Sesiones espiritistas, ouijas, avistamientos paranormales: en la vida, a menudo intentamos tener encuentros con los muertos; este mismo fenómeno tiene lugar en el arte, en especial en la pintura. Si revisamos cuántas obras se han dedicado a los muertos, a los fantasmas y a los espíritus, hallaremos una amplia variedad de subtemas y de intereses específicos que varían de cultura en cultura, pero con una constante: que la imaginación humana siempre ha estado plagada de espectros. ¿Qué es lo que lleva a los pintores a representar fantasmas en sus pinturas?
A veces, el motivo para pintar fantasmas es el folclor de la cultura a la que uno pertenece. Por ejemplo, el afamado autor de La gran ola de Kanagawa, Katsushika Hokusai (1760-1849), sintió una fuerte atracción por los mitos y leyendas de su país y por ello dedicó una serie completa a los yokai —que son espíritus de la mitología japonesa— titulada “Cien historias de fantasmas”, de la que forman parte grabados como Hannya riendo y El fantasma de Kohada Koheiji.
Asimismo, el maestro del grabado japonés ukiyo-e, Utagawa Kuniyoshi (1798-1861), plasmó fantasmas de la misma esfera: por ejemplo, Takiyasha, la bruja y el espectro del esqueleto ilustra el fragmento de una leyenda, con un esqueleto gigante que se inclina sobre las figuras humanas; y, por su parte, Los fantasmas de Asakura Togo muestra al señor Orikushi Mssatomo siendo asediado por yokai, una imagen inspirada en una popular obra de teatro kabuki.
Al igual que en el oriente, en las obras de teatro occidental existen fantasmas que han inspirado obras pictóricas. El espectro más popular, quizás, es el fantasma del padre de Hamlet que se le aparece a su hijo en la obra teatral homónima de William Shakespeare, el cual ha sido representado en muchas ocasiones, incluso por artistas como Eugène Delacroix y William Blake; destacan, sin embargo, Hamlet y el fantasma de Frederick James Shields (1833-1911) y Hamlet y el fantasma de su padre de Johann Heinrich Füssli (1741-1825), un artista conocido también como Henry Fuseli, que halló inspiración en las escenas más macabras de Shakespeare, pues su imaginación lo llevaba a pintar tormentosas pesadillas.
Más allá de la alta esfera del teatro, la enfermedad también es fuente de inspiración para el arte con fantasmas. El Museo Wellcome Collection, ubicado en Londres, reúne artefactos médicos, libros y piezas de arte originales que exploran la conexión entre la salud y la experiencia humana, así que no es de admirarse que en su colección existan más de dos mil piezas de arte con figuras de la muerte y cuadros dedicados a enfermedades letales. Entre éstas, destaca el trabajo de Richard Tennant Cooper (1885-1957), quien representó algunas enfermedades mortales como si fueran apariciones espectrales: Un esqueleto fantasmagórico intenta ahorcar a una niña que duerme, simboliza a la difteria, y Joven enfermiza descansa cobijada en un balcón, junto a ella una figura fantasmagórica de la muerte sostiene una guadaña y un reloj de arena, es una alegoría visual de la tuberculosis.
Pero también las supersticiones inspiran a pintar fantasmas. Tan sólo en la colección Wellcome hay cientos de imágenes asociadas con la palabra ghost, y en muchas de ellas hay apariciones y sesiones espiritistas, las cuales eran muy populares durante la época victoriana. Pero incluso desde antes, artistas como William Blake (1757-1827) se jactaban de tener una relación especial con los espíritus; con su amigo astrólogo John Varley, sostenía sesiones espiritistas; pero como Varley decía que no podía ver las apariciones, Blake se encargaba de pintarlas: el grabado El fantasma de una pulga es producto de una de estas sesiones.
De nuevo en la cruda realidad, la guerra es un gran detonador de avistamientos paranormales. Por ejemplo, durante la Primera Guerra Mundial, los soldados aseguraban ver a los fantasmas de sus camaradas muertos, lo cual quizás era una reacción de estrés postraumático; pero, más allá de las explicaciones médicas, este fenómeno inspiró pinturas: Soldados marchan junto a los edificios de una granja en ruinas embrujada por el fantasma de un camarada (1918) de Cecil Constant Philip Lawson (1880-1967) es uno de los más ilustres ejemplos. Aunque la inspiración tiene orígenes diversos, a veces las pinturas de fantasmas son una historia en sí misma. La casa embrujada, de James Ferrier Pryde (1866-1941), por ejemplo, nos muestra una arquitectura siniestra con personajes difusos. ¿Serán curiosos visitantes que huyen asustados?, ¿o fantasmas listos para salir del cuadro y atormentarnos? Del mismo modo, La habitación embrujada de Alfred James Munnings (1878-1959) cuenta una trama enredada: un fantasma perturba a una mujer durante su sueño, ella grita sentada en la cama y un hombre se asoma por un lado de la piecera. ¿Por qué llega esa aparición a la recámara? ¿Será que en esa misma cama sucedió un asesinato? No se sabe; las historias las debe de completar quien contempla la imagen.
A pesar de que nos gustaría sentirnos muy lejos del folclor y de la ignorancia del siglo XIX, el tema de lo paranormal aún nos hace crear arte. Nada menos, la muestra Blur of the Otherworldly: Contemporary Art, Technology, and the Paranormal del Museo Metropolitano de Nueva York congregó numerosas obras de artistas que, haciendo uso de las nuevas tecnologías, especulan sobre el Más Allá. A su vez, las inquietantes fotografías de Corinne May Botz de la serie “Haunted Houses”[1] (2010) nos acercan a algunos de los recintos más embrujados de los Estados Unidos.
Al parecer, mientras haya espacio para especular sobre qué es lo que hay después de la muerte habrán producciones artísticas que involucren temas paranormales. Así, los fantasmas seguirán su costumbre de aparecerse de vez en cuando en los lienzos, ya sea materializándose desde los relatos orales y las grandes novelas, o viniendo a contar su propia historia de viva voz y a todo color.
[1] Puedes mirar estas imágenes en este vínculo: https://www.corinnebotz.com/haunted-house