Detrás del hollín y de los harapos se encuentra Cenicienta, una muchacha bella y bondadosa que desea ir al baile, dar vueltas en un precioso vestido y descubrirse digna de un príncipe azul. El relato puede contarse eternamente, y la razón no consiste en que a todos nos guste ver una y otra vez cómo deja la zapatilla olvidada en la escalera.
El de Cenicienta es uno de los llamados “cuentos populares”, pues la autoría del inmemorial relato se atribuye al pueblo. A principios del siglo XVII, durante el Romanticismo, cuando los hermanos Grimm recuperaron esta historia de la tradición oral, no lo hicieron con el afán de reclamarlo para sí, sino para registrarlo y reconocer constantemente el ingenio popular. Sin embargo, antes que los Grimm, hubo otros escritores que se sirvieron de ella para hacer sus cuentos; tal es el caso de Basile, entre los años 1634 y 1636, y de Charles Perrault, en 1697. Y aunque en cada versión el cuento se hace nuevo, mantienen una fidelidad al original que permite reconocerlo.
Desde su origen, “La Cenicienta” se ha contado de maneras diversas, pero manteniendo aquello que lo hace ser ese cuento en particular. Incluso cuando se pasa de la literatura al cine o a la televisión, persisten características esenciales que dan forma a una narrativa que vuelve a gustar: el relato no depende del hada madrina, ni del baile, tampoco de la zapatilla de cristal; de ser así, la narración carecería de plasticidad y se contaría del mismo modo cada vez. Los ingredientes esenciales a los que se hace referencia pueden reducirse a dos: “…La virtud abre todas las puertas […]; y se necesitan padrinos y su apoyo”. [1]
Siempre que un lector o espectador encuentre en una narrativa a un personaje principal virtuoso, pero que necesita a un guía, un maestro o un hada madrina para sacar a lucir sus cualidades, puede estar seguro de que se encuentra frente a una de las muchas versiones de ‟La Cenicienta”. En la versión de los hermanos Grimm es fácil encontrar el acento en la bondad de Cenicienta, que queda manifiesta en una petición explícita por parte de su madre antes de morir: “Querida hijita, sé buena y piadosa…”. [2] Por su parte, en la versión de Basile ella es buena por ser noble. En la tan conocida película animada de Walt Disney de 1950, el narrador del principio asegura que Cenicienta se mantuvo buena pese al maltrato por parte de su madrastra y sus hermanastras. Por otro lado, Tres nueces para Cenicienta (1973), de los estudios checos Barrandov, retrata a una heroína ligeramente rebelde, pero su generosidad trasluce en su trato a los animales y otros sirvientes. Y en la adaptación de 2015 de Disney, la antes citada fórmula de los hermanos Grimm se reproduce: Cenicienta ha de ser “valiente y bondadosa”.
En estos casos, aunque el cuento fue adaptado al cine con algunas modificaciones, aún están presentes elementos como el baile, el vestido y el encuentro con el príncipe. No así en Rocky (1976) —donde la bondad también se usa como principal característica en la construcción del protagonista—, que también es una película basada en “La Cenicienta”: pasar de golpear para cobrar dinero a ganar limpiamente boxeando arriba de un ring demuestra que el personaje tiene lo necesario para ser algo honorable, mientras se consolida una naturaleza benevolente que pasaba inadvertida detrás de los harapos y el hollín. El caso se repite en 1984 con Karate Kid, donde Mr. Miyagi le enseña karate a Daniel-san por la clara razón de que no lo quiere para pelear.
Rocky y Daniel no están hechos para las peleas callejeras porque son virtuosos; Mickey y Mr. Miyagi ejecutan las funciones propias de un “hada madrina” al ser quienes los tallan, desbastan y abrillantan. Queda claro que los primeros no son niñas oprimidas por sus madrastras, y que los segundos no usan magia como en los cuentos y las películas de Disney, pero cumplen con las únicas dos condiciones fundamentales de la historia: son personajes bondadosos que requieren la ayuda de sus padrinos.
Estos casos de filmes en los que el protagonista aprende a pelear respetuosamente son un claro ejemplo de la versatilidad de “La Cenicienta”. En lo que respecta a la televisión, el relato se repite muchas más veces de las que podemos contar conscientemente. Una ocasión en la que el cuento volvió a hacer boom fue con la telenovela colombiana Betty la Fea (1999-2001), la cual no solamente fue transmitida en su país de origen, sino que fue adaptada en 2006 a La fea más bella en México, y a Ugly Betty en los Estados Unidos.
Las protagonistas de estas historias son talentosas pero menospreciadas por su apariencia; en un punto, el objeto de su interés amoroso les presta atención por lo que son y, sin embargo, no logran estar a su lado hasta que pasan por un cambio de imagen mágicamente patrocinado por sus amigos. Esto las convierte en mujeres más seguras, pues constantemente se hace énfasis en que una vez que llevan ropa linda y dejan de usar lentes, se ven como son en su interior.
El cambio de imagen encanta a las audiencias tanto como el momento en el que, al son de “Bibidi babidi bú”, Cenicienta pasa de los harapos al encantador vestido y zapatillas de cristal. En la televisión, reality shows como No Te lo Pongas (2003-2013) y Cámbiame el Look (2004-2012) están construidos a partir del apadrinamiento de la Cenicienta. Con la asesoría de expertos en imagen y la nominación de los amigos se logra lo mismo que con las palabras mágicas; por su parte, los presentadores de estos programas constantemente dicen cosas como: “Queremos mostrarle al mundo la maravillosa persona que eres” o “Con toda esa ropa holgada no podemos ver que eres inteligente, talentosa y bonita”. Dichos shows intentan demostrar que no cambian a la persona, sino que sacan lo que se escondía detrás de los harapos: una persona virtuosa.
Películas de cambio de look como El diario de la princesa (2001) o The Duff (2015) también cumplen con las condiciones de estos realities y, por tanto, de la Cenicienta. Después de que la protagonista adquiere la nueva imagen, consigue tener éxito, pero no pierde las cualidades iniciales que la hacían auténtica ni su bondad sustancial. De nuevo, no se trató de crear a alguien de la nada, sino de apadrinar a alguien para que vaya al baile.
Así pues, “La Cenicienta” no es un relato centrado en cómo la niña que dormía junto a la chimenea se hizo de lindas prendas para ir al baile y conseguir así un príncipe de verdad. Los dos principios constitutivos del cuento permiten que sea llevado hacia nuevas formas que sean del gusto del público, ya que, si bien resulta encantador ver a una chica transformada en princesa gracias al toque de una varita mágica, es más apasionante ver a Rocky entrenar para ser el nuevo campeón.
[1] Grugger, H. (2014). La Cenicienta intertextual y transmedia: acerca del sujeto y la autoría del cuento de hadas. En I. H. Llamas, Los Hermanos Grimm en contexto, reescritura e interpretación de un legado universal (págs. 259-270). Madrid, editorial Síntesis.
[2] Grimm, J. y W. (2015). Cuentos Completos 1. Madrid, editorial Alianza.