La palabra “funderelele” y otras mitologías de la lengua

La palabra "funderelele" y otras mitologías de la lengua
Hugo Masse

Hugo Masse

Creatividad

Hace unas semanas, en sus redes sociales, la Real Academia Española (RAE) publicó que estaba considerando incluir en su diccionario la palabra funderelele, que definía como “cuchara diseñada específicamente para extraer y dar forma a las bolas de helado”, y preguntaba también a sus seguidores si usaban dicha palabra o alguna otra para designar tal objeto.

Aunque la pregunta fue ampliamente ignorada, muchas personas afirmaron que iban a empezar a utilizar ese término en cuanto les fuera posible. Pero, muy pronto, algunos ociosos señalaron que no hallaban el término por ningún lado y que no conocían a nadie que lo usara; finalmente, un usuario perspicaz aclaró que la única referencia disponible se encontraba en una página de Wikipedia en español y que era muy reciente.

Como sabemos, en dicha enciclopedia gratuita en línea los usuarios pueden editar las entradas y modificarlas para decir cosas terribles o chuscas en ellas, en lo que alguien detecta el “sabotaje” y lo enmienda; en este caso, alguien pensó que era inaceptable que no existiera un término así y se le hizo fácil inventar esta palabra de singular resonancia. Ante el ridículo, la RAE no dijo más al respecto, sabiendo que algo tan seguro como la muerte y los impuestos es la corta memoria de las masas en el mundo digital.

Platicando entre risas sobre esta situación con alguien tan curioso como yo, hicimos un recuento de esta clase de mitos que han sido creídos por una enorme porción de la población, como si los hubieran visto con sus propios ojos. Por ejemplo, quizás a ti también te enseñaron en la primaria que “en un concurso internacional para elegir al himno más bello, el Himno Nacional Mexicano había quedado en un honroso segundo lugar”, sólo detrás de “La Marsellesa”, el himno de los franceses.

Portada de la partitura del Himno Nacional Mexicano

Desde luego, no existen registros ni documentos de este imaginario concurso. Pero lo más curioso es que hace poco me enteré de que este mito no sólo es mexicano: en otros países latinoamericanos también corre el rumor de que su himno es el segundo más bello, después del francés, como si alguien se hubiera encargado de visitar estos países para sembrar en cada uno una semilla de orgullo nacionalista.

Mención aparte dentro de estos mitos merecen las etimologías populares cuyo único sustento es la imaginación, a las cuales el estudioso del origen de las palabras Arturo Ortega Morán —conocido como @harktos en Twitter— define como “eMITOlogías”. Un ejemplo de ello sucedió en 2011, cuando el Instituto Cervantes lanzó la convocatoria para proponer y elegir a la palabra más bella del español. Hubo quienes apostaron a la eufonía —esto es, a la armonía de los sonidos— y otros, en el concepto que representaban; pero nadie pudo competir con la palabra ganadora por una aplastante mayoría de votos: Querétaro o ‘isla de las salamandras azules’, según la propuso el actor mexicano Gael García Bernal. El único detalle es que esa etimología es falsa: la versión más aceptada es que el vocablo proviene del purépecha y se refiere al deporte prehispánico del juego de pelota.

Otra ”emitología” popularizada recientemente en memes y videos afirma que el verbo apapachar es de origen náhuatl y tiene el increíblemente poético significado de ‘abrazar con el alma’. Sin embargo, docenas de especialistas en el área se han quedado afónicos de tanto aclarar que su origen más probable es nahuatlaco y que su significado es más prosaico: ‘apretar’ o la repetición del sonido patch al dar un aplauso, que para ese pueblo es la onomatopeya de dos cuerpos que se separan tras un apretado abrazo.

Extracto del folio 13 del Códice Azcatitlan

Otro posible origen sería a partir de los vocablos nahuas patzoa o pachoa, que significan ‘cubrir’ o ‘quedar cubierto algo’, refiriéndose en particular a una gallina que cubre sus huevos y los incuba, lo cual también funciona como una metáfora de un abrazo. Pero, al parecer, ninguna evidencia ni ninguna autoridad en lingüística puede cambiar las creencias de la mayoría.

Un comentario final: ahora que las inteligencias artificiales día con día afinan su capacidad de generar imágenes y textos a imitación de la realidad —como la del Papa Francisco y su esponjosa chaqueta blanca de estilo reggeatonero, que muchas personas juraron que era real—, pronto estaremos nadando en un aluvión de imágenes, textos, noticias y libros enteros creados por IAs con el fin específico de engañar. El tiempo dirá qué tanto cambiará nuestra percepción y definición de la realidad.

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