Casi una década antes de que Vasily Kandinsky, Piet Mondrian y Kazimir Malévich sorprendieran al mundo con su arte abstracto, una artista prácticamente desconocida creaba coloridos mundos hechos de símbolos y figuras geométricas, convirtiéndose así en la auténtica pionera del arte no figurativo en el mundo occidental. Su nombre era Hilma af Klint, y el motor de su originalidad fue el anhelo de comunicarse con los espíritus, cuyos mensajes quedaron capturados en cientos de hechizantes pinturas.[1]
Nacida en Solna, Noruega, en 1862, Hilma era una mujer con una poderosa sensibilidad, que lo mismo se nutría de conceptos científicos, como la teoría de la evolución de Darwin, que de tendencias y creencias populares en su tiempo, como la teosofía, la antroposofía y el espiritismo. En 1880, su hermana menor murió y Hilma comenzó a asistir a sesiones espiritistas con la esperanza de recibir un mensaje de ella, lo cual determinaría el rumbo que tomaría su obra artística.
Durante los siguientes cinco años, estudió en la Academia Real de las Bellas Artes, donde —a juzgar por sus paisajes y autorretratos— perfeccionó las técnicas propias del realismo, aunque la audacia en sus pinceladas ya delataba una rebeldía contra los estilos tradicionales. En 1896, empezó a reunirse con otras cuatro mujeres para realizar sesiones espiritistas, en las que la médium Cornelia Caderberg llenaba cuadernos enteros con dibujos y escritura automática que, supuestamente, le eran revelados por los espíritus. El grupo, bautizado como “Las cinco”, aseguraba tener constante comunicación con una serie de entidades a las que se referían como “Los altos maestros”, quienes en cada encuentro les revelaban una pieza del inmenso rompecabezas del conocimiento oculto.
En 1903, Hilma se convirtió en la médium del grupo. Tres años más tarde, un espíritu llamado Amaliel le encomendó convertir los dibujos —o mensajes— que había recibido en una serie de pinturas que habrían de adornar un monumental templo en forma de espiral. Hilma pasó los siguientes nueve años trabajando en estas obras, que sumaron 193 y serían conocidas como Las pinturas para el templo; en ellas aparecen elementos tomados del mundo de la religión, el folklor, la ciencia y el lenguaje, así como figuras abstractas rebosantes de simbolismo.
Las pinturas para el templo están conformadas por distintas colecciones, entre las que destacan: Caos primordial, veintiséis pequeños lienzos pintados al óleo que ilustran el nacimiento del mundo; La serie Eros, ocho pinturas completamente abstractas hechas en tonos pastel; y Las diez más grandes, lienzos de tres metros de altura en los que los altos maestros, a través de Hilma, explican la conexión del ser humano con el universo durante las distintas etapas de la vida: niñez, juventud, adultez y vejez.
Caos primordial, No. 6, 1906-1907
Las diez más grandes, No. 3, Juventud, 1907
Las diez más grandes, No. 6, Adultez, 1907
Las pinturas fueron un secreto sólo conocido por las cuatro amigas de Hilma —y quizá por unos cuantos espíritus—, hasta que en 1906 su autora decidió mostrárselas al teósofo y futuro iniciador de la antroposofía, Rudolf Steiner, quien puso en tela de juicio el origen sobrenatural de las obras, aunque reconoció su valor simbólico. La reacción ambivalente de Steiner fortaleció el deseo de Hilma de mantener ocultas sus pinturas, que seguramente no hubieran sido bien recibidas por el público ni la crítica de una época en la que se creía que las mujeres únicamente podían aspirar a “hacer copias”, pero no producir verdadero arte. Si los primeros cuadros abstractos de Kandinsky fueron descritos por los críticos como “bellos en un sentido meramente decorativo y adecuados para inspirar el diseño de alfombras”, ¿qué clase de comentarios habría recibido una mujer que se atrevió a desafiar el canon, y que además lo hizo sirviéndose de sesiones espiritistas?
Desilusionada tras su encuentro con Rudolf Steiner, pero decidida a cumplir la promesa que le había hecho a Amaliel, la artista regresó a su estudio y comenzó a trabajar en una nueva colección de pinturas, a la que llamó El árbol del conocimiento, la cual muestra una conexión estilística con el Art Nouveau. Entre 1914 y 1915, dio vida a El cisne, una serie que presenta a parejas de estas aves en blanco y negro —simbolizando la unión de opuestos necesaria para la creación de la piedra filosofal— primero de manera figurativa y, después, de forma abstracta al reemplazar las figuras de los cisnes con cubos.
El cisne, No. 11, 1915
Las pinturas para el templo fueron completadas con dos series más: La paloma y Piezas para el altar. La primera habla de la unidad y la paz a través de uno de los símbolos cristianos más representativos, y la segunda está conformada por tres obras de gran formato —que adornarían el altar que se encontraría en la cúspide del templo— inspiradas en la teoría evolutiva teosófica, según la cual la evolución puede ocurrir en dos direcciones: desde lo físico hasta lo espiritual —como sucede cuando una persona alcanza el estado de iluminación— o al descender desde un estado más elevado de consciencia al mundo material, en el que el espíritu se encarna para aprender a través del sufrimiento y las limitaciones.
Piezas para el altar No. 1, 1915
Piezas para el altar No. 2, 1915
Hilma nunca llegaría a construir el templo que le fue encomendado y, sin embargo, en 2019 su obra se exhibió en un edificio que tal vez hubiera podido satisfacer los caprichos arquitectónicos de los altos maestros: el Museo Guggenheim de Nueva York, donde el espectador iba ascendiendo los distintos niveles de una espiral, mientras descubría un universo que permaneció oculto hasta 1986, cuando las pinturas de Hilma salieron a la luz.
Resulta interesante que otros artistas, como Kandinsky, también hayan utilizado la abstracción para representar dimensiones más sutiles del universo o de la consciencia, como si en la pureza del color y las formas existiera un lenguaje idóneo para expresar las verdades del espíritu. Un lenguaje que Hilma af Klint dominó mucho antes de que el mundo siquiera hubiera oído hablar del arte abstracto.
[1] La información presentada en este texto fue obtenida del libro Hilma af Klint: Paintings for the Future, editado por el Museo Guggenheim.