¿Quién es esa mujer de misteriosa sonrisa? ¿Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo? ¿El propio Da Vinci? ¿Su discípulo Salai? Su sonrisa, ¿es una invitación o una burla? ¿Dónde está retratada? Estos son sólo algunos de los misterios que giran en torno al cuadro más famoso del mundo: La Gioconda de Leonardo da Vinci. Alrededor del cuadro en el Museo del Louvre se congregan multitudes venerando sus misterios; sin embargo, la Mona Lisa comparte historia y misticismo con sus hermanas gemelas alrededor del mundo.
Hay quienes juzgan de exagerada la devoción hacia La Gioconda: la consideran un retrato más y, en definitiva, no la mejor obra de Da Vinci ni la que merece más atención. Parte de este argumento se apoya en la idea de que la fama de la pintura fue disparada por los medios en siglos recientes, a raíz de ciertos eventos, y de que antes de ellos ésta se consideraba una simple pintura renacentista.
En 1873, el historiador de arte Walter Pater describió con hipérboles la belleza de la mujer del cuadro. Poco después, en 1911, el robo de la pintura enloquecería a las masas: muchos periódicos reprodujeron la descripción de Pater sobre el cuadro y al Louvre asistía gente a mirar el espacio vacío donde debía de estar La Gioconda.
Pero mucho antes que Pater, en 1550, el arquitecto y pintor Giorgio Vasari también había escrito idílicamente sobre el lienzo; sin embargo, no podemos estar seguros de que la descripción de Vasari corresponde a la obra que ahora cuelga en las paredes del Louvre, pues el italiano describía a la mujer del cuadro con cejas, un rasgo inexistente en esa Gioconda.[1]
En el Museo del Prado en Madrid existe una Gioconda con cejas y pestañas que bien pudo ser la que describió Vasari. Entre 2011 y 2012, dicha obra fue sometida a trabajos de restauración en los que se removió una capa de pintura negra que databa del año 1750. Esto reveló un paisaje del fondo muy similar al de la Gioconda del Louvre, aunque incompleto, lo cual puede explicar la adición.
La Gioconda del Museo del Prado, Anónimo, 1504.
También se dio a conocer la fecha aproximada de elaboración del cuadro, 1504, de modo que se piensa que el cuadro debió de salir del taller de Da Vinci, quizás de mano de alguno de sus discípulos, como pudo ser Salai o Melzi, al mismo tiempo en que el maestro pintaba su Gioconda.
La información arrojada tras la restauración no esclarece los misterios de la pintura del Louvre, pero proporciona un punto de contraste: al comparar la Gioconda del Prado con la del Louvre, podemos apreciar más la técnica de Da Vinci pues, aunque el parecido es impresionante, existen sutilizas que las distinguen.
Por ejemplo, la Gioconda del Louvre se caracteriza por ser una gran muestra de la técnica de sfumato, que consiste en colocar una base de aceite para difuminar los contornos de la pintura, aminorando el enfoque en el dibujo y dándole un mayor realismo. Por su parte, en la del Prado los contornos son mucho más definidos, restándole un poco del encanto místico que caracteriza a la obra de Da Vinci.
Además de la Gioconda del Prado, hay otra obra que aviva aún más el fuego de la controversia en torno a la obra de Da Vinci: La Mona Lisa de Isleworth. Este óleo fue adquirido por Hugh Blaker en el siglo XX y resguardado en Isleworth, un suburbio londinense; para protegerlo de la Primera Guerra Mundial, Blaker lo llevó a Estados Unidos. Allí pasó de mano en mano y hoy pertenece a un consorcio, The Mona Lisa Foundation, que defiende el cuadro como un Da Vinci original y una versión temprana del cuadro del Louvre.
La Mona Lisa de Isleworth
La Mona Lisa de Isleworth presenta a una mujer más joven que la del Louvre, por lo que se cree que es un retrato de Lisa del Giocondo realizado años antes de la inmortal obra del Louvre.
Además de La Mona Lisa de Isleworth, existen dos bosquejos que se añaden a las intrigas. El primero es de la mano del maestro renacentista Rafael Sanzio y también data de 1504, de modo que bien pudo haberse realizado en el taller de Da Vinci; este dibujo más tarde serviría para la composición del Retrato de Maddalena Doni. Al segundo se le conoce como Mona Vanna y muestra a una mujer en la misma pose que La Gioconda, pero que se encuentra desnuda.
Rafael Sanzio, Retrato de una mujer, 1504.
Mona Vanna
Sobre esta última, no se ha podido demostrar fehacientemente que se trate de un dibujo de Da Vinci, aunque algunos trazos sugieren que el autor era zurdo, lo cual encajaría con Leonardo como su autor. Como sea, la Monna Vanna hace pensar si esa era acaso la idea original de Da Vinci o si fue una parodia posterior de la que engalana los muros del museo francés.
Los detractores de la obra pueden alegar que La Gioconda es apreciada por el circo mediático en torno a ella, pero hay pruebas de que antes de la reseña de Pater y del robo la obra ya era del gusto de sus contemporáneos. Una de ellas es la existencia de las copias que ya mencionamos y de una más de autor anónimo que data del siglo XVI y se halla en el museo Hermitage de San Petersburgo. Cabría preguntarse: ¿cuántas otras copias perdidas habrá de la Mona Lisa, realizadas por otros artistas que reconocieron su valor artístico?
Quizás magnificada en virtudes por los medios, pero siempre enigmática en sí misma, La Gioconda, con todas sus copias y versiones, no deja de alimentar el apetito humano por una belleza misteriosa. Ahora que es fácil encontrarla en línea, uno puede perderse en sus borrosos contornos y comprender por qué alguien desearía intentar crear una obra que tuviera el mismo embrujo.
[1] Para más información véase: “Mona Lisa, los enigmas de la obra maestra de Leonardo Da Vinci”, Pascual Molina, J. F. (31 de julio de 2019), recuperado de este enlace el 21 de agosto del 2019.