En las postrimerías del siglo XIX, un médico austriaco llamado Sigmund Frued cambió la concepción que teníamos sobre nuestra psique con su teoría sobre el inconsciente. Hoy, su legado en los campos de la psiquiatría es indiscutible; pero, ¿qué lugar ocupaba el arte en el quehacer del padre del psicoanálisis?
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Detrás del escritorio de Sigmund Freud —en el museo que lleva su nombre en Londres—, encontramos la parte medular de su biblioteca, en la que las obras de Shakespeare ocupan un lugar privilegiado. Freud empezó a leer al dramaturgo inglés cuando tenía ocho años, y era común que lo citara en cartas dirigidas a sus amigos, compañeros o seres queridos; también utilizó fragmentos de sus obras de teatro para ayudarse a comprender aspectos torales de la vida, como el fracaso y la muerte.
Lo más significativo es que las obras de Shakespeare forman parte de la materia prima de la que se nutre el psicoanálisis: temas, imágenes y diálogos de las obras de teatro se entretejen a lo largo de los textos fundacionales de esta corriente, de manera que sugieren una influencia sustantiva. La relación intertextual de Freud con el Bardo de Avon tomó muchas formas, incluyendo la cita, la alusión y la interpretación literaria, como señala Christian Smith en su tesis doctoral al respecto. Pero Shakespeare no fue la única influencia artística del padre del psicoanálisis…
Freud decía que Leonardo da Vinci le recordaba a Hamlet, pues cada una de las criaturas humanas corresponde a uno de los infinitos experimentos posibles que se ven reflejados en su vida; es decir, que en cada decisión que tomamos, descartamos tantas otras de un amplio abanico de posibilidades —aunque también es cierto que nuestra vida tiene mucho de casual, de factores que no podemos controlar y que influyen especialmente en la etapa formativa. El neurólogo austriaco creía que parte del genio de Da Vinci respondía al hecho de ser un hombre con una vida infantil, pero con un talento que le permitió desarrollarse como un hábil investigador. Consideraba que su estatus de hijo ilegítimo y la esterilidad de su primera madrastra —Donna Albiera— también habían sido decisivos en su vida, en tanto que las necesidades de nuestra constitución como personas y los accidentes vividos en la infancia nos marcan en etapas posteriores.
Freud sostiene su teoría en una memoria que Leonardo plasmó en sus apuntes, donde cuenta uno de sus primeros recuerdos: se hallaba en la cuna y un buitre se le acercó, le abrió la boca con su cola y lo golpeó con ella repetidamente entre los labios [1] —para Freud, la escena habla de una homosexualidad latente. En otro pasaje, el artista italiano relata que le parecía repulsivo todo lo que tuviera que ver con la procreación, y sugiere que si no hubieran caras bonitas y posiciones sensuales, nuestra especie se extinguiría. Así vemos que su desinterés por el sexo —parecido al de un niño que mira con desagrado cómo sus padres se besan— pudo haberse traducido en mucho tiempo libre, que para nuestro beneplácito utilizó en la creación de hermosas obras de arte e invaluables estudios sobre diversos temas —en uno de sus textos, por ejemplo, podemos ver escrito de derecha a izquierda, como él solía hacerlo: “El Sol no se mueve”, mucho antes de que Galileo llegara a esa conclusión.
Otro artista convertido en objeto de estudio por Freud es Dostoyevski, en quien distinguía cuatro facetas: las del poeta, el neurótico, el moralista y el pecador. Le da crédito al afirmar que Los hermanos Karamazov es la novela más lograda jamás escrita, aunque quizás esto se deba a que aborda uno de sus temas favoritos: el parricidio. Y, sin embargo, es muy duro con el escritor ruso al decir que a éste le pesaba el moralismo, en tanto que lucha con desespero por conciliar las aspiraciones instintivas del individuo con las exigencias de la comunidad humana, pero termina por tomar la peor decisión: someterse a la autoridad seglar y a la eclesiástica, propugnando un estrecho nacionalismo —lo cual, como hemos tenido la mala suerte de constatar, no ha traído buenos resultados para el desarrollo de los individuos o de las sociedades, sino consecuencias funestas y devastadoras, muy alejadas del valor de la libertad.
Volviendo al parricidio, Freud apunta que es tema de tres grandes obras de la literatura: El Edipo de Sófocles, el Hamlet shakespeariano, y Los hermanos Karamazov. En el drama griego, Edipo es el autor material del acto; no obstante, al ignorar que se trataba de su padre, se plantea el motivo inconsciente del protagonista como una fatalidad ajena a él, además de que reconoce y castiga su culpa. En la obra inglesa, otro sujeto comete el crimen; sin embargo, el príncipe Hamlet se encuentra extrañamente imposibilitado para vengar la muerte por la culpa que siente a raíz de un deseo propio. Y en la novela rusa tampoco es Dimitri —el personaje principal— quien termina con la vida de su progenitor, sino otro de los hermanos, que aparece casi como un redentor; para Freud, esto no puede significar otra cosa que la identificación con los impulsos asesinos y un narcisismo ligeramente desplazado.
Es tanta la admiración e inspiración que provocaron estos autores en Sigmund Freud para la construcción de sus teorías, que al escribir su discurso a propósito del premio Goethe que le fue otorgado, dijo que su trabajo psicoanalítico podía entenderse a través de las primeras líneas del Fausto, y que creía que podían ser repetidas por cualquier persona interesada en realizar este tipo de análisis: “De nuevo os acercáis, vagas formas que allá en los días de mi juventud os mostrasteis ya a mi turbada vista. ¿Intentaré yo reteneros esta vez? ¿Siento mi corazón inclinado todavía a aquellas ilusiones?…”
[1] En su ensayo Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci, Freud escribe: “Nos hallamos, pues, ante un recuerdo infantil y por cierto singularísimo, tanto por su contenido como por la época en que es situado. No es quizá imposible que un individuo conserve recuerdos de la época de la lactancia, pero tampoco puede considerarse como cosa demostrada. De todos modos, el contenido de este recuerdo de Leonardo nos parece tan inverosímil y fabuloso, que nos inclinamos a aceptar una distinta hipótesis, con la que eludimos las dos dificultades antes indicadas”.