Las personas no dejan de jugar porque envejecen,
más bien envejecen porque dejan de jugar.
Oliver Wendell Holmes
Recuerdo que, cuando dejé atrás el kínder y pasé a primero de primaria, mi vida se hizo gris. Al llegar a mi pupitre el primer día de escuela, le pregunté a la que sería mi maestra dónde estaban todos los colores y los juegos que teníamos en el anterior salón de clases. Ella me respondió: “Se acabó el juego; ya creciste y ahora te toca estudiar y hacer tareas”.
Todos tenemos una historia que surge en nuestra memoria infantil. Un recuerdo de nosotros mismos jugando nuestro juego favorito, que hoy hace que el alma se vuelva a llenar de gozo, como si estuviéramos viviéndolo de nuevo: pasar horas trepando árboles, imaginando en solitario que éramos vaqueros, detectives, espías o soldados romanos, jugando con hermanos, primos y amigos. Sin embargo, una vez que el recuerdo se apaga, sentimos que ese placer se ha ido diluyendo con el tiempo por la necesidad de ocuparnos de asuntos “serios”. Y como una de las acepciones que existen para la palabra jugar es “actividad intrascendente”, poco a poco la hemos hecho a un lado. Es juego de niños, decimos. Pero, ¿qué importancia tiene el juego en nuestro desarrollo, en nuestra salud y en nuestra evolución?
El doctor Stuart Brown, fundador del Instituto Nacional del Juego, ha dedicado parte de su vida a investigar las bondades y beneficios que proporciona el juego en los seres vivos. En una conferencia dictada en 2008, mostró un ejemplo del rol evolutivo del juego: una pareja de lobos se encuentra atada en el Polo Norte cuando aparece un oso polar hambriento acercándose en actitud de ataque; los lobos comienzan a inquietarse, pero la hembra agita su cola como si estuviera frente a algo familiar; el oso se aproxima lentamente y, cuando tiene a la loba enfrente —para sorpresa de quienes los filmaron—, sucede que el inmenso oso polar se sumerge en una danza de juego con la loba, olvidando su propósito inicial de alimentarse. Según el doctor Brown, este hecho demuestra que una actitud de poder puede ser anulada por un proceso natural como el juego.
En la misma charla, el investigador refiere el caso de dos grupos de ratas de laboratorio: el primer grupo fue privado del juego desde su nacimiento y al otro se le instalaron varios juegos donde las ratas pasaban largo tiempo; un día, se colocó cerca de ellas un objeto con olor a gato y ambos grupos corrieron a refugiarse; el primer grupo, que nunca jugó, jamás salió de su guarida y todas murieron; el segundo grupo, que sí había jugado, permaneció guarecido un rato pero al poco tiempo se atrevió a salir a explorar y, al constatar que no había ningún peligro, continuaron con su vida y su conducta normales. Según Brown, algunos efectos adversos similares se presentan entre los seres humanos —pues nuestra anatomía cerebral es similar a la de las ratas—, e incluso existe la teoría de que algunos asesinos en masa tuvieron infancias privadas de juego.
Nuestra cultura parece tener una relación de amor/odio con el acto de jugar: financiamos una enorme industria juguetera que genera ganancias millonarias cada año, pero asignamos pocos recursos a investigar el acto de jugar y sus consecuencias en la salud. Volviendo a las investigaciones de Stuart Brown, vemos que jugar es parte de nuestro proceso evolutivo: inicia cuando madre e hijo —o hija— se funden en una mirada e instintivamente ríen y juguetean, y continúa a lo largo de los primeros años: el niño que forma bolas de lodo o nieve para lanzarlas durante un juego está estableciendo conexiones entre su cerebro y sus manos, quienes se sometieron a “las luchitas” con sus coetáneos adquieren destreza física —a la manera de los felinos—, quien jugó en solitario desarrolla habilidades narrativas y quienes practicaron juegos sociales crecieron con un sentido de pertenencia; en el otro lado de la moneda, los niños que fueron privados del juego son más proclives a desarrollar cuadros depresivos en su vida adulta: así de importante es el juego en el desarrollo físico, social y emocional.
Por estas razones es que compañías como Pixar e IDEO están convencidas del poder del juego como impulsor de la creatividad. Tim Brown, CEO de IDEO, aboga por un “estado de juego permanente”, pues al jugar se caen algunas barreras psicológicas. Muchas personas que creen que “no son creativas” se sorprenderían de su habilidad de generar ideas novedosas y resolver problemas cuando éstos se presentan en un entorno de juego. Jugar abre la puerta a concebir lo imposible en lo posible. Al salirnos de “nuestra caja”, por instinto de supervivencia sentimos la necesidad de crear e innovar para afrontar el cambio: por eso, cuando un ser humano participa en un juego intrascendente, sin juicios de valor, relajado y en confianza, activa partes del cerebro como el cerebelo, que no se estimula con acciones sedentarias y rutinarias.
Tener una actitud lúdica nos reconcilia con la vida. La humanidad existe porque el hombre tiene la capacidad de inventar y esa cualidad le es única como especie. Así que cuando el estrés te agobie, cuando te sientas aburrido o desalentado, o no encuentres la solución a ese problema que te preocupa, recurre al juego, que es un gran disparador del gozo y la creatividad. ¿Jugamos?…