Los gustos culposos dicen más de una persona que aquellos de los cuales se vanagloria. ¿Por qué? Porque si a pesar de la vergüenza que le ocasionan los mantiene, es que forman una parte imprescindible de su personalidad. Es como aquella canción de Café Tacuba, “El borrego”, donde el protagonista presume su predilección por el hardcore, el heavy metal y el slam, pero en su casa sí le “mete” al tropical.
Un gusto culposo es esa parte “naca” que a todos se les perdona cuando ya hay algunas cervezas de por medio o cuando ha llegado el momento de las confidencias; son las canciones de Timbiriche en una reunión de intelectuales o el gusto por Carlos Cuauhtémoc Sánchez en un grupo de escritores; es cantar a José José cuando ya se está borracho y corear dos o tres cumbias en una fiesta de ejecutivos de alto nivel. Los gustos culposos son permitidos, siempre y cuando sintamos cierta vergüenza al confesarlos.
Gustos culposos hay muchos y dependen del círculo en donde las personas se muevan: en un ambiente literario, Ricardo Arjona; en medio de jóvenes clasemedieros, ser priista; en urbes progresistas como la CDMX, el gusto por la fiesta brava; entre científicos, creer en Dios…
Sin embargo, así como hay defectos que dicen más de quienes los poseen que sus virtudes, estos gustos reflejan el interior de las personas mejor que cualquier característica. Pensemos, por ejemplo, en un intelectual que confiesa su gusto por OV7, de quien tiene toda la discografía e incluso se sabe algunas de las coreografías que el grupo bailaba. Obvio, deberá haber una situación extrema para realizar la confesión, misma que estará acompañada de un sonrojo y de una risa nerviosa. Después vendrán las burlas por parte de quienes están con él y todo terminará en una serie de gustos culposos que poco a poco irán confesando los presentes como para hacer sentir al primero que cualquiera tiene “pecados de juventud” de los cuales arrepentirse: una colección de Topo Gigio, todos los libros de Guadalupe Loaeza, las películas que filmó Gloria Trevi…
Pero, en sí, ¿qué tienen de malo OV7, Topo Gigio, Guadalupe Loaeza y Gloria Trevi? Nada, son cantantes, personajes o escritores para estilos diferentes y que responden a necesidades también diversas. Es decir, son mal vistos pero no por lo que representan, sino por lo que el grupo social dice de ellos. Un no lector podrá no asombrarse de una persona que lee a Loaeza, mas un lector de James Joyce lo tomará a mal. O sea, este gusto nace de la hipocresía de la sociedad y habla de una pretensión por ser alguien que no se es.
Supongamos que a Justin Trudeau le gustara el grupo Maná. ¿Eso lo haría mejor o peor gobernante? Exacto: no tiene relevancia porque Trudeau es el mandatario de Canadá por todo lo que lo ha formado como individuo y no por ser un conocedor exquisito de la obra completa de Borges o de las sinfonías de Bach.
La culpabilidad de estas aficiones depende del medio, pero también de que quien las confiese las asuma como algo vergonzoso o no. Ahí está el caso de los hipsters quienes, por ejemplo, pueden decir que les gustaba la lucha libre mexicana antes de que se pusiera de moda, y esa confesión deja de verse como algo malo para asumirse como una condición de presunción y conocimiento: “yo la valoré antes que tú y por eso soy mejor”. Por otra parte, el gusto culposo viene del miedo a sentir que si no encajamos en un grupo valemos menos, de esa inquietud por seguir lo que dice la moda y no ser “naco”.
Estas aficiones constituyen la porción de “naqués” que nos permitimos para creer que somos diferentes, que también pensamos por nosotros mismos; que pueden influir en nosotros, pero no igualarnos con los demás. Además, quienes asumen sus gustos culposos al mismo tiempo que se avergüenzan, sienten placer y presunción al confesarlos, pues la “sinceridad” los hace moralmente superiores al resto.
El gusto culposo no es otra cosa sino una forma de falsa modestia que nos hace sentir que valemos más que los otros, pues a pesar de tener cosas de las cuales avergonzarnos, las dejamos salir para que se den cuenta que no somos tan perfectos como parecemos. Es un narcicismo que pretende demostrarle al mundo que nuestra belleza nace de las imperfecciones que acentúan nuestro perfil casi perfecto.
Los gustos culposos nos hacen sonrojarnos, no porque nos avergüencen en realidad, sino porque nos da pena dejar de ser esas personas perfectas que todo mundo ve. Son la presunción a su máxima potencia, son una forma de esconder en la humildad un dejo de arrogancia, son la costumbre mexicana de sentirnos superiores aún en la derrota, son los placeres que nos hacen sentir culpa porque los demás los poseen, pero no tienen el valor para admitirlo, en cambio nosotros… Por ejemplo, mis aficiones de este tipo son…