Hay gente que nace con buena estrella. Tocadas con un carisma especial —muchas veces, desde la infancia—, estas personas talentosas suelen acaparar la atención, las miradas, los aplausos, las cámaras o, en estos tiempos digitales, los likes y los followers, y alcanzan el estrellato. En el caso del rock, hay cierta clase de individuos que, aunque pudieron haber brillado igual que sus colegas rockstars, permanecieron detrás del telón, en la penumbra o el anonimato: hablamos de talentos ocultos que fueron parte indispensable de bandas mundialmente famosas, pero jamás compartieron su fama.
El Rolling Stone olvidado
Empecemos con el caso de Sus Satánicas Majestades. A lo largo de su historia, que comprende desde 1962 a la fecha, The Rolling Stones han mantenido una alineación de cinco integrantes —voz, dos guitarras, bajo y batería—, de cuyos miembros originales sólo sobreviven dos: el cantante Mick Jagger y el guitarrista Keith Richards; el eterno baterista, Charlie Watts, falleció en 2021; el bajista Bill Wyman dejó la banda en 1993 y la otra posición ha sido ocupada, sucesivamente, por Brian Jones, Mick Taylor y Ron Wood. Pero hubo un sexto miembro que no pudo seguir siendo piedra rodante… por feo.
Ian Stewart (1938-85), también conocido como “Stu”, fue un tecladista inglés que tiene el honor de haber sido uno de los miembros originales de los Rolling Stones, donde llegó tras responder al anuncio de una revista en el que Brian Jones solicitaba músicos para formar una banda. Stewart tocó con los recién nacidos Stones desde 1962 hasta 1963, cuando el nuevo manager Andrew Loog Oldham sentenció que la corpulencia, la apariencia aseñorada y la cuadrada mandíbula de “Stu” no venían bien a la imagen del grupo, por lo que fue relegado a músico de estudio y a las funciones de road manager. Aun así, Stewart permaneció fiel a los Stones y participó en las grabaciones de algunos de los álbumes más relevantes hasta su súbita muerte en 1985, cuando sufrió un infarto en un hospital mientras esperaba para ser atendido.
Ian Stewart.
El visionario de Pink Floyd
A mediados de la década de 1960, Pink Floyd era un cuarteto de jóvenes londinenses estudiantes de artes y arquitectura: Syd Barrett, letrista, compositor principal, frontman, cantante y guitarrista; Roger Waters, en el bajo; Rick Wright en los teclados y Nick Mason tocaba la batería; tras la salida de su primer álbum, la mente de Barrett se deterioró y fue incapaz de cumplir con los compromisos de la banda, por lo que fue reemplazado con el guitarrista David Gilmour. Waters se separó en 1983 y Wright murió en 2008, pero desde sus inicios siempre hubo un “quinto elemento” cuya participación resultó crucial para el éxito de Pink Floyd y que, aunque no tocaba ningún instrumento musical en la banda, dotó a los álbumes con una identidad inconfundible. Me refiero al diseñador gráfico y director audiovisual Storm Thorgerson (1944-2013), quien es responsable de diseñar las portadas de todos los discos de Floyd, exceptuando el primero y el último. De pequeño, Storm iba a la misma escuela que Barrett y Waters, y era amigo cercano de Gilmour; después, al egresar del prestigioso Royal College of Art fundó el despacho Hipgnosis, donde de 1968 a 1983 creó artes inolvidables para álbumes de algunas de las bandas de rock más prominentes de su tiempo.
Storm Thorgerson
Así, Thorgerson es la mente maestra detrás de imágenes emblemáticas que forman parte de la iconografía y del legado artístico de Pink Floyd, como “la vaca” de Atom Heart Mother (1970), “el arcoíris” de The Dark Side of the Moon (1973) y “el cerdo volador” de Animals (1977). Y es que el arte de la banda no consiste de sólo sonidos: también están las palabras, las ideas y, desde luego, las imágenes de este genio que perdió su batalla contra el cáncer a los sesenta y nueve años.
El quinto Beatle
En un episodio de Los Simpson, el comerciante indio Apu relata haber conocido a Paul McCartney cuando el cuarteto Liverpool pasó un tiempo en la India, y afirma que en aquel entonces se le conocía como “el quinto Beatle”. Desde luego, Apu exageraba, pero la anécdota sirve de pretexto para referirnos a esta denominación cuasirreligiosa para los millones de fans de The Beatles, que deriva de la idea de un genio o un talento adicional a la “Santísima Cuatrinidad” formada por Paul, John Lennon, George Harrison y Ringo Starr.
Varios hombres han ostentado este marbete —y no, Apu no es uno de ellos—; de entrada, está Stuart Sutcliffe (1940-62), un talentoso y bien parecido poeta, pintor y músico escocés que fue el bajista original de The Beatles, amigo íntimo de Lennon y que, junto con éste, ideó el nombre de la banda. También están su primer baterista, Pete Best (1941- ); Brian Epstein (1934-67), quien fungía como representante de la banda; sir George Martin (1926-2016), productor de sus discos y una especie de “figura paterna” para los entonces veinteañeros; y, por último, el tecladista estadounidense Billy Preston (1946-2006), quien tocó el piano eléctrico y el órgano en las históricas sesiones del álbum Let It Be y fue la única persona en compartir créditos con los Beatles en el sencillo “Get Back”. Tú, ¿a quién le concederías el título?
Stuart Sutcliffe
El golpeador de Led Zeppelin
En la cima de las listas de artistas con mayores ventas de discos de todos los tiempos —tan sólo detrás del monarca indiscutible, The Beatles, y de su reina, Queen—, el tercer sitio lo ocupa Led Zeppelin. Para muchos, su canción “Stairway to Heaven” es uno de los himnos del rock; pero, aunada a la genialidad del vocalista Robert Plant, de Jimmy Page en la guitarra, de John Paul Jones tocando el bajo y los teclados, y del malogrado John Bonham en la percusión, hubo una persona que hizo posible el éxito desbordado del cuarteto.
Peter Grant
Se trata de Peter Grant (1935-1995). En su juventud, sus casi dos metros de estatura y ciento cincuenta kilos de peso, aunados a su mala pinta, le valieron trabajar como sacaborrachos en bares y como actor —interpretaba luchadores—; después, ingresó al mundo del entretenimiento y acabó siendo el representante de Led Zeppelin. De aspecto temible, los biógrafos de la banda afirman que su actitud intimidante, su inflexible estilo de negociación, su astucia y su avidez por el dinero fueron ingredientes clave en el meteórico ascenso del zepelín de plomo, hasta su inevitable colapso en 1980, cuando el incontenible Bonham falleció a consecuencia de una congestión alcohólica. El propio Grant lo seguiría quince años más tarde, recién cumplidos los sesenta y tras una vida marcada por la obesidad, la violencia, la adicción a la cocaína y otros excesos.