El qué dirán es lo contrario a la libertad; un hilo invisible de prejuicios e hipocresía nos envuelve y nos inmoviliza cuando el qué dirán mete la cuchara en nuestras vidas. Desafiarlo nos hace rebeldes, inadaptados, ridículos, inmaduros.
No te pongas sombrero, que más que quitártelo el viento te lo quita el qué dirán.
Que la falda más corta te la alarga el qué dirán.
Que los labios tan rojos te los despinta el qué dirán.
Que el escote tan profundo,
que los besos en la calle,
que las ventanas abiertas,
lo tapa, los censura, las clausura el qué dirán.
Imagínatelo. Es alto, delgado y de andar silencioso; tiene la mirada alerta, el oído presto, la boca cerrada. Toma nota en una pequeña libreta sin cesar y trata de mimetizarse con el paisaje; usa colores grises y tenues; de su cuello cuelgan un silbato, unos binoculares y un crucifijo. No es una mujer como todos creen, es un hombre anodino pero peligroso, punzante como cuchillo, sigiloso, callado. Nada se le escapa y él es quien dicta las normas, reglamenta horarios, censura noticias, clausura espacios; pone rejas en las plazas, en las casas, en las estatuas; pinta prolijos carteles: Prohibido pisar el césped; Prohibido tocar, sacar fotos, hablar en voz alta, reír a carcajadas. Es amigo del buen gusto de la gente decente, de los unos y no de los otros. Y nosotros somos los otros para el qué dirán.
No acepta las mezclas, las divergencias, las diversidades. Todo debe ser homogéneo, homofóbico y tranquilizador. No se altere, no discuta, no debata, no investigue, no descubra, no encuentre que no hay nada nuevo bajo el sol del qué dirán. Todo brilla bajo una misma luz porque no nos gustan las sombras, lo oscuro, lo íntimo, lo privado, lo que oculta, lo que sueña, lo que desea, dice el qué dirán. Sus deseos, transparentes; sus sueños, estándar; sus pensamientos, coherentes; sus actos, formales, dictamina el qué dirán.
Se dice de mí es la letra de un tango:
Se dice que soy fiera,
que camino a lo malevo,
que soy chueca y que me muevo
con un aire compadrón,
que parezco Leguisamo,
mi nariz es puntiaguda,
la figura no me ayuda
y mi boca es un buzón.
Allí, el qué dirán es crítica permanente pero también ocultamiento. ¿Y qué se oculta?:
Y ocultan de mí…
ocultan que yo tengo
unos ojos soñadores,
además otros primores
que producen sensación.
Si soy fiera sé que, en cambio,
tengo un cutis de muñeca,
los que dicen que soy chueca
no me han visto en camisón.
El qué dirán, como ciertos refranes, ciertas frases hechas, cierto sentido común, cierto imaginario, se agazapa en las sombras y hace visible lo más conservador, tradicional y rancio de la ideología dominante, y oculta aquello que tiene que ver con nuestros sueños, nuestros ideales, nuestros deseos.
Digamos entonces “Nunca más al qué dirán”; escribamos un manifiesto en su contra; desterrémoslo de nuestras mentes; que ya no frene, ni presione, ni controle nuestras vidas.
Ya en la literatura, desde Romeo y Julieta hasta Bernarda Alba, los amores, los dolores y las muertes están teñidos del qué dirán y, si no fuera por él, el drama no tejería estas telarañas que terminan atrapando hasta al más rebelde, al más apasionado. El qué dirán es un veneno que corre silencioso, murmurando en los oídos de los más puros. El qué dirán transforma toda pasión en pecado. Y todo pecado se condena, se castiga, se muestra. Pertenece al otro y no a nosotros, los que seguimos las reglas y los preceptos de la gente decente, asegura el hombrecito de traje gris.
Por eso dicen que Bernarda, en la obra de Federico García Lorca, cierra el drama con una palabra: “Silencio”. Todo está bien mientras guardemos las apariencias y ocultemos la verdad, nuestra verdad. A ello debemos responder con la palabra.
¿Qué diría el qué dirán si nosotros comenzamos a romper ese silencio, a adueñarnos de las palabras, y a construir nuestro propio decir?