La medicina occidental moderna permite llevar a cabo proezas como separar a unos siameses, trasplantar casi cualquier órgano, reconstruir un rostro brutalmente desfigurado y tantas otras hazañas que, si desconociéramos la ciencia que las respalda, probablemente calificaríamos de “mágicas”. Sin embargo la medicina, como todo, es susceptible de mejorar, y existe un elemento un tanto ignorado que, si siempre formara parte de la ecuación, llevaría nuestro entendimiento de la salud a un emocionante nuevo nivel.
Hace poco leí un post en Facebook en el que alguien se burlaba de un libro sobre el poder curativo de la mente. Los amigos del susodicho lo secundaban con comentarios como los que siguen: “No es más que literatura basura para ignorantes” o “Ese escritorsucho sólo quiere enriquecerse dándoles falsas esperanzas a las personas”, ante lo cual pensé: “¡Pero claro que la mente es capaz de curar al cuerpo!” Si bien desconozco cuáles eran las verdaderas intenciones del autor del libro en cuestión o si éste estaba bien escrito y documentado, resulta innegable que el cuerpo humano es capaz de curarse a sí mismo en mayor o menor medida a través de las expectativas que se tengan, aunque lo anterior resulte difícil de creer. Para sustentar tal idea, basta con echarle un vistazo a un concepto que ha sido estudiado científicamente desde hace varias décadas, pero que es tan antiguo como la humanidad misma.
El efecto placebo se produce cuando una sustancia inerte —como una píldora de azúcar— genera un efecto similar o equivalente al de un medicamento confeccionado en un laboratorio, dejando de manifiesto el indiscutible poder que la mente tiene sobre el cuerpo. En esta oportunidad, me gustaría abordar el tema con la intención de cuestionar algunos aspectos del modelo farmacéutico y médico actual —que, en mi opinión, debería darle mayor peso al factor psicológico—, así como dejar una pregunta sobre la mesa: ¿es posible crear nuestros propios placebos? O, en otras palabras: ¿podemos activar el poder curativo de la mente sin necesidad de tomar medicamentos falsos? Antes de llegar a las posibles respuestas, me gustaría compartirles algunos hechos e historias fascinantes acerca los placebos…
Cirugías falsas y curaciones milagrosas [1]
Un médico le dice a su paciente que le realizará una cirugía de ligadura de las arterias mamarias, la cual —le explica— ha resultado muy efectiva en personas con problemas cardíacos como el suyo. El día de la operación, el paciente cae en el más profundo de los sueños, confiado de que el procedimiento resultará beneficioso. Cuando la anestesia termina de apoderarse del cuerpo del enfermo, el médico hace pequeñas incisiones en el pecho de éste, dejando expuestas las arterias y, paso seguido, cose las heridas sin más. Horas después, el paciente despierta creyendo que le realizaron una cirugía verdadera…
Esto le ocurrió a diez individuos en 1950, quienes no sabían que formaban parte de un estudio —junto con otros diez sujetos que recibieron la intervención real— para comprobar la eficacia de la cirugía de ligadura de las arterias mamarias para tratar la angina de pecho. Los resultados dejaron asombrados a los investigadores: el 67% de los pacientes que fueron realmente operados reportaron una disminución en el dolor y necesitaron menos medicación, y el 83% de los que habían sido objeto de una cirugía placebo obtuvieron el mismo nivel de alivio. Así que el procedimiento simulado arrojó mejores resultados que la cirugía real.
Las cirugías falsas —que continúan llevándose a cabo en la actualidad— son el equivalente quirúrgico de las pastillas de azúcar o las inyecciones de solución salina administradas a pacientes que, con frecuencia, experimentan una mejoría por el simple hecho de creer que algo o alguien los ayudará. Sin embargo, para que la “magia” del efecto placebo —en cualquiera de sus modalidades— se manifieste, es necesario considerar factores como la actitud del individuo y la confianza que el profesional de la salud despierte en él.
En un estudio conducido por la psicóloga Alia Crum[2] en la Universidad de Stanford, se comprobó que los efectos de un medicamento antihistamínico se potenciaban o disminuían dependiendo de la percepción que el sujeto tenía del médico tratante, quien con algunos pacientes se mostró frío y torpe, y con otros cálido y genuinamente interesado. ¿Puedes adivinar qué grupo de pacientes obtuvo mejores resultados? La actitud de quien recibe el placebo, por otro lado, es igualmente fundamental, y existen varios estudios que lo comprueban, como el publicado en 2002 por la Clínica Mayo, en el que tras monitorear a 447 sujetos a lo largo de más de treinta años, se determinó que las personas optimistas gozaban de mejor salud física y mental que las pesimistas; o el presentado ese mismo año por la Universidad de Yale, según el cual las personas que tienen una actitud positiva sobre el envejecimiento viven en promedio siete años más que quienes afrontan sus “años dorados” con amargura.
En este momento cabe preguntarnos: ¿de qué están hechas tales actitudes y percepciones? ¡Exacto! De nuestras expectativas y creencias, que son los verdaderos “principios activos” del efecto placebo. En la literatura médica es posible encontrar infinidad de ejemplos que demuestran que estos dos factores pueden jugar un papel crucial en la curación… pero también en la enfermedad.
Para ilustrar lo anterior está el caso del señor Wright, que fue relatado en 1957 por el psicólogo Bruno Klopfer en una publicación académica llamada Journal of Protective Techniques. El señor Wright padecía un linfoma avanzado que no respondía a los tratamientos convencionales, por lo que su médico —Philip West— lo había desahuciado. Sin embargo, al enterarse de que en el hospital donde era atendido estaban realizando un ensayo clínico con un prometedor medicamento llamado Krebiozen, el paciente se entusiasmó y le rogó al doctor que se lo administrara.
Tres días después, el doctor West reportó que los tumores —algunos de los cuales tenían el tamaño de una naranja— se habían reducido a la mitad, y diez días más tarde el señor Wright fue dado de alta, pues éstos habían desaparecido por completo; sin embargo, al enterarse de que los resultados del ensayo clínico no habían sido afortunados, recayó casi de inmediato. Con la sospecha de que la curación inicial se había debido al efecto placebo, y dado que no tenía nada que perder, el médico le dijo al señor Wright que esta vez le administraría una versión mejorada del medicamento, el doble de potente; pero, en su lugar, le inyectó agua destilada. Lleno de esperanza, el paciente volvió a experimentar una remisión absoluta, pero tuvo a mal encontrarse con la noticia de que el Krebiozen era un fraude, pues no funcionaba para nada, y murió pocos días después.
Casos como el anterior demuestran el poder que tiene la mente no sólo para hacernos creer que nos sentimos mejor, sino para producir cambios biológicos específicos. Entonces, ¿por qué en la actualidad los placebos se utilizan casi exclusivamente para comprobar la efectividad de los medicamentos producidos en los laboratorios? ¿Y por qué la medicina no le ha dado mayor importancia al factor psicológico en el proceso de curación?
El placebo de todos los días
Antes de continuar, cabe decir que la intención de este texto no es la de desestimar a los fármacos o a la medicina occidental, que han demostrado su eficacia para tratar incontables padecimientos, sino invitarlos a reflexionar acerca del poder y la responsabilidad que cada uno tiene sobre su salud. Si nuestras expectativas y creencias sobre el bienestar, la enfermedad, la vejez y hasta el sentido de la vida tienen un impacto en nuestros cuerpos, ¿qué pensamientos, hábitos o autoconceptos nos convendría modificar para crear un mayor nivel de salud? Por otro lado, si los laboratorios gastan millones de dólares al año en la investigación y desarrollo de nuevos medicamentos, ¿por qué no dedicar también tiempo, dinero y esfuerzo a desentrañar los mecanismos del efecto placebo para incorporarlos al sistema general de salud?
Ahora, ¿es posible activar el poder curativo de la mente a voluntad? Podemos comenzar por reconocer que las expectativas positivas o negativas que tengamos respecto a los medicamentos que tomamos o los procedimientos a los que nos sometemos tendrán un impacto en los resultados, por lo que autosugestionarnos creyendo que éstos funcionarán de maravilla podría ayudarnos a contestar esta pregunta. Y, en este mismo sentido, también sería recomendable cultivar la fe en esa inteligencia que opera en nuestro cuerpo, la cual, bajo las condiciones idóneas, permite que éste cree “la farmacia perfecta” para recuperar el equilibrio físico y mental.
Por último, cabe preguntarse: ¿qué papel juegan los médicos en todo esto? Uno importantísimo, sin duda, pues las palabras que eligen, así como el trato que brindan a sus pacientes, son determinantes en la construcción de expectativas y creencias que podrían ayudar a crear mayor salud… o enfermedad.
[1] La información sobre los estudios de la cirugía placebo para la angina de pecho, así como la de los estudios realizados en 2002 por la Clínica Mayo y la Universidad de Yale, lo mismo que la del caso del señor Wright, fue obtenida de: Joe Dispenza. El placebo eres tú. Editorial Urano, 2017.
[2] En esta Ted Talk, Alia Crum ahonda en los hallazgos del estudio.