La intuición… ¿cómo saber cuándo confiar en ella?

La intuición... ¿cómo saber cuándo confiar en ella?
Jessica Gómez

Jessica Gómez

Mente y espíritu

En latín, intuito significa ‘mirar hacia adentro’. Y tú, ¿cuándo fue la última vez que miraste hacia dentro de ti mismo? La autoobservación y el autoconocimiento son acciones que pocos ejercen, pues el verse a sí mismo de forma nítida requiere de disciplina y trabajo constantes. Mirar hacia adentro, para algunas escuelas del pensamiento, significa también mirar hacia los misterios del universo; de ahí la frase del Kybalión: [1]  “Lo que es arriba es abajo, lo que es abajo es arriba”.

Según estas creencias, la intuición está relacionada con la mente del universo, es inmediata y no viene de la deducción lógica o del razonamiento; sin embargo, bajo esta misma teoría, el conocimiento también es importante para la construcción de ideas, de modo que se trata de una relación recíproca: el conocimiento surge de la intuición y la intuición se alimenta del conocimiento.

Intuir, entonces, es escuchar la voz interna que suena muy bajito y que se dirige a nosotros cuando necesitamos tomar una decisión o enfrentamos situaciones que requieren de una rápida reacción. Y aunque decir “una voz” es sugerir que la intuición se manifiesta con palabras, también lo hace con sensaciones, emociones y actos. Por lo tanto, la intuición es el resultado de nuestra experiencia como especie, la memoria genética de nuestro cuerpo, la evolución y sus procesos de adaptación, nuestro cúmulo de aprendizajes y enseñanzas, y del conocimiento adquirido a lo largo de nuestra existencia; pero, sobre todo, es el resultado de la memoria de la materia y un proceso elaborado donde la respuesta correcta surge de manera rápida y espontánea. En resumen, podríamos decir que es un proceso de asimilación de información sensible.

George Gurdjieff, maestro del Cuarto Camino,[2] retoma el conocimiento de doctrinas como el budismo, el sufismo, el hinduismo, el brahmanismo y el yoga para proponer una disciplina espiritual que permita encontrar la verdad. Él y su discípulo Piotr Ouspensky sistematizaron la estructura del Yo, dividiéndolo en tres centros: el intelectual, el emocional y el instintivo, que a su vez están subdivididos en otros tres centros: intelectual-intelectual, intelectual-emocional, intelectual-instintivo, emocional-intelectual y así sucesivamente. Esta subdivisión nos permite realizar observaciones más claras de nuestro funcionamiento cotidiano e identificar cuando somos dominados por uno de los centros, para intentar equilibrarlos.

Cuando nuestros centros están desequilibrados, es como si hubiera ruido en nuestro interior: somos incapaces de escucharnos, cometemos errores y no podemos desentramar los misterios del universo. Pero cuando trabajamos constantemente para balancearlos, nos es posible escucharnos y dejamos que la intuición surja, lo que nos permite actuar de acuerdo con la situación que vivimos, conectándonos con la realidad y no con nuestro “ruido mental”.

La pregunta sobre si hacerle caso o no a la intuición radica en tu capacidad de descubrir tu “voz interior”. ¿Recuerdas la última vez que te preguntaste si era sabio permanecer en una relación amorosa, si debías aceptar un trabajo o si el resultado de una investigación sería lo que esperabas? Pues en todos esos casos la respuesta estuvo desde el principio en tu interior, manifestándose de forma silenciosa. Pero, aun así, con frecuencia optamos por rumiar entre las razones, emociones e impulsos, o preferimos elaborar un rebuscado método científico para validar nuestros presentimientos: esas formas de enfrentar las situaciones serían, para muchos, una consecuencia del alejamiento de nosotros mismos y de la ausencia de conciencia.

En conclusión, para observar nuestro interior con nitidez es necesario eliminar la basura que habita en nosotros, aquietar la mente, conectarnos con emociones sublimes, aceptar las circunstancias adversas —dejándolas pasar con calma— y hacerle caso a nuestros sabios instintos. Podemos tener pensamientos derivados de nuestras emociones y necesidades básicas, y también emociones inteligentes y conectadas con nuestro instinto; completando el círculo, podemos tener instintos mediados por los pensamientos y las emociones.

Diversas disciplinas espirituales convergen en la necesidad de ejercitar la atención para desarrollar la conciencia. Los métodos son diversos: meditación, oración, danza, canto; pero cuando estamos envueltos en la vorágine de la vida cotidiana, no siempre es fácil adoptar alguno de ellos. Por ello, retomo un fragmento del Cuarto Camino: trata de escuchar la forma en la que hablas con los demás cuando charlas, cuando llamas por teléfono, cuando gritas y cuando estás alegre; luego, escucha tus pensamientos y observa cuando son repetitivos, desordenados, sentimentales u objetivos; ahora, observa cómo todas las voces se callan cuando actúas concentrado en tus sensaciones. Adopta este ejercicio como un hábito y conócete. Y después, si crece tu curiosidad, avanza en este camino.

Vista desde este enfoque, la intuición no es sino darse cuenta de que eres una porción del universo, que ya posee todas las respuestas dadas. Así que, simplemente, intuye…

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[1] El Kybalión es un documento del siglo XIX que resume las enseñanzas del hermetismo, también conocidas como los “siete principios del hermetismo”. [N. del E.]

[2] Doctrina metafísica que se basa en la creencia de que el ser humano necesita de un sistema para “despertar” a través del autoconocimiento, la atención consciente, el entorno y “el recuerdo de sí mismo”. [N. del E.]

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