En 1882, el poeta y filólogo británico Frederic William Henry Myers (1843-1904), quien fue fundador de la Sociedad para la Investigación Psíquica, acuñó el término telepatía —del griego tele, ‘distancia’ y pathos, ‘relativo a los sentimientos’— para referirse a la comunicación de imágenes o palabras entre personas y a distancia; la consideró una subcategoría de la percepción extrasensorial (PES), a la cual también se le suele llamar diapsiquia.
Pero la telepatía no surgió con la creación del término; por el contrario, es una creencia muy antigua y difundida en muchas culturas del mundo. Esta capacidad de penetrar la mente mediante una supuesta comunicación inalámbrica se vislumbra comúnmente cuando tiene lugar algún tipo de acercamiento de los dioses con los mortales: por ejemplo, Yahvé, el dios bíblico, comunica en visiones a Abraham —padre de una de las doce tribus de Israel, a pesar de su avanzada edad de 86 años— el nacimiento de su hijo Ismael.
Desde la aparición de la noción de la telepatía se han realizado investigaciones para verificar su naturaleza funcional; sin embargo, a pesar de que un número significativo de personas cree en ella y de que cualquiera de nosotros podría relatar más de una historia que involucra este tipo de comunicación, no se cuenta con los resultados científicos sólidos para respaldar la ocurrencia de este fenómeno sobrenatural.
Para el desaparecido divulgador científico estadounidense Carl Sagan, en la idea de la comunicación telepática entran en juego sentimientos y emociones: las personas que se conocen muy bien, que viven juntas y conocen el tono de sus sentimientos y de sus formas de pensar, con frecuencia logran anticipar lo que dirá su contraparte, por lo que en esta percepción telepática entran en juego los cinco sentidos habituales, la empatía, la sensibilidad y la inteligencia humanas.
De hecho, Sagan no descartó la existencia de la telepatía: por el contrario, llegó a expresar que si llegara a concluirse algo al respecto, tal vez habría causas físicas involucradas en su acción, tales como corrientes eléctricas en el cerebro. Pero en vista de que carecemos de explicaciones convincentes, lo mejor es contener nuestra impaciencia para no caer en ambigüedades y esperar pruebas que la confirmen o refuten.
Por curioso que parezca, entre las plantas existen fenómenos naturales que nos recuerdan a la telepatía: muchas de ellas, aunque permanecen enterradas en el sitio donde nacen, sin la posibilidad de desplazarse, consiguen mantener una estrecha comunicación con otras de su especie, sin pronunciar ni una sola palabra y a pesar de encontrase alejadas por distancias considerables.
En África, cuando las jirafas u otros herbívoros comen de las acacias, las hojas mordisqueadas envían una señal química de socorro al resto del árbol. Éste duplica sus taninos, que son sustancias que confieren a las hojas un sabor agrio y desagradable; así, al provocarles repulsión, evita que éstas sean consumidas por las jirafas. Además, dicha señal química es llevada por el viento a las plantas vecinas de modo que, al recibirla, también ellas aumentan la concentración de taninos y estarán listas para repeler el inminente embate del herbívoro.
Aunque la telepatía sigue siendo un campo no aceptado por la ciencia, su esencia es puesta en práctica diariamente por millones de personas gracias a la tecnología de los teléfonos celulares: a través de ellos enviamos palabras, audio e imágenes que, surcando grandes distancias, nos permiten comunicarnos en tiempo real y compartir nuestros sentimientos. La diferencia con la telepatía tradicional es que ésta involucra un emisor y un receptor, mientras que en la “telepatía digital” interviene un dispositivo, el móvil, que sirve como enlace.
La idea de la telepatía digital con un dispositivo electrónico intermediario se encuentra en desarrollo experimental. Para la doctora Mary Lou Jepsen, directora y fundadora de la empresa de tecnología Openwater, la telepatía podría ser una realidad en el corto o mediano plazo, pues se encuentra trabajando en la implementación de un gorro con el que no sólo se logrará saber lo que piensan o imaginan los demás, sino también predecirlo y compartirlo con el resto del mundo. Impresionante, ¿no es así?