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Un artículo para adentrarse en la historia de la domesticación de un animal peligroso y salvaje que es el ancestro de esos seres fieles y entrañables que llamamos perros.
Imaginemos que vivimos hace unos 13 mil años y que nos encontramos en algún frío lugar de Asia o Europa. Nos resguardamos en una cueva para protegernos de las inclemencias del clima —quizá las de la última glaciación— y estamos cubiertos con las pieles de los animales que hemos cazado. Hemos hecho una fogata para intentar calentarnos e iluminar nuestra noche; alrededor de nuestro prehistórico fuego —según dictan las idílicas representaciones de nuestros antepasados—, está congregada la pequeña tribu a la que pertenecemos. Tenemos frío, hambre y miedo. A pesar de estar casi en la cúspide de la cadena alimenticia, es igual de posible que nos convirtamos en presas. Más allá del resplandor de nuestra fogata vemos centellear unas lucecitas, se mueven en derredor nuestro, y advertimos que, en realidad, son varios pares de ojos que nos rodean y observan; esperan encontrar algún punto débil, burlar nuestra defensa de fuego y llevarse a alguno de los nuestros. Ellos, como nosotros, están hambrientos, y han visto nuestra fragilidad, nuestra falta de agilidad, de fuerza y resistencia. Y ahí están, en la sombra, con sus afilados colmillos, dispuestos a atacar. Son lobos.
No sabemos qué idea surgió primero —ni a quién se le ocurrió—, si la de distraerlos o la de volverlos nuestros aliados. Tal vez alguien pensó en arrojarles alimento más allá de la fogata para que dirigieran su atención hacia otro lado, creyendo que así podríamos ganarnos poco a poco su confianza, o hasta su respeto. Más allá de la especulación, y de las idealizadas y casi románticas imágenes que sugiere la prehistoria de la humanidad, es verdad que en algún momento los lobos y los hombres entablaron una relación especial. Los biólogos, arqueólogos y etólogos que han estudiado esta relación sostienen que probablemente el hombre comenzó el proceso de domesticación del lobo gris hace unos 13 o 15 mil años; sin embargo, es probable que nuestros compañeros cánidos hayan estado a nuestro lado desde mucho tiempo antes.
Los hechos
Según evidencia genética, el proceso de domesticación parece haberse llevado a cabo, bien en diversos lugares y en diferentes momentos, o los lobos domesticados seguían mezclándose con lobos salvajes. En todo caso, seguramente nos tomó un buen tiempo idear estratagemas para ocupar a los lobos en algo más que en cazarnos. Mediante esta interacción, posiblemente el lobo aprendió que una fuente importante de alimento era lo que el humano podía proveerle. Y nosotros, por nuestra parte, seguramente tuvimos la oportunidad de observar y comprender las habilidades del lobo, en especial en lo que respecta a la caza. Los lobos tienen mucho mejor olfato, oído y vista que los humanos; pueden detectar a su presa a kilómetros de distancia, y son más veloces y resistentes en la persecución de animales cuyas manadas están siempre en movimiento. Así, el humano comprendió que una alianza con los lobos podría ser muy conveniente, pues si sumaba las características de ellos a la inventiva, las armas y la ambición propia de nuestra especie, era sencillo imaginar un equipo insuperable.
¿De lobo a perro?

Foto: Love Dalén
Hasta hace poco se pensaba que el predecesor del perro moderno era el lobo gris —además de que es su pariente vivo más cercano. Sin embargo, en 2015 [1] se publicó un estudio, escrito por varios científicos suecos, en el que se analizó el ADN de la costilla de un lobo siberiano hallada en la tundra de la península de Taimyr; en él, los científicos determinaron que el lobo vivió hace unos 35 mil años durante el Pleistoceno tardío. Los resultados del estudio sugieren que el lobo gris y el perro tienen un ancestro común del que ambas especies se ramificaron entre unos 27 y 40 mil años atrás. Este dato es importante para aclarar la historia de la domesticación del perro, pues permite establecer que ésta pudo haberse dado mucho antes de lo que se pensaba, cuando el hombre aún era nómada y no cuando se volvió sedentario. En efecto, el estudio permite suponer con mucha seguridad que los primeros pobladores de América no llegaron solos a este continente, sino con sus lobos, o perros, domesticados. Puede concluirse, también, que ésta fue la primera relación de domesticación entre humanos y cualquier otro animal.
Las razas
El estudio realizado por los científicos suecos además muestra que el ADN del lobo de Taimyr lo emparenta con varias razas actuales, principalmente con el Husky siberiano y el perro de Groenlandia. En menor medida, el material genético lo relaciona con el Shar-Pei chino y el Spitz finlandés.

De izq. a der. y de arriba a abajo: Husky siberiano, perro de Groenlandia, Shar-Pei y Spitz finlandés.
En todo caso, aunque aún hay polémica respecto a los orígenes de la domesticación, otros artículos posteriores al estudio con el lobo de Taimyr apoyan la teoría de que la domesticación tuvo lugar en varios lugares y en distintos momentos. Así, el lobo gris bien pudo haber sido domesticado en Asia y, al mismo tiempo, sus parientes cercanos, los primeros perros, pudieron haber sido domesticados en Europa. Hay pruebas de domesticación en ambos lugares, pero no hay evidencia de que los lobos y los perros hayan vivido en el mismo lugar y en la misma época. Es posible deducir entonces que cuando el hombre emigró hacia otros lados, los lobos de unos se cruzaron con los perros de los otros, iniciando así la diversificación y proliferación de distintas razas caninas. El número de estas razas siguió aumentando con el tiempo, pues los humanos se dieron cuenta que las cruzas entre diferentes tipos de perros resultaban en animales con características específicas de tamaño, fuerza, ferocidad o docilidad, y habilidad.
Consecuencias
Es fácil imaginarse al hombre asiático moviéndose junto con el lobo domesticado a través del estrecho de Bering, en persecución de los animales que migraban buscando mejores territorios para alimentarse. Tampoco cuesta trabajo pensar en el hombre europeo y en cómo fue sofisticando sus técnicas de cacería, cómo descubrió la agricultura —domesticando, también, a las plantas—, y cómo comenzó a asentarse mientras su compañero, el perro, fungía como protector de los asentamientos y a la postre, del ganado. Al facilitarse la vida, los asentamientos humanos pasarían pronto de ser grupos pequeños a grandes poblaciones, después ciudades y, eventualmente, naciones. La domesticación, aunque no sólo la del perro, tuvo un papel decisivo en este proceso.
*Al momento de redactar el presento texto, se exhibía en nuestro país la película estadounidense de aventuras Alpha. La cinta explora las relaciones entre el lobo y el hombre en la edad antigua. Como dato curioso, es de notar que el animal utilizado para la filmación fue Chuck, un perro-lobo checoslovaco de cinco años de edad. He aquí los avances del film:

[1] “Ancient Wolf Genome Reveals an Early Divergence of Domestic Dog Ancestors and Admixture into High-Latitude Breeds” —El antiguo genoma del lobo revela evidencia de una divergencia temprana en el perro doméstico y una mezcla en las razas de latitudes altas—, escrito por científicos de la Universidad de Estocolmo y del Museo de Historia Nacional de Suecia. Puede consultarse aquí.