Si hay un punto que quieres enfatizar, no seas sutil u ocurrente,
usa un martillo y da de lleno en el punto.
Luego regresa y vuelva a golpear el mismo punto
y luego de nuevo, un golpe formidable…
En nuestra vida diaria es casi inevitable verse obligado a dirigir la palabra a un grupo de conocidos o extraños, ya sea en persona o por medios electrónicos. También es cierto que hoy es posible hallar una gran cantidad de recursos que nos develan los secretos de la oratoria, y de entre la inagotable gama de oradores que la historia ha conocido, Winston Churchill destaca por la forma en que arengó, tanto al Reino Unido como a los países aliados, a ofrendar su “sangre, sudor y lágrimas” hasta acabar con el enemigo nazi o sucumbir en el intento. He aquí algunas de sus mejores técnicas:
1. Ten tus ideas por escrito. Nada es peor que perder el hilo de lo que se está exponiendo sin poder recuperarlo. Esto ocurrió una vez al inicio de la carrera política de Churchill, y fue la última. A partir de entonces, jamás se enfrentó a un público sin tener en sus manos lo que quería decirles. También desarrolló la capacidad de mirar disimuladamente sus notas sin dejar de hacer contacto visual con su público mientras hablaba, de modo que no daba la impresión de estar leyendo.
2. Arma tu discurso con gran cuidado. Aunque al parecer no es el autor de la frase, es común citar a Churchill diciendo que “Si quieren que hable dos horas, puedo empezar ahora mismo; pero si quieren un discurso de dos minutos, necesito unas horas para prepararlo”. El famoso canciller solía practicar sus arengas una y otra vez, afinando detalles, pausas, silencios y cambios de tono, a fin de llegar afilado como una navaja al momento de recitarlo.
3. Busca la palabra exacta. Se estima que el repertorio léxico de Churchill podría haber sido de más del doble del de una persona común, merced a su incansable afición a la lectura y su amor por las palabras. Pero, a pesar de ello, no abusaba de un vocabulario incomprensible y usaba siempre los términos más simples para comunicar su mensaje con claridad, sin importar la escolaridad de quien lo escuchase: “unir las manos” —join hands— en lugar de “acordar la cooperación”, “listo para ser usado” —ready-made— en vez de “prefabricado”, o “Guardia Nacional” —Home Guard— y no “voluntarios de defensa local”, son algunos ejemplos de sus nada burocráticos términos.
4. Dale a tu discurso ritmo y musicalidad. Churchill prestaba atención al sonido de las palabras que elegía; por ejemplo, al caracterizar a Mussolini por ser “obsoleto y reprensible”, y ser criticado por el entonces primer ministro por esa frase sin sentido, Winston le respondió: “Ah, la b en cada palabra, ¡debes notar qué bien suena!” También gustaba de hacer grupos de cuatro adjetivos o sustantivos —la famosa frase “Sangre, sudor y lágrimas” en realidad incluye también el esfuerzo: blood, toil, tears and sweat—, así como de usar la repetición de palabras para dar énfasis a su mensaje: “Buscamos la victoria, victoria a toda costa, victoria a pesar del terror, victoria sin importar que tan largo y tortuoso sea el camino, pues sin la victoria no habrá forma de subsistir”. Otra técnica que manejaba con maestría era el quiasmo, un cambio de término en frases paralelas; por ejemplo: “Estoy listo para encontrarme con el Creador, pero no estoy seguro de que el Creador esté listo para encontrarse conmigo”, o “Damos forma a nuestras construcciones y, después, nuestras construcciones nos dan forma a nosotros”.
5. Dirige tu argumento a una conclusión inevitable. El epígrafe de este artículo es un ejemplo de ello: al construir el discurso, Churchill iba directo al grano de lo que quería decir y después daba argumento tras argumento hasta que, al final, todos los asistentes estaban sintonizados en el mismo ánimo y llegaban a la misma conclusión. Así ocurrió cuando, ante el avance de Hitler, una parte de la población pensaba que el Reino Unido debía negociar con la Alemania nazi a través de Italia: en su discurso, Churchill dio motivo tras motivo contra dicha idea y culminó diciendo: “Si la historia de esta isla debe llegar a su fin, será cuando cada uno de nosotros se encuentre tirado en el suelo, ahogándose en su propia sangre”. Con este discurso, Churchill obtuvo el apoyo de los miembros del gabinete y el Reino Unido se fue a la guerra.
6. Usa imágenes y analogías vívidas. El párrafo anterior es un buen ejemplo de esto: hasta el último británico luchando contra un enemigo que, de resultar superior, sólo podría acabar con él cortándole el cuello. La habilidad de Churchill de sintetizar una situación compleja, que bien habría tomado un libro completo para explicarse, en una imagen que cualquiera pueda entender, hacía que sus discursos parecieran ser no sólo para los oídos, sino también un espectáculo para el ojo de la mente. Cuando caracterizó a la amenaza nazi de este modo, dejó muy en claro qué tan inquietante le resultaba: “Un gorila en la jungla puede ser motivo de especulación; un gorila en el zoológico puede ser motivo de interés público; pero un gorila en la cama con tu esposa sólo puede ser causa de la más grave angustia”.
7. Da voz a los sentimientos e ideales de los demás. Churchill tenía tomado el pulso del sentir de su gente muy de cerca, y por eso sus discursos siempre hacían referencia a lo que él sabía que la gente anhelaba. Algunos historiadores han señalado que ésta era una característica compartida con Adolf Hitler: ambos apelaban a los miedos y esperanzas de su gente, uno para arengarlos a defender la democracia y los valores que los habían llevado hasta donde estaban, y el otro para mover a una nación hacia los actos más execrables en aras de su supremacía. Como dijo el mismo Winston: “Soy parte de una nación y una raza que tiene un corazón de león, y ha sido mi gran fortuna el haber sido quien emitiera su rugido”.
8. Habla con sinceridad. Gran parte del éxito de los discursos de Churchill se atribuye a que realmente se involucraba con lo que estaba ocurriendo, y eso era patente en la vehemencia que imprimía a su oratoria. Alguna vez visitó un refugio después de la Batalla de Inglaterra e hizo callar a un general que iba a hacerle un comentario pues, dijo, “Nunca había estado tan conmovido”. Dejar que ese sentimiento lo inundara dio su fruto cuando, en la siguiente ocasión que dirigió la palabra al público, acuñó aquella frase inmortal: “Nunca tantos le hemos debido tanto a tan pocos”, refiriéndose al puñado de soldados que habían sacrificado sus vidas defendiendo a su nación. El ciudadano promedio sabía que ese primer ministro no sólo hablaba con términos comprensibles, sino que también podría topárselo recorriendo las zonas bombardeadas, buscando la mejor manera de ayudar.