¿Existe la suerte?

¿Existe la suerte?
Francisco Masse

Francisco Masse

Inspiración

El Diccionario del Español de México, editado por el ilustre Colegio de México, define a la suerte en dos sentidos. Primero, como una “manera casual o azarosa de encadenarse los acontecimientos o los hechos de la vida de alguien” y enseguida precisa que se trata de una “circunstancia de resultar un acontecimiento o una acción favorable, o no, para alguien”.

De ahí que se hable de buena suerte y de mala suerte… según le haya ido a uno en la feria. El habla popular da fe de estas dos vertientes de la fortuna con refranes como “La suerte de la fea, la bonita la desea”, “Buen amor y buena muerte, no hay mejor suerte” o “La suerte es loca y a cualquiera le toca”.

Pero, ¿existe realmente tal cosa como la suerte? Es decir, ¿existen personas a las que “todo les sale bien” y otras que parecen “traer encima su nubecita de desgracias”? ¿Tiene alguna lógica creer que ciertas personas nacen con “buena estrella”, mientras que otras “están saladas”, “la traen chueca” o todo les sale mal?

Estudios científicos recientes parecen haber encontrado la clave: eso que llamamos “suerte” tiene que ver más con nuestra propia psicología que con la probabilidad y las estadísticas, pues las personas “suertudas” suelen tener una actitud positiva que las mantiene abiertas a nuevas oportunidades vitales y las hace percibir patrones favorables en fenómenos aleatorios debidos al azar.

Uno de los científicos que ha estudiado la serie de causas y azares que confluyen en los fenómenos de la suerte es Richard Wiseman, un psicólogo de la Universidad de Hertfordshire, en Inglaterra. Este investigador se dio a la tarea de dar seguimiento durante muchos años a alrededor de cuatrocientas personas: algunas que se definían como “afortunadas” y otras que decían tener mala suerte.

Al cabo de sus investigaciones, Wiseman concluyó que matemática o físicamente no existe una fuerza o energía invisible que pueda ser inclinada o manipulada mediante rituales o con el uso de amuletos —es decir, aquello que los antiguos llamaban “suerte” o “fortuna”—, sino que las personas afortunadas tienen hábitos que, de modo consistente, les permiten:

  1. crear y darse cuenta de las oportunidades que, de modo aleatorio, se les presentan debido al azar;
  2. escuchar a su propia intuición y tomar decisiones afortunadas;
  3. tener expectativas positivas y crear profecías que se autorrealizan; y
  4. tener una actitud más flexible y optimista —resiliente, que le llaman— que les permite transformar la “mala suerte” en buena suerte.

¿Qué significa esto? Que, más allá de la combinación, frecuencia y orden de los acontecimientos favorables y desfavorables que tienen lugar en tu vida, la forma en que les das sentido a éstos, percibes un patrón en ellos y “te cuentas la historia” mentalmente determina tus futuras decisiones, tu actitud general hacia el porvenir y tu capacidad de tocar a las puertas de la fortuna.

Esto no tiene nada que ver con lo sobrenatural, místico o espiritual, sino que parte del hecho de que todos los días tomas miles de microdecisiones a partir de tus creencias fijas, tus concepciones previas del mundo y de ti mismo, y de tus experiencias anteriores. Si en todo ello persiste la idea de la “mala suerte” o de que “otros” son los afortunados, muy probablemente tus microdecisiones —y, desde luego, sus consecuencias— apoyen esta línea de pensamiento.

Supongamos que, por programación familiar o por sucesos desafortunados, en algún momento de tu vida decidiste pensar que tienes “mala suerte”. Esto querrá decir que, a diferencia de otros que no sufren de esa maldición, te esforzarás el doble para obtener algo en el afán de contrarrestar tu mala fortuna y, cuando llegue a ti una buena oportunidad, tu idea de que “eres una persona con mala suerte” probablemente hará que la rechaces o la dejes pasar.

Según Wiseman, la gente “desafortunada” se pierde oportunidades de experimentar u obtener algo bueno para ellos por estar concentrados en algo más: si van a una fiesta, estarán buscando una nueva pareja y perderán la oportunidad de hacer amigos; o, si buscan un empleo específico, dejarán ir ciertos puestos que podrían ser adecuados por no ser exactamente lo que quieren.

Algo similar sucede cuando la fortuna nos muestra la espalda: ante un hecho fortuito desagradable, doloroso o que representa una pérdida, la actitud de cada una de las personas hará que registren éste como “una prueba más de que tengo mala suerte”; en contraste, otros verán el hecho desde otro punto de vista diametralmente opuesto y, quizá, como un hecho afortunado.

En su estudio, Wiseman le pidió a los sujetos que imaginaran que, al entrar a un banco y acercarse al cajero, un ladrón irrumpe al edificio, suelta un balazo y los hiere en el brazo. Ante este hecho, las personas que se fustigan con la etiqueta de “desafortunadas” dirán que desde luego que este fue un hecho desafortunado, pues de todos los momentos y los días en que pudieron haber acudido al banco, lo hicieron justo el día de la balacera.

Pero las personas que se consideran afortunadas lo son, en gran parte, por otra razón: porque se sienten afortunadas y, ante el hecho idéntico de una bala en el antebrazo, se sentirán bendecidas y protegidas por su “ángel de la guarda” —o algo así— porque, por fortuna, el balazo fue a dar al brazo y no a la cabeza, a la pierna o al abdomen. No pasó de ahí, acaso dirán.

En conclusión: no existen las personas tocadas con la punta de la varita mágica del hada madrina que, sólo con desear con todas sus fuerzas y decretar al universo su inquebrantable intención, obtienen eso que tanto desean merced a su buena suerte. Tampoco existe el reverso de la moneda: la gente con sal, con una maldición, que “se levantan con el pie izquierdo”.

Quienes sí existen son personas que, ante los altibajos propios de la vida, deciden tomársela con menos ansiedad, sin obsesiones y, confiando en su propia intuición —esa sabiduría que es fruto de la experiencia no racional y se manifiesta en forma de una corazonada, de un presentimiento de que algo saldrá muy mal… o muy bien—, salen al mundo con los ojos y la mente siempre abiertos ante los resquicios que se abren entre un acontecimiento y el que le sigue.

De modo que si quieres “cambiar tu suerte”, no tienes que ir con el santero a que te despoje de la sal, a que te haga una limpia o a que te venda un amuleto: lo único que debes hacer, al parecer, es abrir bien los ojos y empezar a ver los sucesos de tu vida desde una óptica distinta, considerándote afortunado por estar vivo y por estar ahí para que te sucedan. No te garantizo que ganes la lotería, pero empezarás a notar una luz distinta iluminando tus días… y eso ya se puede considerar afortunado, ¿o no?

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