Inventos de la era victoriana

Inventos de la era victoriana
Bicaalú (autor)

Bicaalú

Inventos

Más de un estudioso ha señalado que el reinado de Victoria del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda y emperatriz de la India (1837-1901) quizá fue el último periodo en que la humanidad confió en su propia capacidad de producir prosperidad y paz de la mano de la tecnología y de los valores morales que le indicaban a cada quien su posición en la vida y el porqué era reprochable aspirar a emparentarse con alguien que no era de “su condición” —pero eso sí: no tenían reparo en que alguien se enriqueciera explotando la mano de obra barata de las clases populares, a los esclavos de las colonias y las materias primas que se extraían de las tierras despojadas a éstos.

Tras la era victoriana [1]  vendrían los horrores químicos y genocidas de las guerras mundiales y el fantasma del holocausto nuclear. Quizá por ello ahora añoramos esos días en los que reinaba la caballerosidad, el ingenio, el diseño rebuscado, el poder del vapor [2]  y la entonces recién dominada energía eléctrica, los cuales desataron una ola de creatividad inventiva que adoptó múltiples formas, de entre las cuales hemos elegido algunas de las más singulares:

El bastón multipropósito —multi-purpose cane

El bastón multipropósito

Los súbditos de la corona inglesa debían estar preparados para cualquier eventualidad, muy en el espíritu del barón Baden-Powell, teniente general del ejército británico y fundador del escultismo —el club de actividades grupales al aire libre que creó para combatir la delincuencia juvenil y que tiene como lema: “Be prepared o “Siempre listos”; es decir, los boy scouts. Por ello es que para cualquier caballero victoriano era indispensable contar con este artilugio que antecede a la navaja suiza, pero de un modo mucho más extravagante.

¿Por qué cargar un simple bastón cuando uno podía traer además: una red para capturar justo ese espécimen de mariposa que nos hacía falta en la colección, una cinta con la que se podía medir la altura de un caballo —quizá para estimar su edad y pedigrí—; una flauta que sirviera de esparcimiento durante los largos paseos en la campiña inglesa, una pipa para rendir un merecido homenaje a sir Walter Raleigh por haber popularizado el tabaco traído de las colonias, y un útil paraguas para burlarse del proverbialmente impredecible clima inglés?…

Artilugios para la escritura

Artilugios para la escritura

Una sociedad tan industriosa debía estar bien organizada, así que multitudes de cartas se redactaban a diario a fin de que todo marchara sobre ruedas. En ese afán, y para ahorrar tiempo, algunos aprovechaban los largos trayectos para escribir; pero como los vehículos de vapor o de combustión interna eran escasos, y la bicicleta —otro gran invento victoriano— tampoco era buena opción para redactar misivas importantes, la gente prefería escribir mientras viajaba en carreta. Sin embargo, al carecer de un sistema de suspensión, el viaje en carruaje tirado por caballos distaba de ser estable y esto repercutía en la calidad de la caligrafía.

Por todo ello, fue creado el estabilizador de la escritura —Writing Stabilizer—, que consistía en un par de tiras metálicas para fijar las esquinas superiores de una tableta sujetapapeles en lo alto de la pared ubicada detrás del viajero, las cuales, combinadas con una banda que sujetaba la parte inferior de la tableta al antebrazo de la persona, permitían emular la escritura sobre la superficie de un escritorio —si no le queda clara la explicación, mejor vea la ilustración. Nos preguntamos si este ingenio se adaptará para usar nuestras actuales tabletas informáticas —si es así, que sea en estilo steampunk, por favor.

Y si era necesario contar con más de una copia del mismo documento, y como todavía no se había inventado el papel carbón —una solución demasiado simple, aburrida y directa—, la imaginación victoriana se valió de alambres y poleas para proponer el diplograph, que se traduciría como “diplógrafo”: al escribir con una de sus dos plumas paralelas, el dispositivo duplicaba cada movimiento de dedos y muñeca en sendas hojas de papel, evitando así la molestia de tener que reescribir el documento.

Los dientes de Waterloo

Los dientes de Waterloo

Con la prosperidad de los buenos tiempos victorianos también vino un cambio en la dieta, que incluyó un aumento en la ingestión de azúcar, lo cual resultaba en complicaciones dentales que, con la pobre técnica odontológica de aquellos días, a menudo terminaban en la pérdida de una o más piezas. Así que fue necesario buscar la manera de reemplazarlas.

La creación de prótesis dentales es un arte antiguo: los etruscos, por ejemplo, confeccionaban fantásticas piezas dentales de marfil o hueso cubiertas de oro, las cuales no sólo daban un aspecto regio sino que, incluso, servían para comer con ellas. Pero en la época victoriana las cosas eran muy distintas: las prótesis rara vez ajustaban, su aspecto era demasiado alejado al de una dentadura real y, al ser de materiales orgánicos, se descomponían al poco tiempo, aunando a la incomodidad física un olor cada vez más repugnante; la porcelana tampoco proveía de la dureza y resistencia necesarias, pero durante décadas estos materiales compitieron por la preferencia de los clientes chimuelos lo suficientemente adinerados para costear una de estas exuberantes piezas.

La mejor opción, entonces, era usar dientes humanos, pero conseguirlos no era fácil: algunos ofrecían dinero a cambio de cada pieza dental —y seguramente había más de un desesperado que recurría a este modo de financiamiento—, pero como la demanda crecía, hubo que hallar otras fuentes. Una de ellas era, por ejemplo, la de los “resurreccionistas”, que exhumaban cadáveres de forma clandestina para vender los cuerpos y esqueletos en las escuelas de medicina.

Una fuente extraordinaria y abundante la constituían los campos de batalla, donde cientos de jóvenes —otrora frescos y rozagantes— yacían exangües, sin mayor necesidad de sus impecables dentaduras. Diversos conflictos bélicos, como la guerra de Crimea a mediados del siglo XIX, contribuyeron a esta causa; pero fue la batalla de Waterloo, en la que Napoleón Bonaparte fue derrotado por la alianza angloprusiana, la que dio nombre a las dentaduras postizas que se obtenían de los cadáveres de los soldados caídos en batalla. Así, los Waterloo Teeth se convirtieron en una de las principales materias primas para la fabricación de las macabras prótesis, por lo que más de un caballero inglés debe de haber maldecido a los enemigos franceses… con una parte de ellos en su boca. Una maldición de dientes para afuera, por así decirlo.

Cierre artículo

[1] Así se le conoce a esos sesenta y tres años y siete meses que duró la reina Victoria en el trono, un récord que acaba de batir la actual reina Isabel II.

[2] Hecho que se reinventa en el steampunk, un subgénero retrofuturista de la ciencia ficción en el que las máquinas más fantásticas son alimentadas con la energía del vapor.

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