Es 1984, año que eligió Orwell para titular su distopía futurista, ahora clásica. El aire huele a fijador en spray. Suenan Mecano, The Smiths, Van Halen, José José, Iron Maiden… Colores neón y cocaína. Se estrena la primera película de Freddy Kruger, la —supuestamente— última de Jason. Indiana Jones cautiva al mundo con su látigo. También, a finales de ese año, el 15 de diciembre, en un sitio de pruebas atómicas cercano a Las Vegas, en Nevada, Estados Unidos, detona la bomba atómica número 1023, de ochenta kilotones. Ísotopos de uranio-235 o plutonio-239 hacen fisión provocando una reacción nuclear en cadena sostenida que desaparece toda señal de vida a kilómetros y kilómetros a la redonda.
Es, asimismo, el año de aparición de Armas y esperanza de Freeman Dyson, publicado por el FCE en México tan sólo cuatro años después. Dyson es un analista y consultor de guerra británico, una de las personas con mejores credenciales para hablar del tema, pues trabajó como consejero tanto para la Unión Soviética como para los Estados Unidos durante los años sesenta y setenta; es decir, en una buena parte de la Guerra Fría. Un militar simpatizante de los movimientos a favor de la paz. Amigo lo mismo de diplomáticos que de activistas, de fabricantes de armas que de políticos. Un hombre sagaz, astuto, realista y lleno de esperanza.
Su texto analiza pormenorizadamente distintos enfoques sobre la guerra como fenómeno humano, intercultural y atemporal; una desastrosa pero inesquivable constante en el desarrollo de toda clase de sociedades regidas por un número vasto y diverso de ideas. ¿Qué nos inspira a llevarnos hasta esa esquina del matar o morir? ¿En nombre de qué emprendemos o rechazamos estos arranques violentos?
La historia de la humanidad está moldeada por los grandes sufrimientos de la guerra. Nuestras fronteras son su resultado; nuestros idiomas, ideas, creencias e identidades han nacido, al menos en parte, de la conclusión de un conflicto bélico; nuestro desarrollo tecnológico y las comodidades cotidianas de las que gozamos son resultado de ella, de la necesidad de asegurar cualquier ventaja posible sobre el adversario: armamentística, teórica, táctica, argumentativa. Moralmente, cualquier cosa, cualquier idea, es también un arma.
Muchas culturas, como la rusa, ante el incesante acoso de sus vecinos, han tenido que desarrollar —ya sea por ambición o por necesidad— un culto al guerrero, una admiración indiscutible a los valores que más convengan a la batalla, y se han convertido en culturas de guerreros. Sobre esto, Dyson menciona que “toda sociedad que idolatra a los soldados está viciada por una demencia colectiva y probablemente acabará mal.”
Al mismo tiempo, el resultado de las dos guerras mundiales del siglo XX, junto al posicionamiento en la cultura de masas de figuras como Martin Luther King o Gandhi, engendró la lucha pacifista, nacida de la indignación de las víctimas de la guerra. El clamor por hacer la guerra y defender los valores relacionados con la violencia en nombre de un equilibrio de poderes entre las naciones —con armas nucleares— es necesario para no precipitar el bombardeo y, a la vez, no perder de vista que se juegan las vidas de millones de personas y que no hay razón moralmente justificable ni prácticamente viable para llegar a tal extremo.
Dyson explora con empatía y apertura ambas posturas para concluir lo que poquísimos se atreven a afirmar: “no necesitamos pensar igual para sobrevivir juntos en este planeta. Sólo necesitamos comprender que es posible pensar de otra manera y respetar el punto de vista de cada quien.” ¿Ingenuo? Muy por el contrario. Quien ha atestiguado los alcances destructivos de las armas más sofisticadas de su época; quien sabe cómo la violencia desencadena matanzas sin sentido, tiende a conservar más fácilmente la calma y a apostar por ideas conciliadoras.
El objetivo de su análisis es poner todas las fichas sobre el tablero, entender el agotamiento de las negociaciones por las vías diplomáticas, comprender sus posibilidades y sus limitaciones, discutir los conceptos clave que han justificado ideológicamente a la Guerra Fría desde ambos bandos. Que la historia es narrada por los vencedores no resulta ajeno ni sorpresivo para nadie; cada bando entiende, vive y hace la guerra desde nociones muy distintas del porqué y del para qué. Después de todo, que una guerra sea llevada a cabo por un estado moderno implica la delicada articulación de la opinión pública, los poderes estatales y los militares. Cosa caótica e impredecible, como la guerra misma.
Durante las primeras tres partes del libro, el autor profundiza en el análisis aislado de cada componente de esta compleja ecuación; es hasta la cuarta y última parte de este magistral texto que trenza con determinación cada uno de los hilos que ha abierto. Estados Unidos le dice a Rusia que incluso si logra matar a su último ciudadano, cuenta con los protocolos que garantizan que lo mismo les ocurrirá a los rusos. El norte global es arrasado por bombas nucleares. Rusia le dice a Estados Unidos que no importa cuán buenas sean sus armas, pues ellos siempre tendrán otras de igual o mayor potencial destructivo. Ambas posturas buscan persuadir al otro bando de que es mejor y más conveniente no iniciar la ofensiva. Sus aliados tiemblan, se hacen pactos; armamento estratégico se coloca en lugares clave, por todas partes, por si acaso.
El mundo se mantuvo así, dividido y en paranoia durante la segunda mitad del siglo XX. Espionaje, contraespionaje, neocolonialismo, MK Ultra, KGB, CIA: la lucha entre dos sistemas económicos, entre dos visiones ideológicas contrarias en apariencia, pero que mantienen un vínculo sólido y fuerte en común: su culto al poder, a las jerarquías, a la violencia y al miedo; su necesidad de control y obediencia en nombre de la seguridad y el terror; en nombre de la paz y la guerra.
En el último capítulo, Freeman Dyson nos invita a revisarnos de cerca, a entender de dónde viene la apatía y la indiferencia, ese pesimismo inmovilizante que nos dicta que para sobrevivir debemos ser cínicos y desapegados, egoístas y mentirosos, desconfiados y traicioneros; que no hay salida ni solución. Dyson aboga por la comprensión, la tolerancia y el respeto, pero, sobre todo, por la esperanza de “vivir y dejar vivir”, juntos o separados, desde lo único que tiene sentido en un panorama tan tétrico como el nuclear: la supervivencia de todos.
Un libro complejo, brutal y bello que apela a lo mejor del ser humano, mientras explora sus peores facetas. Dolorosa pero necesaria lectura, sobre todo de sus últimos dos capítulos. Estamos lejos de 1984. ¿Qué tanto ha cambiado el mundo desde entonces? Las caras en las portadas de las revistas, la moda callejera, la música juvenil, los nombres de algunos países, el número de jugadores nucleares en el tablero del mundo, las amenazas que se hacen nuestros líderes en nombre de la paz y, lo que no cambiará, nosotros al centro, con una decisión pendiente.
[1] Kin Navarro Reza (Puebla, 1986). Estudió Lengua y Literatura Histpánicas en la UNAM, también se formó como guionsta en el CCC. Su primera colaboración cinematográfica se encuentra en postproducción. Prepara diversos proyectos artísticos.