El Yo, ¿es una ilusión?

El Yo, ¿es una ilusión?
Luisa Armendáriz

Luisa Armendáriz Medina

Para empezar a contestar esta interrogante —quizás una de las más trascendentes que nos podemos formular—, primero hay que preguntarnos qué es el Yo. Y al respecto, se podría decir que el Yo es un constructo hecho de una multitud de pensamientos, ideas, hábitos, aficiones y hasta adicciones; es la idea que hemos creado acerca de nosotros mismos y con la que nos identificamos, lo que aceptamos y no aceptamos de nosotros mimos, lo que nos gusta y disgusta del mundo.

Empezamos a formar el Yo desde muy temprana edad. Antes de este proceso, estábamos en una especie de estado de inocencia: nos sentíamos y estábamos unidos al todo, no teníamos una idea del Yo y no nos identificábamos con una identidad construida sobre nosotros. Esta información que empezamos a codificar desde pequeños —a la que se le llama “personalidad” o “comportamiento aprendido”— proviene de la cultura y del entorno, y poco a poco se instala en nuestra mente, conformando nuestro sistema de creencias.

Al abandonar poco a poco dicho estado de inocencia de la niñez, la mente se va contaminando, acumulando ideas que no siempre la llevan a un estado de bienestar. Esto sucede porque no tenemos otro punto de referencia con el cual confrontar las creencias impuestas por nuestro entorno y, de este modo, damos por cierta toda la información que recibimos desde la infancia.

Entonces, la información, las creencias sobre nosotros mismos y la identificación con esa identidad conforma lo que llamamos el Yo —también podríamos llamarlo Ego—, que por lo tanto consiste en una ilusión, pues lo creamos al llegar aquí a la Tierra, pero creemos con convicción que eso somos y estamos identificados con él.

...la información, las creencias sobre nosotros mismos y la identificación con esa identidad conforma lo que llamamos el Yo...

Abrazar esta creencia implica que nuestra personalidad y conducta estén sujetas a una dependencia total de nuestro entorno; esto nos hace vulnerables, susceptibles y manipulables, ya que permitimos que otras personas y situaciones externas nos afecten, y esto se refleja en nuestra vida emocional.

A todos nos enseñaron que las demás personas y el mundo debían ser de cierta manera, y eso genera gran parte de nuestro sufrimiento como adultos: nos sentimos mal cuando no comprendemos o aceptamos algo, y nos sentimos bien cuando algo encaja con nuestras creencias. Así, somos muy vulnerables debido a este sistema mental que tiene como basamento la ilusión del Yo.

Por dicha razón nos resulta inaceptable creer que estamos en un constante cambio y que eso produce perspectivas distintas en nuestra vida; nos encasillamos en una forma de ser, en nuestro Yo que llamamos “personalidad” y que, al permitir que nos defina, impide un avance evolutivo de nuestro ser.

Desde el punto de vista espiritual, nuestro cuerpo es sólo el vehículo que nos lleva de viaje a través del mundo físico, pero si exageramos nuestra atención en él, encontraremos dificultades en los cambios y las transiciones que experimentamos en la vida. Por eso es esencial entender que no somos nuestro cuerpo, ni nuestro nombre, ni nuestras creencias, emociones, logros o posesiones.

...es esencial entender que no somos nuestro cuerpo, ni nuestro nombre, ni nuestras creencias, emociones, logros o posesiones...

Descubrimos nuestro auténtico Yo cuando, estando en silencio y dentro de nosotros, observando todo lo que nos rodea, nos hacemos conscientes de la ilusión que nos lleva a proteger las cosas que creemos poseer y de los intentos del ego por controlar el mundo físico. Al identificarnos con el Yo real, no nos vemos afectados por nuestro aspecto o por la pérdida del estatus, pues entendemos que todo lo que somos es temporal.

Al no temer la pérdida, nos preocupamos mucho menos por el futuro, entendiendo que nada nos puede dañar en realidad y que el Yo trasciende a los pensamientos, que no son sino información que circula en nuestro cerebro a través de unas células nerviosas llamadas neuronas.

Pero, si no somos nuestros pensamientos, ¿cómo podemos observarlos y darnos cuenta de que son una energía cambiante que depende de nuestra percepción? Una alternativa es la práctica constante de algún tipo de meditación que nos ayude a detener el incesante diálogo interno. Así, podremos aprender a ver de nuevo al mundo con inocencia y, quizás, una energía distinta vendrá a nuestro ser al dejar de aferrarnos a la definición de un Yo que está en un constante cambio.

Ojalá que estos breves párrafos te animen a explorar otras maneras de librarte de la ilusión del ego y a encontrarte con tu verdadero Yo. Quisiera terminar con una frase del libro Un curso de milagros: “Lo que sufre no forma parte de mí”. Atendiendo a esto, cuando estés recorriendo tu camino espiritual, no juzgues tus pensamientos: sólo obsérvalos…

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