Exposiciones universales: todo el mundo en un sitio

Exposiciones universales: todo el mundo en un sitio
Carla María Durán Ugalde

Carla María Durán Ugalde

Inspiración

En este punto del siglo XXI, y aunque como experiencia no sustituye al contacto directo, resulta obvio decir que el internet lo ha cambiado todo y es una valiosa herramienta para la comunicación y la educación. Pero, antes de eso, ¿cómo se comunicaban al mundo las novedades científicas, tecnológicas y artísticas?

En la Europa de mediados del siglo XIX se sentía un aire de progreso sin precedente y una humanidad curiosa aspiraba a conocer todo lo novedoso que se gestaba en el mundo occidental; por eso, algunos países organizaban exposiciones nacionales en las que presumían sus logros tecnológicos. Con esa idea en mente, en 1851 el príncipe Alberto —consorte de la reina Victoria de Inglaterra— organizó en Londres la primera exposición universal de la historia.

El recinto fue el Palacio de Cristal, una obra del arquitecto Joseph Paxton que deslumbró al mundo mostrando el avance arquitectónico de Inglaterra. Para la exposición, el príncipe inglés extendió la invitación a las naciones que quisieran compartir sus progresos con otros países del mundo. Así, cada país dispondría de un pabellón donde podría exhibir sus artefactos, descubrimientos e inventos científicos, así como su cultura y visión de mundo.

Cuatro años después, París organizaría la siguiente feria de esta clase, llamada L’Exposition Universelle de 1855, la cual se montó en el Campo Marte. En la entrada, el arquitecto Gustave Eiffel erigió, en un intento por superar el Palacio de Cristal, el monumento emblemático de la ciudad luz: la Torre Eiffel. La ingeniería que permitía que se mantuviera en pie era asombrosa, pero en su día la torre fue polémica y señalada como antiestética por parisinos, artistas y arquitectos.

Lo que diferenció a esta exposición de la de Londres fue la inclusión de las bellas artes: la idea francesa era que el progreso de un país se refleja en el arte que produce; así, secciones de la exposición se dedicaron a las artes plásticas y decorativas, y se premió el ingenio de objetos funcionales y hermosos —lo cual se volvió la norma en las ferias posteriores. De 1855 a 1889, la feria se convirtió en un evento periódico y cada once años París era sede de L’exposition Universelle.

Torre Eiffel en construcción

Además de esa serie de exhibiciones, en 1881 París también fue sede de la Exposición Internacional de la Electricidad, un evento para celebrar los avances tecnológicos que usaban esa fuente de energía, cuyos usos prácticos en aquellos tiempos eran una verdadera novedad: apenas en 1875 el ruso Pavel Yablochkov había inventado los faroles eléctricos, lo que abría paso al alumbrado público.

En esa exposición se presentaron las primeras bombillas, una de parte de Thomas Alva Edison y otra, muy similar, de Joseph Wilson Swan. Además de estos asombrosos inventos, los asistentes a la feria podían admirar en su entrada el tranvía eléctrico de Werner von Siemens —que después de la feria se implementó en varias ciudades del mundo— y, en el campo del transporte, Gustave Trouvé presentó un automóvil con motor eléctrico.

Ciertamente las exposiciones universales de París fueron grandiosas, pero no fue la única ciudad anfitriona: Viena, Bruselas, Chicago, Seattle, Montreal y Lima también organizaron las suyas. Y así como en 1893 Chicago había regalado al mundo la rueda de la fortuna, París conservó la Torre Eiffel tras la feria de 1855, Lima se quedó con el Palacio de la Exposición de 1872, Bruselas con el Atomium de 1958, Seattle con la Space Needle de 1962 y Montreal con la Biosphère de 1967.

Las exposiciones universales fueron un laboratorio creativo de arquitectura: en ellas se mostraba la innovación y la estética representativa de cada país y de la época, ingeniería desafiante y materiales de vanguardia. Por eso es que pabellones, esculturas, torres, edificios y estructuras de las exposiciones siguen en pie.

Gran entrada a la Exposición Universal del París, en 1900

Gran entrada a la Exposición Universal del París, en 1900.

El gran telescopio de la Exposición Universal de Chicago, en 1893

El gran telescopio de la Exposición Universal de Chicago, en 1893, fue el más grande del mundo en su momento.

Durante el siglo XX, distintas ciudades de Estados Unidos organizaron exposiciones universales. En 1939, en la exposición universal de Nueva York tuvo lugar la primera transmisión de televisión y se presentó el picturephone, un futurista teléfono para hacer videollamadas cuya tecnología era entonces demasiado cara para llevarla a las masas —lo mismo sucedió con la pantalla táctil exhibida en 1982, en Knoxville. Una tecnología que sí fue utilizada de inmediato fueron los rayos X de Wilhelm Conrad Roentgen, presentados en St. Louis en 1904.

México nunca celebró una exposición universal, pero sí participó en varias. El órgano encargado de organizar a los expositores era el Ministerio de Fomento, aunque el primer mexicano que participó en la Exposición Universal de 1851 lo hizo por iniciativa propia y sin apoyo gubernamental.

De la Exposición de París de 1889 se recuerda especialmente el pabellón mexicano, el llamado “Palacio Azteca”, por su decoración con motivos prehispánicos que llamaban la atención. Gracias a estas exposiciones, México comenzó a ser reconocido en el mundo por sus textiles y por riquezas naturales como el frijol, los granos, los chiles, el mármol y el ónix de Tecali, Puebla, y el café de Veracruz.

¿Cuál es el legado de las exposiciones universales? Por un lado, la tecnología que ahora es indispensable se dio a conocer en ellas y así consiguió financiamento y el interés del mercado; por otro, tenemos los monumentos y estructuras que unen el arte y la ingeniería, y que aún hoy desafían la realidad, así como las salas de exhibición que se mantienen como vestigios de los sueños pasados sobre lo que sería el futuro. Pero aunque estos inventos y edificios son valiosos, es en lo intangible que se encuentra el legado de las exposiciones.

Desde la base de la Torre Eiffel

A pesar de que la idea de progreso de las exposiciones universales ha caducado, hay una intención subyacente que prevalece: sus pabellones eran una pequeña muestra condensada de lo más relevante de cada nación. El que hoy el internet permita saber más del mundo debe mucho a esta idea de poner en contacto a todo el planeta en un solo lugar. Así, el internet y las exposiciones universales comparten un mismo propósito: brindar acceso al conocimiento sin importar las fronteras.

Desde un punto de vista, las exposiciones universales eran los primeros impulsos por un mundo globalizado, en el sentido positivo del término. Este ideal sigue moviendo el esfuerzo de millones que buscan un internet más accesible y que siguen creyendo en el valor de los espacios que permiten discutir temas de sustentabilidad, aprovechamiento de recursos y cooperación entre naciones.

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