No nací pintor, nací caminante y el caminar me ha conducido al amor por la naturaleza y el deseo de representarla.
Fue un hombre como pocos en su tiempo: intenso, egocéntrico, apasionado, devastador como el agua en una inundación y ardiente como la lava. Conoció a muchas de las grandes figuras de su tiempo y se desenvolvió con maestría en disciplinas como la docencia, la filosofía, la escritura, la vulcanología y, sobre todo, las artes plásticas. En resumen, fue un genio. Esta es la historia de Gerardo Murillo, mejor conocido en la historia del arte como Dr. Atl.
Sus inicios
Gerardo Murillo Cornado nació el 3 de octubre de 1875 en el barrio de San Juan de Dios de Guadalajara, Jalisco. Como muchos artistas de su tiempo, fue marcado por el Porfiriato y, después, por la Revolución. De joven, su inquietud creativa lo llevó a la Ciudad de México, donde profundizaría sus estudios alejándose de las formas de enseñanza tradicionales. Su talento era tan brillante que el presidente Porfirio Díaz lo becó en Europa como estudiante de pintura.
Dr. Atl, La nube, 1931.
Tras la caída del régimen de Díaz, Murillo no dejó de pintar, de enseñar, de crear y de impulsar a sus colegas. Incluso fundó una exposición para dar a conocer a los artistas jóvenes de aquel entonces, entre quienes estaba Diego Rivera. Durante su estancia en Europa también fue muy productivo: fundó revistas en Francia y estudió vulcanología en Italia. Fue admirado no sólo por sus coterráneos, sino también por poetas franceses como Guillaume Apollinaire.
Después de ser académico en la Academia de San Carlos, volvió a Francia en barco y, al presenciar una terrible tormenta, decidió el nombre artístico que lo convertiría en leyenda: Atl, que en náhuatl significa ‘agua’.
Nahui Olin
Como era de esperarse, alguien tan arrebatado e impetuoso tenía que congeniar con una persona semejante, y ésta fue la artista y poetisa Carmen Mondragón, quien también adoptó un sobrenombre en náhuatl: Nahui Olin, que significa ‘cuatro movimientos’ y hace alusión al Quinto Sol de la cosmogonía mexica.
Ambos eran dos íconos de su tiempo: él era ya un pintor reconocido; ella, con sus ideas rebeldes y su hermosura, fue hija de un general contrarrevolucionario y dejó a su entonces esposo, el pintor Manuel Rodríguez Lozano, para irse a vivir con Murillo al convento de la Merced, donde él tenía su epicentro creativo. La relación duraría cinco años y fue una ardiente historia que osciló entre el amor, el odio y el arte. Los pormenores de este romance, vital para la historia del arte mexicano, se pueden consultar en Nahui versus Atl de Alain-Paul Mallard.
Dr. Atl, Nahui Ollin, 1922.
Cuando nos referimos a un artista diciendo que “su creatividad no tenía límites”, a menudo caemos en el más trillado de los lugares comunes; pero si nos referirnos al Dr. Atl, esto se convierte en una afirmación: deseoso de plasmar en el lienzo sus ideas, fue más allá y creó los Atl Colors, que son resinas secas al pigmento y podían usarse sobre tela, papel o roca.
En 1950, la suerte le jugó una mala pasada, pues sufrió la amputación de una pierna. Pero eso no lo detuvo: al no poder escalar y recorrer los lugares que pintaba, optó por sobrevolarlos y así creó en 1968 su propia técnica, llamada “aeropaisaje”. Por si eso fuera poco, también fue autor de ensayos y publicó cuentos, novelas y poesía. Decir que fue un artista prolífico es quedarse corto.
Amante del volcán
Su verdadero amor, además de Nahui Olin, fueron los volcanes: gran parte de la obra de Dr. Atl se centra en valles, ríos y montañas… pero, sobre todo, en estos gigantes de lava y fuego. Él mismo decía que no salía a buscar paisajes, sino que eran los paisajes los que lo buscaban a él.
El 21 de febrero de 1943 nació el entonces volcán más joven del mundo: el Paricutín. De inmediato, éste llamó la atención del Dr. Atl, quien se dedicó no sólo a pintarlo, sino que lo estudió a fondo. Todo artista que se precie tiene sus obsesiones, y la del doctor derivó en una maravillosa obra que fusiona el arte con el rigor científico: Cómo nace y crece un volcán. El Paricutín.
Dr. Atl, Paricutín, 1943.
Dr. Atl, Los volcanes, 1950.
En su vida, Dr. Atl fue tan imparable como los fenómenos naturales que plasmaba. Así continuó hasta el último día de su vida, el 15 de agosto de 1964, cuando todo mundo le rindió homenaje: desde colegas como Diego Rivera hasta poetas como Carlos Pellicer y el entonces presidente, Adolfo López Mateos.
Hoy en día, Dr. Atl está más vivo que nunca: gracias a internet, su obra es admirada por millones de personas en todo el mundo, quienes además pueden conocer su vida a través de documentales de YouTube. En la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres hay una estatua de este artista de apellido Murillo, cuyo nombre pasó a la historia cuando escribió: “¡Me voy a poner agua en algún idioma! Me pareció que no había ninguno suficientemente bello para que yo lo llevara […] Me voy a poner agua en náhuatl. Me puse Atl”.