moralidad, sino que el héroe es mucho más atractivo para el niño, que se identifica con él en las batallas”.
La cuentoterapia, además, ha elaborado sus propias clasificaciones de cuentos; por ejemplo, según Pallarés, pueden identificarse estos tres tipos de cuentos: cuentos emosémicos, que están enfocados en producir emociones; cuentos monosémicos, orientados a educar o ilustrar sobre un solo aspecto —por ejemplo, la moraleja del cuento original de Perrault en “Caperucita Roja” advierte sobre los peligros de hablar con extraños—; y cuentos polisémicos, susceptibles de muchas interpretaciones.
Por otra parte, cada cuento se analiza en dos niveles. El primero es el interpersonal o interpsíquico; desde este punto de vista, se asume que cada personaje tiene el potencial de reflejar nuestras propias relaciones personales. El segundo es el intrapersonal o intrapsíquico, cuyo énfasis se pone en el hecho de que todos los personajes, tomados como símbolos, poseen diferentes aspectos de nosotros mismos.
El acento en el símbolo es muy importante. Todos los cuentos nos presentan una serie de símbolos, donde cada uno tiene un significado que confiere al cuento un sentido general. El fin último de la cuentoterapia sería aprender a decodificar el lenguaje simbólico de los cuentos en general. Y aquí radica la importancia de vincular los cuentos con la formación infantil, pues, como sabemos gracias a Piaget, la función simbólica se desarrolla en la psique desde los dos hasta los siete años de edad, más o menos.
Susan Perrow, autora del libro Cuentos sanadores, afirma que los cuentos abren mundos y tienen el poder de sanar heridas, porque siempre exponen un problema fundamentalmente existencial; y no hay mejor herramienta que los símbolos para exponer aspectos fundamentales de nuestra experiencia humana.
Todas esas historias que se han ido modificando a través del tiempo y que han ido pasando a través de distintas generaciones, guardan sabiduría gracias a su lenguaje simbólico, que va más allá de las palabras. Lo que debemos hacer es interpretarlo.
[1] El lector interesado podría consultar los trabajos de Joseph Campbell, o los análisis del mito de Levi-Strauss, o quizá, incluso, las morfologías de Propp.