Mi experiencia con el reiki comenzó cuando tenía alrededor de siete años, cuando mi madre sobaba mi estomago con sus manos para evitarme el vómito después de un malestar estomacal, algo que después aprendí a hacer por imitación y continuó durante toda mi adolescencia. Cabe mencionar que mi madre y yo no tenemos ascendencia asiática ni habíamos tenido contacto alguno con esta terapia que, a través de las palmas de las manos, transfiere energía vital hacia la persona que busca una curación emocional o física.
El reiki tradicional fue descubierto por casualidad en 1922 por el budista japonés Mikao Usui durante el satori, que es un estado de iluminación y plenitud que se obtiene mediante la meditación. Usui empezó a enseñar esta técnica de sanación a sus alumnos y así fue como comenzó la primera sociedad de aprendizaje del método curativo Usui Reiki.
La técnica se propagó rápidamente y actualmente tiene muchos apellidos: reiki kundalini, reiki tibetano o reiki egipcio, entre otros. Para sorpresa de muchos, el objetivo de todas estas variantes no es la curación de enfermedades físicas: según sus practicantes, su propósito es cultivar el corazón para mantener el cuerpo sano a través del poder misterioso del universo.
Mi primera incursión en esta disciplina fue en un curso de reiki kundalini, fundado por Ole Gabrielsen, un maestro de meditación. Yo sufría un par de enfermedades y llegué al reiki para apoyar mi tratamiento médico y como una alternativa de auto sanación. Como muchos, tenía la esperanza de encontrar algún tipo de alivio, pero a la vez estaba escéptica; al final, pensé que en el peor de los casos encontraría un momento recreativo y podría hacer nuevos amigos, así que decidí darle una oportunidad.
El curso comenzó como cualquier otro, conociéndonos un poco, exponiendo los motivos de estar ahí y los resultados que esperábamos obtener. El maestro explicó que, para utilizar el flujo energético del universo, había que entender cómo es que este canal energético existe dentro de nosotros.
Según la creencia hindú, el cuerpo humano cuenta con siete centros de energía llamados chakras, los cuales corren verticalmente a través del cuerpo, cada uno con su propósito específico. Éstos pueden ser activados a través de varias prácticas del yoga, meditativas o por medio del reiki.
El instructor nos habló acerca de los bloqueos energéticos y, después, incursionamos en nuestra primera meditación grupal, ya que es necesaria la introspección para activar el canal dentro de nosotros que nos permite usar la energía del universo. En este caso, nos apoyamos con el sonido de los cuencos y dirigiéndonos hacia el interior y hacia el pasado, pues en el hinduismo la reencarnación es un motivo de aprendizaje.
Unos días después de inscribirme al curso, yo había tenido un sueño tan vívido y particular que, cuando desperté, sentí la necesidad de escribirlo en una libreta. El día del curso, durante mi regresión a vidas pasadas, me encontré reviviendo ese mismo sueño. Intrigada, le pregunté al maestro si mi mente había hecho la relación o si se trataba de un presagio, a lo que él me contestó: “Todo tiene relación; una vez tomada la decisión de comenzar a trazar el camino espiritual, verás muchas más sincronicidades”.
Al inicio de la segunda etapa de aprendizaje, hicimos otra meditación grupal: una regresión al nacimiento, al momento justo del parto, que es un momento impactante para el bebé y para la madre. El maestro nos comentó que es importante comprender qué sucedía a nuestro alrededor al momento de nacer.
Una vez más, tuve una regresión y pude ver claramente el rostro de mi madre, pude percibir su sentir y su pensar, y conectar conmigo misma en ese momento. Mi cuerpo parecía recordar lo que sucedió: un parto difícil y traumático para mi madre y un nacimiento difícil para mí.
Para la tercera etapa, el curso está completado. Fuimos proclamados maestros reiki, cada uno con su estilo al mover las manos, pero todos con la misma intención: curar a través de la energía, enfocarla en la sanación de otros y de uno mismo, y utilizarla para el bien de todos.
Desde mi punto de vista, esta experiencia no me otorgó salud física como tal —aunque esto sí es posible—, sino una llave para abrir una puerta que me llevó a otras miles de puertas, y eso es el camino espiritual. Una vez que encuentras esa llave, no queda más que cruzar la puerta y seguir avanzando, porque la verdad, la plenitud, la paz, la salud y la felicidad sólo se encuentran ahí.
Nada es coincidencia, todo es sincronicidad. Aprende a escuchar y a observar, porque siempre se nos está invitando a entrar…