Tanto las figuras de acción como las muñecas de moda abundan en las casas donde viven niños o dedicados coleccionistas de juguetes —aunque en algunos casos su presencia en el hogar responde a la nostalgia por la infancia, al recuerdo de tiempos más simples. Si bien resulta difícil visualizar a esa muñeca que se arrullaba en el juego de la mamá o a aquel superhéroe de plástico que protagonizaba ficticias batallas como parte de la ofrenda a un dios, se especula que el origen de estos divertidos objetos tiene una estrecha relación con los ritos religiosos.
Los sitios donde se han hallado figurillas humanoides sugieren que el uso ceremonial de las muñecas antecede al lúdico, aunque ésta continúa siendo una discusión abierta en el campo de la arqueología. La muñeca de alabastro más antigua de la que se tiene registro proviene de Babilonia, y un poco más recientes son aquellas de madera o hueso que se hallaron dentro de tumbas egipcias que datan de los años 3000 o 2000 a. C., las cuales bien pudieron ser antiguos juguetes del difunto o estatuillas que mágicamente cobrarían vida para servirlo en el Más Allá. Así también las muñecas islámicas de hueso llamadas Coptic, que datan del año 640 al 1100, han sido descritas por los arqueólogos como “objetos mágicos utilizados para defenderse de lo sobrenatural”… o como simples juguetes.
Pero no sólo en las tumbas, se han descubierto muñecas en otros lugares sagrados. Se sabe, por ejemplo, que en la Antigua Grecia las niñas dejaban muñecas en los templos al convertirse en mujeres para pedir fertilidad en el matrimonio. En la zona arqueológica de Dzibilchaltún, en Yucatán, dentro del Templo de las siete muñecas, se encontraron siete figuras humanoides que formaron parte de una ofrenda. En los Estados Unidos existen las kachinas, muñecas que los pueblos indígenas de la región utilizan para representar a los seres inmortales responsables de traer la lluvia y garantizar la cosecha, que además son mensajeros entre los humanos y el mundo espiritual. Y en Japón, durante el periodo Edo, las niñas solían jugar con bellas muñecas vestidas con ropas imperiales durante el festival Hinamatsuri, que se sigue celebrando en aquel país cada tres de marzo.
El Museo Británico cataloga como muñeca a varios objetos de uso ambiguo, pero la característica que tienen en común es que son antropomorfos. Por ello, en dicho recinto, una figura humanoide de trapo —posiblemente romana— es llamada muñeca, al igual que una efigie femenina de estaño de la Inglaterra medieval. Aunque resulta imposible determinar si tales figuras eran utilizadas en ceremonias, como decoración o para jugar, lo cierto es que terminaron convirtiéndose en uno de los juguetes más populares del mundo.
Los artesanos alemanes son los responsables de haber popularizado a las muñecas como juguetes. Alrededor del año 1413, abrieron en Núremberg varios talleres de juguetes donde se manufacturaban muñecas de madera, principalmente. Para el siglo XVI, Alemania era el mayor productor de juguetes en Europa. Posteriormente, la industria de las muñecas buscaría nuevos materiales que las hicieran más atractivas; fue así que, entre 1851 y 1861, Augusta Montanari experimentó fabricando figuras de cera, pero poco tiempo después la porcelana se convirtió en el material predilecto para la manufactura de muñecas.
Bebé Jumeau fue una marca francesa de muñecas de porcelana fundada en 1840. Éstas se distinguían por tener delicadas facciones y por vestir exquisitas prendas que replicaban las que podían verse en las vitrinas de las boutiques, convirtiéndose así en refinadas versiones a escala que llamaban la atención tanto de coleccionistas como de diseñadores de moda. Entre 1860 y 1890, se dio la era de oro de las muñecas de porcelana. Y durante ese último año, Tomás Alba Edison diseñó una muñeca parlante, cuyo mecanismo resultó ser un tanto frágil, por lo que a menudo se averiaba durante el transporte a las tiendas, sin mencionar que la voz mecánica resultaba escalofriante para muchos niños.
Tanto las Bebé Jumeau como la muñeca de Edison eran considerados objetos de lujo —se estima que, en la actualidad, una de las muñecas parlantes del célebre inventor costaría alrededor de 526 dólares estadounidenses. Para satisfacer a los estratos sociales más bajos, la producción de muñecas de trapo no cesó durante el siglo XIX y, cuando el dinero no alcanzaba para comprarlas en las tiendas, se confeccionaban en casa utilizando viejos retazos de tela. En la actualidad, coleccionar muñecas es un pasatiempo que también requiere de una cartera holgada. Las muñecas antiguas hechas a mano, con los rostros cuidadosamente pintados y el cabello de seda peinado a la moda de la época, son vistas como objetos de arte que hablan de su momento histórico. La expresión en el rostro de la muñeca, su ropa y el material con el que está hecha constituyen algunos de los elementos que serán evaluados por los ojos de los especialistas, pero también por la sensibilidad de los gustosos del arte…
Más adelante, el plástico permitió la producción en serie de muñecas y figuras de acción. En 1959 apareció Barbie, que transformaría el mercado de los juguetes por completo. Se trataba de la primera muñeca diseñada para tener un imposible cuerpo de supermodelo; además, al siempre encontrarse vestida al último grito de la moda, revivía parte de la euforia que en su momento provocaron las Bebé Jumeau; sin mencionar que esta popular marca lanzaría una línea de muñecas de colección casi tan finas como sus antecesoras de porcelana. Con el tiempo, surgieron nuevas muñecas del mismo estilo, como Bratz o MyScene. Y aunque Barbie no siempre ha sido líder en el mercado, se ha mantenido y diversificado al ofrecer una variedad casi infinita de modelos.
Desde los luchadores de plástico y los G.I. Joe, pasando por la Lagrimitas Lilí Ledy y Juanita Pérez, hasta llegar a las novedosas Monster High y las últimas figuras del universo Marvel, las muñecas acompañan la infancia. Con el paso de los años, el juego será dejado atrás; sin embargo, estos objetos suelen provocar en las personas un afecto nostálgico que las hace regresar para mirarlos con admiración, como lo hace un coleccionista enorgullecido de su colección, o como quien ve en una figura la representación de una deidad.