Si existe alguien que, a ciento cuarenta años de su nacimiento, aún enciende el imaginario colectivo, es Aleister Crowley, también conocido como “la Bestia”, en referencia al Apocalipsis —o por el mote que le endilgó la prensa británica cuando vivía en la abadía de Thelema: el hombre más perverso del mundo. Sin duda ese epíteto se lo ganó con su promiscua e indiscriminada actividad sexual —Crowley era bisexual, poliamoroso y muy perverso—, pero también por la propuesta existencial que ofrecía con su religión, la Thelema…
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En 1920 se fundó la abadía de Thelema en la comunidad siciliana de Cefalù. Ahí vivieron el fundador, Aleister Crowley, su esposa Rose Edith Kelly, y un séquito de entusiastas que compartían sus creencias esotéricas y sus escandalosas prácticas de magia sexual, denunciadas por la prensa británica. La Thelema se basa en una ley filosófica del mismo nombre —mucho más condensada que un decálogo de mandamientos—, que reza: Do what thou wilt shall be the whole of the Law. Love is the law, love under will o “Haz tu voluntad, ésa es toda la ley. El amor es la ley, el amor bajo la voluntad“.
Sospecho que la mayoría de quienes leen esas líneas las interpretarán más o menos así: “Es una invitación al libertinaje, a dar rienda suelta a los bajos instintos; pero si todos hiciéramos lo que nuestra ‘santa voluntad’ nos dicta, la sociedad no podría funcionar, no habría control posible, y todo sería crimen, destrucción y caos.” Suena lógico. No obstante, antes de crucificar a Crowley —como le correspondería a cualquier sedicioso que se cree el Anticristo—, vale la pena examinar con detenimiento su propuesta filosófica.
La primera palabra que llama la atención dentro de la Thelema es voluntad, que equivale a Thelema, transliteración al inglés del griego qelhma, thélema, que a su vez deriva de qelw, thelo, ‘querer, desear, anhelar, tener el propósito o la disposición’. En la Grecia clásica, este término solía tener una connotación sexual, aunque también aparece con frecuencia en la Biblia Septuaginta —la traducción al griego de los textos sagrados en hebreo y arameo—, en la que, si bien se usa para designar la voluntad humana y la voluntad del Maligno, se refiere más comúnmente a la voluntad de Yahvé.
Crowley recupera el término del escritor François Rabelais, un gran admirador del monje dominico renacentista Francesco Colonna, cuya obra El sueño de Polífilo (1499) incluía a un personaje con ese nombre: Thélème, el cual representaba a la voluntad o el deseo y era una de las dos guías alegóricas de Polífilo, el protagonista —Logistica, que representaba a la razón, era la otra. Apenas tres décadas después, Rabelais publicó el primero de sus cinco libros satíricos sobre los gigantes Gargantúa y su hijo Pantagruel; en ellos, se menciona la abadía de Thélème, cuya única regla —ya podrá usted adivinar— era: Fay çe que vouldras, “Haz tu voluntad”.
Pero ni este rancio abolengo libra a la ley Thelema de sonar a invitación al libertinaje. Sin embargo, algo que se debe tomar en cuenta es que esa “santa voluntad” que mencioné antes —y que a muchos nos recordará a nuestra madre, padre o a cualquier otra figura de autoridad moral o religiosa, refiriéndose con ironía a nuestra voluntad de obrar como queremos y no como debemos, anteponiendo el placer al deber— no es la voluntad a la que se refiere Crowley. La clave, entonces, estriba en entender dicha voluntad.
Para Crowley, cada ser individual tiene una Voluntad Verdadera, que es distinta de los deseos y antojos ordinarios del ego. En esencia, se trata de la vocación o el llamado de cada uno; así que, desde ese punto de vista, decir que la única ley válida es la de seguir la propia voluntad no es una invitación al hedonismo, sino a actuar de acuerdo con la vocación interna, que estaría identificada con la voluntad divina. Los Telemitas o seguidores de la ley del Thelema son místicos cuyas acciones buscan develar dicha Voluntad Verdadera para luego dedicarse a ella como misión de vida, por completo y sin reservas, liberando las pulsiones inconscientes del férreo control que ejerce sobre ellas la mente consciente —en especial sobre las expresiones sexuales, que en la Thelema se consideran una manifestación del poder divino de la creación.
Para lograr todo ello, Crowley ofrece un método en Liber AL vel Legis, o Libro de la Ley, que fue escrito durante la luna de miel de Aleister y Rose Crowley en El Cairo. Si hemos de creer su historia, se trataría de uno de los libros más excepcionales de que se tiene memoria, pues marca el inicio de una nueva era: el Eón de Horus, en el que el ser humano se concebirá como centro de su propio universo. Crowley sostenía que un ente llamado Aiwass —que resultaría ser su Santo Ángel Guardián, enviado por Horus—, le dictó el libro al mediodía de los días 8, 9 y 10 de abril de 1904, a razón de una hora diaria.
El Liber AL vel Legis consta de tres capítulos, y éstos de una serie de enunciados o párrafos cortos —sesenta y seis en el primer capítulo, setenta y nueve en el segundo y setenta y cinco en el tercero— que Crowley escribía conforme le eran recitados. Por esa razón, algunos de ellos tuvieron que ser editados, pues no alcanzó a transcribirlos correctamente —su esposa Rose, que era médium, fungió como canal psíquico para corregirlos. El texto original es del dominio público y no es difícil hallarlo; las versiones traducidas también se editan con frecuencia y se incluyen en antologías esotéricas.
El Libro de la Ley también incluye una serie de comentarios al texto, hechos a posteriori, sin los cuales sería casi imposible entender su sentido. Para darnos una idea de lo anterior, veamos los tres incisos iniciales del primer capítulo:
1.¡Had! La manifestación de Nuit.
2. La develación de la compañía del cielo.
3. Todo hombre y toda mujer es una estrella.
Esto da pie a comentar que Nuit es la más alta deidad en Thelema; ella es el cielo nocturno, arqueada sobre la Tierra como una mujer desnuda; también es la Gran Madre, origen de todas las cosas. Su consorte es Hadit, lo manifiesto, el movimiento, el tiempo, “la llama que arde en el corazón de cada hombre y en el núcleo de cada estrella”. También está Ra-Hoor-Khuit, avatar de Horus, que es simbolizado como un hombre entronizado, con cabeza de halcón y portando una vara —como se puede notar, esta cosmología está basada en la egipcia—; el resto de los textos abunda en detalles sobre la ley Thelema.
Pero entonces, ¿en qué consiste la propuesta de Crowley para hallar y seguir la Voluntad Verdadera? El camino incluye: yoga básico, en especial el ejercicio de posturas —asanas— y de la respiración —pranayama—; un ritual menor del pentagrama, según lo practica la Rama Dorada, grupo con el que Crowley estuvo relacionado en sus primeros años; un ritual para la invocación del Santo Ángel Guardián, llamado Liber Samekh; otro ritual que consiste en cuatro adoraciones diarias al Sol, llamado Liber Resh; la adopción de un diario mágico con la finalidad de considerar críticamente si las propias experiencias pueden ser confiables o son consecuencia del autoengaño —Crowley fomentaba el escepticismo— y, por supuesto, diversas prácticas masturbatorias, hétero y homosexuales, conocidas como “magia sexual”. A todo este conjunto de acciones se le conoce como Magick.
Se dice que Theodor Reuss, Gran Maestre de la Ordo Templi Orientis (OTO), le reclamó a Crowley el haber divulgado los secretos de la orden, celosamente guardados desde su fundación; en respuesta, Crowley lo convenció de que todo era una coincidencia divina que resultaba de que ambas escuelas fueran genuinas, de modo que Crowley terminó siendo iniciado al grado máximo que concede esta sociedad y se convirtió en su representante en Inglaterra.
Tras la muerte de Crowley, esta orden sigue cultivando la Thelema, así que si alguien quiere acercarse con actitud crítica, pero abierta, al estudio de esta propuesta, es posible dar con alguna de las ramas de la OTO. También es posible que alguna vez encuentre por ahí otra señal: un hexagrama unicursal —esto es, trazado en una sola línea y no como dos triángulos invertidos— con una flor de cinco pétalos en su centro, simbolizando la unión de lo masculino y lo femenino, y de lo humano y lo divino: el ideal de los Telemitas.