Excentricidad y locura: métodos creativos de los famosos

Excentricidad y locura: métodos creativos de los famosos
Franz De Paula

Franz De Paula

Creatividad

Detrás de cada gran logro hay al menos una pizca de locura. Es como si el cerebro de una persona creativa tuviera un cableado diferente del estándar y esto la condujera a tener un comportamiento poco convencional. No es necesario ser excéntrico para ser creativo o artista, pero ciertamente ayuda.

En nuestra sociedad, los visionarios en la ciencia o la tecnología casi siempre son calificados de excéntricos, si no es que de locos —ahí está la imagen de Einstein sacando la lengua como ejemplo del estereotipo del científico loco—, y lo mismo sucede con muchas figuras del arte, que a menudo son juzgadas no por sus méritos creativos, sino por la percepción que se tiene de su personalidad.

Tal pareciera que mientras más extraño sea el artista, más valiosa o apreciada será su obra. Pero, en realidad, este efecto de excentricidad tampoco es gratuito. Algunos artistas se inspiran en sus compulsiones y obsesiones que, más que afectarlos, los impulsan a trabajar más duro o a perfeccionar su técnica.

Los obsesivos

La artista japonesa Yayoi Kusama, por ejemplo, se forjó una exitosa carrera a partir de su obsesión por los patrones y por pintar puntitos en todos lados. Otro ejemplo de obsesividad creativa es el brillante cineasta neoyorkino Stanley Kubrick y su fijación con la simetría, elemento recurrente en gran parte de su obra, y por la perfección, que lo hacía repetir una misma escena decenas de veces.

Yayoi Kusama

Yayoi Kusama

Muchos los creadores o artistas son adictos a esa excelencia, lo cual complica la convivencia o colaboración con ellos, pues sus ansias de que todo resulte como ellos quieren son voraces y pueden ser asfixiantes; un ejemplo de ello es Steve Jobs, el fundador de Apple que, estando enfermo, se negó a ocupar la máscara de oxígeno simplemente porque no le gustaba su diseño.

Esta premisa de su compromiso con la excelsitud impulsa a muchos a recurrir a lo que sea con tal de estar a la altura de su arte. Cuentan que el formidable novelista francés Honoré de Balzac bebía hasta cincuenta tazas de café al día y apenas dormía con tal de escribir durante el mayor tiempo posible —a veces, incluso durante quince horas seguidas.

Locura y suicidio

El pacto extremo, entregado y pasional con su trabajo convierte a este tipo de artistas en quienes son: talentosos individuos poseídos por una idea o “locos” y “excéntricos” a los ojos del mundo. Eso no significa necesariamente que estén locos en el sentido clínico, que estén desconectados de la realidad o que sean un peligro para ellos mismos o para los demás.

Sin embargo, este anhelo descarnado es un gaje del oficio. El arte consiste en acceder a las entrañas más profundas y crudas de uno mismo para desde ahí crear algo significativo, emotivo y trascendente. Implica sumergirse en un amplio rango de emociones, incluyendo sus extremos. Quizá más que en cualquier otra profesión, el acto creativo acerque a los artistas a sus demonios personales.

Estudios científicos serios han encontrado que los artistas en general tienen una mayor probabilidad de padecer trastorno bipolar. Pero los escritores lo tienen aún más difícil, pues además son proclives a considerar el suicidio. Horacio Quiroga, John Kennedy Toole, Yukio Mishima, Emilio Salgari, Sylvia Plath, David Foster Wallace, Virginia Woolf, Hunter S. Thompson y Ernest Hemingway son algunos hombres y mujeres de letras que decidieron irse por mano propia.

Horacio Quiroga

Horacio Quiroga

Creativos exóticos

Sin embargo, otros artistas que sufrieron depresión a lo largo de su vida lograron salir adelante y recuperarse, como Georgia O’Keeffe, cuyo método personal para pintar la desnudez del paisaje que la envolvía era estando desnuda. Otro artista que compartía la misma afición fue el arquitecto modernista Le Corbusier, a quien también le gustaba pintar desnudo. Gente inusual, métodos inusuales.

Salvador Dalí, el gran pintor surrealista, solía sentarse en su jardín soleado a la hora de la siesta; colocaba una vasija de metal sobre sus piernas y sostenía una cuchara con la mano sobre el pecho. Mientras iba cayendo al sueño, su mano caía también y la cuchara golpeaba la vasija, despertándolo. Dalí de inmediato registraba en papel los fragmentos oníricos que le llegaban en esos momentos para usarlos como inspiración para sus pinturas.

Salvador Dalí

Salvador Dalí

Austin Osman Spare, pintor y escritor inglés, y practicante del ocultismo, era conocido por su propia forma de ritual: cuentan que se “autohipnotizaba” frente a su lienzo con la intención de conectarse con las fuerzas oscuras, y trabajaba en un supuesto estado de trance. Horas después despertaba con escenas admirables y estremecedoras delante de él.

Y los extremos…

Henri Michaux fue un poeta y pintor belga cuyo proceso creativo incluía mescalina, un potente alucinógeno contenido en la planta del peyote. Según cuentan, consumía la droga y, bajo su influencia, creaba series de dibujos que luego ocupaba como inspiración para sus pinturas.

Por su parte, el prolífico pintor Francis Bacon —produjo 584 pinturas y alrededor de 600 dibujos— se levantaba temprano y pintaba durante varias horas al día; luego se permitía beber, comer y socializar desde el mediodía hasta las primeras horas del día siguiente. “A menudo me gusta trabajar con resaca, porque mi mente está llena de energía y puedo pensar con mucha claridad”, dijo una vez.

Alguna vez el pintor Joan Miró comentó: “La mayoría de las veces me iba a la cama sin cenar, veía cosas y formas en el techo y las dibujaba en un cuaderno”. Se quedaba sin comer por largas jornadas hasta sentir la mente en la antesala de la alucinación. Así experimentaba el pintor español en sus años de juventud en París, con diversas formas para potenciar su creatividad. Y, de paso, se ahorraba un dinerito, que nunca viene mal, sobre todo a un artista.

A cada quien lo que mejor le funcione, sin duda alguna. Entonces, básicamente, si eres un artista, vale la pena estar loco.

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