Antes de iniciar a contarles esta historia, debo ser completamente honesto: a este humilde sombrero no le gusta mucho la Navidad. La razón es sencilla: las fiestas de hoy —con su sabor a consumismo a la americana, a edulcorada hipocresía disfrazada de espíritu navideño, y a fantasías nevadas totalmente utópicas patrocinadas por la televisora de su preferencia— palidecen ante los cálidos e idealizados recuerdos de la navidades de antaño.
En aquellos lejanos días, la casa de los abuelos era el punto de reunión familiar y, siendo mi familia de cepa provinciana y católica, antes de la opípara cena era obligada la visita a la iglesia del barrio, en cuyo atrio abundaban los vendedores de ponche —con o sin “piquete”—, de luces de bengala, de velas y velitas de cera de colores, de cuadernillos con los cantos y oraciones para pedir posada y arrullar al niño, y de los indispensables cuetes. Una parte infaltable de la misa, a la que acudía con mis mejores galas y casi siempre con un grueso abrigo, era cuando el coro local entonaba el “Aleluya” de George Friedrich Handel, el cual desde entonces ha quedado indisolublemente ligado a mis recuerdos de las épocas navideñas. Y no creo ser el único con tan inevitable asociación. Pero, ¿sabías que El Mesías de Handel, el oratorio del que se desprende el archiconocido coro originalmente bautizado como “Hallelujah”[1], en principio era una composición para la Pascua y no para celebrar el nacimiento de Jesús de Nazaret?
Pues así fue: resulta que, entre agosto y septiembre de 1741, el ya entonces muy famoso músico británico de origen alemán George Friedric Handel (1685-1759) se dedicó exclusivamente a la composición de un nuevo oratorio, el cual produjo en tan sólo veinticuatro días y por encargo de la Sociedad Musical y de Caridad de Dublín. Al año siguiente, el día 13 de abril de 1742, el Music Hall de Dublín fue el escenario del estreno de Messiah, con el notable libreto de Charles Jennens; dicho evento, según recuentos de la época, rompió todos los récords de taquilla con una audiencia estimada en 700 personas —se dice que a las damas se les exigió que acudieran vestidas sin crinolina para disponer de más espacio. El dinero obtenido en dichas funciones fue donado a la caridad y sirvió para la construcción de una enfermería y un hospital.
Tras el éxito en Dublín, la obra se estrenó “oficialmente” en Londres el 23 de marzo de 1743, pero no fue bien recibida. Fue hasta 1750, cuando Handel donó las ganancias de sus presentaciones para la construcción de un hospital destinado a recibir niños callejeros y abandonados, que el público londinense finalmente aceptó la obra y la incluyó en su repertorio tradicional. En el terreno musical, la obra también fue un éxito rotundo y consagró a Handel como uno de los más grandes compositores de la era barroca.
Lo que no queda muy claro es cómo fue que El Mesías, una obra originalmente compuesta para conmemorar la muerte de Jesucristo —por algo las fechas de sus estrenos coinciden con la Semana Santa—, y no su nacimiento, terminó convirtiéndose en una de las infaltables melodías navideñas. Porque, de hecho, el oratorio se refiere al nacimiento de Jesús sólo en la primera parte; la segunda habla de su pasión, muerte, resurrección y ascensión, y la tercera es una promesa de redención y de resurrección de los muertos. Por otro lado, aunque quizá siempre lo hayas creído así, el famoso coro del “Aleluya” no alaba a Dios por el nacimiento de su hijo unigénito, sino por su resurrección tres días después de morir clavado en la cruz. El musicólogo Jonathan Kandell atribuye la adopción de Messiah en la época navideña a la escasez de música litúrgica de calidad para esta porción del calendario. Como sea, los famosos coros siempre traerán el grato recuerdo de las bengalas, las bufandas de los primos, el olor a heno, las burdas tazas de barro donde bebíamos ponche de frutos oloroso a canela, y de esas veces en que, de la mano de mi madre y mi abuelo, acudía abrigado a festejar el que quizá es el nacimiento más celebrado del mundo.
Hasta el próximo Café sonoro…
[1] Palabra hebrea que significa “Alabado sea el Señor” o “Alabado sea Dios”.