Son muchas las religiones, doctrinas, tradiciones y escuelas que predican que un camino a la felicidad es el agradecimiento por nuestra existencia, por nuestro ser físico y por todo lo que tenemos —o creemos tener, porque lo cierto es que nadie es dueño de nada en realidad—; desde el cristianismo, que nos enseña a agradecer por los alimentos y por el mundo que nos rodea, hasta el pensamiento new age con sus memes y frases de agradecimiento al Universo, al parecer parte del camino espiritual nos lleva a adoptar la virtud de la gratitud y la práctica del agradecimiento.
Pero en esta ocasión no ahondaré en los benéficos mecanismos mentales y cerebrales que se activan cuando agradecemos desde el corazón, ni del buen karma —como dicen los budistas— que uno se genera cuando ayudamos desinteresadamente a los demás. Más bien, me interesa exponer tres causas comunes que nos impiden experimentar la sensación de gratitud y expresarla en agradecimiento, tanto a los demás como a nosotros mismos.
Siempre queremos más
En el mundo occidental, una parte de importante de la dinámica social y de los impulsos individuales tienen que ver con la sensación de mejora y de progreso. Esto se refleja en la preocupación colectiva por tener más —más dinero, más energía, más poder, más posesiones— o por ser más —más importantes, más hermosas, más delgados—; así, ¿cómo podemos sentir gratitud si nuestros cuerpos son imperfectos, no hemos acumulado riquezas y no somos las personas exitosas que la escuela y la publicidad nos dicen que debemos ser?
Este es quizás el impedimento más grande para la gratitud, pues incluso evolutivamente parecemos estar programados para acumular en previsión de un futuro donde podría haber escasez, y eso no sólo aplica en el ámbito material. Desde luego que no está mal desear mejores condiciones de vida a cambio de menores esfuerzos y sufrimientos; pero si siempre queremos más, estaremos condenados a pasar el resto de nuestras vidas persiguiendo una felicidad que, como una zanahoria que cuelga frente a nuestras narices, se aleja un poco más cada vez que damos un paso para acercarnos a ella.
Tenemos miedo a perder
Si eres como yo, quizás en el fondo de tu inconsciente está bien sembrada la idea de que es el sufrimiento, y no el goce, lo que nos conduce al premio de la vida eterna. Así, en una especie de pensamiento mágico, algunos sentimos un miedo irracional a sentir dicha por nuestra salud o nuestra suerte, pues es como si eso atrajera un castigo o una fatalidad que termina arrebatándonos justo aquello que atesoramos, reconocemos o amamos. Como cuando, en uno de mis cumpleaños, agradecí “por mis dones y mis cinco sentidos”, y pocos meses después mi oído izquierdo quedó inutilizado por un caso hereditario de hipoacusia súbita.
No sé si, en efecto, exista una autoridad divina que, balanza en mano, esté constantemente sopesando mi soberbia o mi orgullo, lista para quitarme de tajo los motivos que tengo para sentirlos. Más bien creo que a veces confundimos la gratitud con el apego y pensamos que, al dar las gracias, es como si detuviéramos el tiempo y el inexorable cambio, cuando la verdad es que cada persona, animal o circunstancia con que nos encontramos siempre está de paso y que, más que aferrarnos a ellos, sólo nos queda estimar y reconocer que ese encuentro, largo o breve, haya sucedido.
Nunca estamos en el presente
Admitámoslo: en esta parte del siglo XXI, casi todo el tiempo estamos pensando en el futuro, preocupándonos y previendo aquello que puede pasar, o en el pasado, sintiendo nostalgia o arrepentimiento por las acciones y los hechos que ya sucedieron. Y, al parecer, para sentir gratitud es necesario estar bien plantados en el presente, viviendo y sintiendo intensamente lo que sea que esté pasando frente a nosotros y en nuestras vidas.
Por ello, te invito a que a cada tanto —quizá no diariamente, pero sí con bastante frecuencia—, hagas una pausa clara y deliberada en tu trajín físico y mental cotidiano, y “hagas base” en tu presente y tu circunstancia actual. Evita divagar —no pienses en lo que no tienes y quieres poseer, ni en lo incontrolable que quieres gobernar— y céntrate en el momento que estás viviendo, con todas sus crestas y todos sus valles. Recuerda que el pasado que siempre añoras alguna vez fue presente y que la persona sabia aprende a disfrutarlo “en vivo”, antes de tener que invocarlo en el recuerdo.