En un episodio de la temporada nueve de Los Simpson, cuando Bart y Lisa incursionan en el periodismo reportando historias cursis y sensibleras de Springfield, aparece por primera vez Eleanor Abernathy, mejor conocida como “La loca de los gatos”, una mujer a todas luces desquiciada que sufre de trastorno de acumulación y vive con un gran número de gatos —los cuales también usa como arma, al arrojarlos a los transeúntes—. Si bien Eleanor es un estereotipo, la ciencia ha confirmado un vínculo entre los gatos y el desarrollo de la locura.
Como amante de los gatos que soy desde la infancia, estoy acostumbrado a leer y oír versiones, historias y explicaciones históricas o científicas que vinculan a los inocentes felinos con el mal, la brujería, el Diablo o, como en este caso, la psicosis. Una parte de ellas deriva del odio ancestral a los gatos presente en textos sagrados de las religiones judeocristianas, el cual se explica por la devoción que sentían por ellos los egipcios en la época cuando los hebreos eran sus esclavos y recibían peor trato que cualquier felino callejero.
Siglos después, durante la Edad Media era común cazar y matar gatos —negros, en especial— por diversión, pero estas matanzas terminaron dejándolos sin los predadores naturales de las ratas, las cuales se reprodujeron a placer y, de modo indirecto, fueron responsables de la Peste Negra que mató a una tercera parte de la población medieval europea.
Total que con mucha frecuencia se ha vinculado a los gatos con el lado oscuro del ser humano y, desde luego, con la pérdida de la cordura. Estudios científicos han analizado, con cifras y estadísticas, la relación entre la posesión o convivencia cercana con felinos y la incidencia de trastornos mentales, pero un estudio reciente realizado por investigadores australianos confirmó el claro vínculo que existe entre tener gatos y desarrollar esquizofrenia.
En entrevista para el portal científico Science Alert, el doctor John McGrath del Centro de Investigaciones en Salud Mental de la Universidad de Queensland, Australia, y líder del estudio, afirmó que existe “una significativa asociación positiva entre tener un gato —o, en sentido amplio, haber convivido con uno de cerca— y un mayor riesgo de trastornos esquizoides: tras ajustar las covariables, encontramos que los individuos expuestos a gatos tenían aproximadamente el doble de probabilidades de desarrollar esquizofrenia”.
Muchos estudios previos explican el desarrollo de enfermedades mentales con la presencia de un parásito conocido como Toxoplasma gondii, el cual con mucha frecuencia vive en los gatos y se transmite a los humanos por medio de las heces o de una mordida de un animal infectado. Esta toxina no causa síntomas, pero es responsable de un deterioro cognitivo que modifica los pensamientos, las emociones y la conducta de quien la porta, lo cual a menudo deriva en esquizofrenia.
Pero el estudio australiano analizó 17 estudios previos, incorporó sus resultados en las conclusiones y dictaminó que no todos los casos de esquizofrenia podían explicarse por el toxoplasma. Además de otras infecciones, los psiquiatras australianos no descartaron que exista algún otro tipo de correlación más allá de la relación biológica entre felinos y humanos. Al final, reconocieron que hacen falta mayores investigaciones para determinar si se puede hablar de una relación causa-efecto… o si los dueños de gatos de por sí ya “pintamos para locos” y son otras circunstancias las que detonan, o no, la aparición de la psicosis.