Emanuel Swedenborg: el científico que hablaba con los espíritus

Emanuel Swedenborg: el científico que hablaba con los espíritus
Ana Pazos

Ana Pazos

Personas que inspiran

Escuché su nombre mientras veía un documental acerca de experiencias cercanas a la muerte. ‟La mayoría de las personas que lograron volver a sus cuerpos describieron una luz cegadora y un lugar paradisíaco, en el que pudieron reunirse con sus seres queridos que habían fallecido previamente. Estos elementos coinciden con las ideas de Emanuel Swedenborg, el científico que, en el siglo XVIII, dijo haberse tomado una taza de té con Dios en persona…”, decía la voz en off, al tiempo que un retrato del susodicho flotaba entre nubes anaranjadas. En su apellido estaba contenido su lugar de nacimiento, por lo que me resultó difícil olvidarlo, así que me propuse investigar quién era ese tal Swedenborg.

Al comenzar a leer sobre su vida y obra, quedé francamente sorprendida. El científico y teólogo nacido en Estocolmo en 1688 —lejos de tener el perfil de un charlatán— había sido un hombre en verdad interesante. A los veintiún años de edad, se graduó en teología, fue consejero del rey Carlos XI de Suecia, así como profesor en la Universidad de Uppsala. Antes de cumplir los treinta, decidió ofrecer todo su fervor a las ciencias naturales y la ingeniería; durante esta etapa, fundó el primer periódico científico de su país e introdujo los primeros libros de cálculo y álgebra suecos; también proyectó un molino de rodillos para producir acero, un aparato para mejorar la audición y la presa más grande de su tiempo, aunque el rey de todos sus inventos —el cual sobrevive como un bosquejo publicado en 1716— es una máquina voladora, la primera en contener principios aerodinámicos en su diseño.

Máquina voladora de Emanuel Swedenborg (1716)

Lo anterior apenas constituye el comienzo, pues Swedenborg se propuso abarcar todas las áreas de la ciencia. Escribió libros sobre astronomía, matemáticas, anatomía, psiquiatría, mineralogía, química y física. En algunos de ellos sembró verdades que sólo el tiempo podría constatar, como la existencia de células nerviosas capaces de intercomunicarse —el descubrimiento oficial de las funciones neuronales se atribuye al médico español Santiago Ramón y Cajal, quien vivió a fines del siglo XIX y principios del XX— y la idea de que nuestra galaxia es una entre miles de islas estelares que, a su vez, forman parte de un gran archipiélago titilante y misterioso…

Hasta aquí podría decirse que nos encontramos frente a una especie de Da Vinci sueco pero, hacia la mitad de su vida, Swedenborg tuvo una serie de experiencias que lo harían abandonar su prominente carrera para adentrarse en un mundo que, según la mayor parte de la comunidad científica, no existe.

Revelaciones

La vocación espiritual nunca dejó de palpitar en el corazón de Emanuel Swedenborg. Durante sus viajes por las capitales europeas, al mirar las catedrales recortadas contra cielos luminosos o nocturnos que se extendían hasta el infinito, se preguntaba sobre la existencia del alma. Empezó buscándola en el cerebro, que estudió minuciosamente, sin encontrar ninguna sustancia etérea —aunque en el camino desveló algunos de los misterios del cerebelo y la glándula pineal. Sus siguientes pasos lo condujeron a una biblioteca de lo oculto, donde aprendió diferentes técnicas de meditación, a través de las cuales logró alcanzar un estado alterado de conciencia en el que tenía alucinaciones hipnagógicas como las que preceden a las primeras fases del sueño.

Mucho antes de que Freud dijera que ‟La interpretación del sueño es la vía regia hacia el conocimiento de lo inconsciente”, Swedenborg llevó un diario de sueños en el que incorporó un extenso análisis simbólico, y concluyó que todos los símbolos religiosos de la Antigüedad, la mitología o la alquimia son reflejos de la existencia del mundo espiritual que representan, el cual es un espejo de las profundidades de la psique.

Inmerso en estas aguas, el seis de abril de 1744, tuvo una visión de Cristo, quien le pidió que abandonara su trabajo científico y se dedicara a encontrar el verdadero significado de las Santas Escrituras. Para ello, Swedenborg confeccionó un sistema de interpretación simbólica al que bautizó como ‟correspondencias”, mediante el cual pretendía demostrar la relación entre dos niveles de realidad expresados en la Biblia: el humano y el espiritual —la luz, por ejemplo, correspondía a la sabiduría porque ilumina la mente del hombre. En palabras del sueco: ‟Todo en el mundo material es un efecto. Y las causas de todos los efectos residen en el mundo espiritual”; idea que, sin lugar a dudas, tiene influencia platónica.

Desde entonces, las visiones se sucedieron una tras otra, mientras Swedenborg experimentaba un ‟estado de conciencia dual”, en el que podía percibir tanto el mundo material como el de los espíritus. A continuación, y con unas cuantas pinceladas, intentaré plasmar la teología revelada a este hombre, la cual influiría a figuras como Johann Wolfgang von Goethe.

Cielo e Infierno

A lo largo de las obras que publicó durante las últimas dos décadas de su vida —entre las que destacan Arcana Cœlestia (1749-1756), escrita en ocho volúmenes y traducida al inglés como Heavenly Mysteries; y De Caelo et Ejus Mirabilibus et de Inferno (1758), mejor conocida como Heaven and Hell—, Emanuel Swedenborg relata las experiencias que vivió durante sus incontables viajes al mundo espiritual, aunadas a las conversaciones que decía tener con Dios, los ángeles y personajes bíblicos como Moisés y Salomón.

Para empezar, el dios que reina en el universo de Swedenborg es el cristiano; sin embargo, en el primer capítulo de Heaven and Hell aclara que, según los ángeles: ‟En el cielo es imposible dividir lo divino en tres, porque ellos saben y perciben que lo divino es Uno, y este Uno es el Señor”. De modo que Dios es una sola persona: Jesucristo.

Ahora imaginemos a toda la existencia representada en un lienzo dividido en esferas concéntricas: la más externa, que casi roza el perímetro de la tela, simboliza a Dios —quien tiene el máximo nivel de realidad y perfección—, y las esferas interiores —correspondientes a los cielos, el mundo de los espíritus, el infierno y el mundo material— presentan un grado de perfección cada vez menor conforme se van acercando al centro: el denso mundo de los humanos.

Los seres humanos no mueren, sino que experimentan un "renacimiento" o "regeneración" según Swedenborg

Los seres humanos, por su parte, no mueren, sino que experimentan una transformación espiritual que Swedenborg llamó ‟renacimiento” o ‟regeneración”. Después de la muerte física, el espíritu se desprende del cuerpo y realiza un viaje sin retorno hacia un mundo similar a la Tierra, pero de colores más luminosos, adiamantados, donde el sufrimiento no existe. Allí, la persona se reencuentra con sus seres queridos que fallecieron previamente y —envuelta en un aura de amor incondicional— se mira en un espejo que refleja su Yo verdadero. Entonces comienza un proceso de autoanálisis para determinar la siguiente parada del viaje: si el alma decide confrontar a su parte oscura, irá al cielo; pero si se identifica demasiado con sus impulsos destructivos, el infierno le parecerá un lugar más atractivo. Ni siquiera en el otro mundo se pierde la libertad de elegir.

La arquitectura de ambos lugares es un reflejo de poderosos agentes creadores: los pensamientos. Así, la realidad interna de una persona se manifiesta en la vegetación, las construcciones, el firmamento y los cuerpos de agua que la rodean, generando escenarios radiantes o macabros. Estas concepciones del cielo y el infierno recuerdan a las de la película Más allá de los sueños(1998), tal vez porque la cinta está basada en la novela homónima de Richard Matheson, quien se inspiró en las ideas de Swedenborg para escribirla.

Influencia y poderes psíquicos

Se dice que Goethe completó el Fausto después de leer a Swedenborg. William Blake, sir Arthur Conan Doyle, Carl Jung, Ralph Waldo Emerson, Honoré de Balzac y Hellen Keller, entre otras célebres figuras, también mostraron gran interés en la obra del teólogo de Estocolmo. Y cabe mencionar que Jorge Luis Borges escribió en uno de sus prólogos: ‟Creamos o no en la inmortalidad personal, es innegable que la doctrina revelada por Swedenborg es más moral y más razonable que la de un misterioso don que se obtiene, casi al azar, a última hora. Nos lleva, por lo pronto, al ejercicio de una vida virtuosa”.

Por último, hay que decir que Emanuel Swedenborg tenía fama de psíquico. Presintió un incendio que ocurría a 400 kilómetros de donde él se encontraba, e hizo palidecer a la reina Louisa Ulrika al musitarle al oído un secreto que sólo ella y su difunto hermano conocían. Además, predijo su propia muerte con increíble exactitud: emprendió el último viaje al mundo de los espíritus a las cinco de la tarde del 29 de marzo de 1772, tal y como se lo había dicho al ministro anglicano John Wesley en una carta.

¿Cabe considerar la posibilidad de que Swedenborg estuviera loco? ¡Por supuesto! Sin embargo, no por ello deja de ser un personaje fascinante…

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