Tal vez las hayas visto por ahí: dos fotos de sendas escuelas, en apariencia idénticas, pero tomadas con cien años de distancia, para ilustrar la necesidad de modernizar las escuelas. En este Trisquel, sin embargo, invitamos al lector a mirar al otro lado: no a un futuro deseable sino a un pasado lejano, y conocer las instituciones educativas de diversas culturas antiguas.
Las Casas de la Vida egipcias
Las Per Anj, o “Casas de la Vida”, eran instituciones en que se perpetuaba el conocimiento de la cultura clásica egipcia, pero sólo entre la clase sacerdotal y los escribas encargados de dejar constancia en murales y papiros. De modo similar a las universidades actuales, éstas también fungían como archivo, taller de copiado de manuscritos, biblioteca y, en algunos casos, como sanatorios. En ellas se enseñaba la medicina, la astronomía, las matemáticas, la religión y lenguas extranjeras, y solían localizarse en los templos de las poblaciones más importantes —Edfu, Amarna, Bubastis, Menfis y Abidos.
Los escribas de las Casas de la Vida recibían el nombre de “servidores —o seguidores— de Ra”, para honrar al dios solar egipcio dador de vida; también se les ligaba a Osiris puesto que, aseguraban, el acto de copiar los manuscritos ayudaba a que este dios renaciera año tras año. Los hijos del faraón, algunos miembros de la nobleza, los oficiales de alto rango y uno que otro chico prometedor a quien se le otorgara el privilegio, estudiaban en la Escuela del Príncipe, mientras que las mujeres de la corte acudían a la casa Jeneret a aprender música, danza, belleza y confección de vestidos. Estas escuelas eran tan elitistas y herméticas que esto es lo único que sabemos de ellas.
El Gimnasio griego
Si te parece chocante que la gente acuda al gym a lucir sus músculos, debes saber que no hay mejor lugar para ello: la palabra proviene del vocablo griego γυμνάσιον, gimnásion, que a su vez deriva de γυμνός, gymnós, ‘desnudo’. Además, el verbo γυμνάζω, gymnazo, ‘entrenarse sin ropa’, era del agrado de los dioses, pues para los griegos del periodo clásico el ejercicio físico que se realizaba sin ropa fomentaba el placer estético de la figura masculina. Sin embargo, a diferencia de los gyms actuales, en el gimnásion también se acudía a ejercitar el “músculo” intelectual, pues era punto de reunión de filósofos y un excelente lugar para debatir y estudiar los postulados de diversos maestros.
Queda claro que, para la cultura helénica, aquello de “mente sana en cuerpo sano” era más que sólo palabras, pues a lo largo del año en el gimnasio se celebraban diversas pruebas atléticas en honor de héroes y dioses, lo mismo que en festivales —de entre los cuáles sobresalen los Juegos Olímpicos— y rituales fúnebres. Estas pruebas incluían las carreras, el lanzamiento de disco, el salto de longitud y los encuentros de lucha —ahora llamada grecorromana—, de pancracio —más parecido a la actual lucha libre— y de pugilato, antecedente de nuestro actual boxeo. Con el tiempo, de un simple campo con delimitaciones para las diversas disciplinas, el gimnasio se tornó cada vez más complejo: se incluyeron ágoras —espacios públicos para la reunión de multitudes—, la palestra —un local cerrado para la lucha y el pancracio— y la gimnasia propiamente dicha. Las carreras se realizaban en las alamedas que rodeaban los edificios, y los más jóvenes podían practicar en el Efebo, a salvo de la vista de los demás. Anecdóticamente, muchos de estos vocablos han llegado a nosotros, a veces con un significado distinto: por ejemplo, palestra se usa actualmente para referirse a un foro público en donde se debate algún tema —y en ocasiones alguien “salta a la palestra” cuando se vuelve figura pública—; los gimnastas griegos no eran los atletas, sino sus entrenadores, y los efebos, desde entonces y hasta la fecha, son los jóvenes vistos desde una perspectiva homoerótica pues, como es sabido, para los griegos una relación entre un joven Erōmenos —amado— y un hombre maduro o Erastēs —amante— fue, durante un largo periodo, una importante institución educativa aristocrática.
El Calmécac de México-Tenochtitlan
La “casa del linaje” —del náhuatl calli, ‘casa’; mécatl, ‘hilo’ o, metafóricamente, ‘descendencia’, y el sufijo –c, lugar— era el recinto para que los pipiltin, o hijos de los nobles mexicas, recibieran la instrucción necesaria para ocupar los puestos más importantes de su sociedad. Ahí aprendían sobre religión, artes y ciencias y se les forjaba una disciplina inquebrantable, pues debían regir su vida de una manera moral y virtuosa. Tan estricta era la disciplina que, según narra fray Bernardino de Sahagún, los alumnos se referían al Calmécac como “la casa del llanto y la tristeza”, ya que en ella eran constantemente “humillados, menospreciados y abatidos”. El día comenzaba antes del amanecer, cuando debían limpiar el templo. Otros deberes incluían recolectar puntas de maguey, usadas en los muy frecuentes autosacrificios rituales en los que ciertas partes del cuerpo —lengua, orejas, brazos, piernas y pene— eran punzadas hasta sangrar; también recogían leña o lo que hiciera falta. Por la noche, salían a quemar incienso y a enterrar las puntas de maguey usadas en los ritos; después, se bañaban con agua fría, sin importar la época del año.
Además, aprendían retórica, pues desde el Tlatoani —el máximo dirigente de cada pueblo— hasta sus generales, consejeros y sacerdotes, debían poder construir discursos llenos de alegorías y metáforas que comunicaran su filosofía de vida. De hecho, la traducción literal de Tlatoani es “el que habla”, y el Huey Tlatoani era el más grande orador de entre todos ellos. También eran instruidos en el uso del calendario Tonalpohualli, o “cuenta de los días” —260 días divididos en veinte trecenas—, y del Xiuhpohualli, el calendario más popular, de 365 días —dieciocho meses de veinte días, más cinco días sin nombre—, que sólo coincidían una vez cada cincuenta y dos años. Igualmente, se les adiestraba en la lectoescritura, la poesía, la danza y el canto, además de en las artes de la guerra y la administración del reino.
Su educación iniciaba desde los cinco años, y a los quince comenzaba su entrenamiento militar, aunque en realidad su instrucción no se distinguía tan tajantemente, pues la guerra se hacía a base de “flor y canto”, esto es, como una expresión de la belleza y la sabiduría. Entre los mexicas, la educación tenía el propósito de formar la personalidad del individuo, expresado en la frase en náhuatl In ixtli, in yollotl: “Alcanzar el rostro y el corazón”; es decir, forjar en cada uno un rostro propio y un corazón verdadero.