Guía para practicar la compasión

Guía para practicar la compasión
Patricio Bernal

Patricio Bernal

Inspiración

De acuerdo con las enseñanzasde su fundador, Buda Shakyamuni, un budista es tal cuando cultiva cuatro características: Mettā, ‘benevolencia afectuosa’; Muditā o ‘alegría por el bienestar de los demás’; Upekṣā, es decir, ‘ecuanimidad’; y Karuṇā, comúnmente traducida como ‘compasión’. El presente artículo trata de esta última cualidad.

Aunque etimológicamente la compasión parece referirse a un sentimiento o pasión compartida, y se define como un “sentimiento de ternura y de identificación ante los males de alguien“, la definición budista de Karuṇā la considera como “la intención de eliminar el sufrimiento y el dolor de la vida del prójimo”. Se diferencia de la Mettā en tanto que ésta busca traer bienestar y alegría a la vida de los demás, pero ambas constituyen las dos caras de una misma moneda. Además, se puede observar que el concepto de compasión que nos es familiar no va más allá de sentir lástima por quienes sufren, mientras que en el budismo existe un llamado a la búsqueda activa de la solución a tal situación.

La neurociencia ha revelado que el sistema nervioso humano pone gran énfasis en detectar el estado emocional de quienes nos rodean y en reproducir tales estados en nuestro cuerpo. Por ello, al percatarnos de que alguien sufre, la reacción natural es intentar ayudarle a salir de ese trance, y no resulta extraño hallar noticias de gente que arriesga su integridad o hasta su vida por otros. Si se piensa bien, esta característica ha permitido que nuestra especie sobreviva, pues a pesar de que también experimentamos miedo y deseos egoístas, comúnmente la identificación con los otros prevalece.

Asimismo, la neurociencia concuerda con Sidarta Gautama en la idea de que la compasión se puede aprender y cultivar. Al hacerlo, dicha respuesta se fortalece y estabiliza, y se vuelve cada vez más natural al interactuar con los demás. De hecho, al imaginar que la otra persona sufre, se activan los mismos circuitos neuronales que cuando estamos en presencia de alguien que está sufriendo, por lo que la respuesta compasiva también se refuerza.

Para comprobarlo, puedes intentar este ejercicio mental: después de relajar tu cuerpo y normalizar tu respiración, imagina que alguien importante para ti atraviesa una situación difícil. Trata de visualizar su expresión facial y de imaginar la dificultad por la que está pasando. En este punto, si enfocas la atención en tu cuerpo, notarás una opresión en el pecho, un nudo en la garganta o la tensión en tu rostro. Para realizar con éxito el ejercicio, debes permitir que tal sentimiento te inunde; una vez logrado esto, imagina que es posible enviar un mensaje compasivo a dicha persona, con cualesquiera palabras que te nazcan, como: “Sufro lo que tú estás sufriendo y anhelo que pronto te liberes de tanto dolor y puedas estar en paz”. Por último, visualiza cómo esta persona recibe el mensaje y entiende la intención que le transmitiste. ¿Cómo se sienten ahora tu cuerpo, tu mente y tu corazón? Quizás aliviados, pero el experimento aún no termina. Lo siguiente es extender estos pasos a todos los seres vivos del planeta que ahora mismo sufren. No te limites, piensa que es posible mandar un mensaje de aliento a cada uno de ellos, que tu corazón puede abarcarlos a todos y cubrirlos con tu compasión.

Alguien podría decir que es fácil imaginar todo lo anterior, pero que el ejercicio sólo ayudará a que nos sintamos mejor, y no a proporcionar ayuda real a los otros. Si bien es cierto que una reacción natural cuando estamos frente a alguien que sufre es la retirada —ya sea porque no sabemos si nuestra respuesta será la correcta, porque tememos que también podamos resultar heridos o que todo sea un truco para abusar de nuestra bondad, porque pensamos que tal vez nuestra ayuda será inútil o porque podríamos equivocarnos y agravar las cosas—, también es importante que cultivemos la compasión para superar estos mecanismos de defensa del ego y actuar con el corazón en la mano.

Algo que parece contradictorio a muchos es que una persona compasiva comienza por serlo consigo misma, pero no existe tal contradicción. La verdadera compasión surge al notar que los demás seres comparten algo con nosotros, ya sea el ser humanos o la vida misma. En una sociedad que enseña a considerarnos inadecuados e imperfectos, y nos carga de culpas y recriminaciones, esto no es fácil. El mismo Buda pasó años de meditación y privaciones hasta que logró perfeccionar su ser al punto de poder resultar de ayuda a los demás.

Para cultivar este sentimiento, después de relajarte y aquietar mente y cuerpo, debes recordar un momento difícil en tu vida —reviviéndolo en cada detalle— y notar cómo esta aprensión se apodera de tu cuerpo. Después, recuerda a alguien que en algún momento te brindó total amor y aceptación: madre, padre, abuelos, amigos, maestros… Imagina a esa persona frente a ti, viéndote con amor y comprensión; a pesar de todo lo que te reprochas, ellos te aceptan y perdonan y sólo desean que seas feliz y estés en paz. Finalmente, deja que la imagen desaparezca de tu vista pues, como bien habrás notado en ese momento, la persona que acabas de visualizar no es otro que tu propio corazón, capaz de expresar compasión por sí mismo y de extenderla a cada uno de los seres que existen. Deja que tu corazón los abarque a todos e inunda el universo con tu compasión. Cada vez que practiques esto, estarás más cerca de poder expresar la Karuṇā, no sólo en tu mente sino también con tus actos.

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