Sería maravilloso recibir un sueldo sin trabajar, estar en forma sin hacer ejercicio o tener salud comiendo sólo fast-food; sin embargo, para obtener un bien mayor muchas veces hay que invertir esfuerzos aún mayores. Se trata de una batalla con uno mismo, entre el querer y el deber: la mente traiciona y nos hace desear el placer en lugar de dominar nuestra voluntad para dedicarnos a lo que nos cuesta. Y como no existe una varita mágica para que, a la cuenta de tres, nos pareciera entretenidísimo hacer la declaración anual de impuestos, ¿será que mirando el vaivén de un péndulo, mientras se nos sugiere que nos pesan los párpados, podemos cambiar nuestras motivaciones?
En la película La maldición del escorpión de jade (2001), dos investigadores de una compañía de seguros que no se soportan —W.C. Briggs y Betty Ann Fitzgerald, encarnados por Woody Allen y Helen Hunt, respectivamente— son hipnotizados: cuando escuchan las palabras “Constantinopla” y “Madagascar” creen estar profundamente enamorados y se dedican a cometer asombrosos saqueos. Este es uno de los muchos ejemplos de películas hollywoodenses que presentan a la hipnosis como un asunto místico: Briggs y Fitzgerald rinden su voluntad al exótico personaje del turbante que los ha hipnotizado, dando lugar a situaciones cómicas. Sin embargo, en la vida real resultaría angustiante quedar a merced de un hipnotista.
Por otro lado, existen espectáculos en los que se hipnotiza a una persona del público y se le hace quedar en ridículo cuando el encantador lo convence de que, a la cuenta de tres, será una gallina, y la persona actúa como tal en el escenario. Tanto escépticos como partidarios de la hipnosis explican este fenómeno como el individuo respondiendo a la presión social o a su propio deseo de que el truco sea auténtico. Pero en la realidad, durante una sesión de hipnosis clínica, el paciente jamás pierde la conciencia ni el terapeuta adquiere control sobre éste.
La hipnosis es una herramienta terapéutica de apoyo que se ha utilizado con éxito en el psicoanálisis para desinhibir al paciente y permitir que hable abiertamente de sus traumas y recuerdos reprimidos. También se emplea en terapias cognitivo-conductuales, en las que se reflexiona qué pensamientos están detrás de las acciones o sentimientos del paciente. Así, el empleo de la hipnosis dentro de un consultorio psicológico la aleja de parecer un truco de magia o un asunto de control mental.
Cuando se hipnotiza a un paciente, lo que se busca es hacerlo entrar en trance; en ese estado, la persona se encuentra completamente consciente, altamente relajada y concentrada en su interior. El trance es similar a lo que se experimenta al leer: uno se enfoca en el libro, ve con claridad lo que le permite imaginar el texto, mientras el resto del mundo deja de existir. También se puede comparar con los momentos de mayor producción de los artistas, cuando se ocupan de su trabajo olvidándose de todo lo demás. En ninguno de los dos casos pierden la conciencia. Sería imposible hacer algo activamente al perder el conocimiento, del mismo modo que el terapeuta no podría tratar a una persona en ese estado pues necesita comunicarse con su paciente.
El terapeuta no controla la mente del paciente a través de la hipnosis; en lugar de esto, actúa como guía de la atención potenciada —propia del trance—, haciendo sugerencias que el hipnotizado tiene la libertad de aceptar o no. Primero, el terapeuta sugerirá imágenes o sensaciones al paciente, por ejemplo: “Te envuelve el aroma de los pinos del bosque, y te sientes seguro y tranquilo”. A partir de este punto, es posible trabajar los aspectos por los que el paciente asiste a la terapia, llevando la mente a atender los pensamientos dañinos y a entender de dónde vienen; después, lentamente se van adquiriendo nuevas ideas sobre el comportamiento, permitiendo modificarlo.
La hipnosis posibilita canjear creencias limitantes por potenciadoras, mejora la autoestima y la motivación, y favorece el autoconocimiento. Por ello, es un auxiliar en tratamientos para la ansiedad, el estrés, las adicciones —de sustancias o conductuales— y el insomnio, entre otros trastornos. Sin embargo, los resultados no son inmediatos: no basta con un chasquido de los dedos o escuchar una palabra después de la hipnosis para dejar de fumar; además, no se trata de una terapia en sí misma y regularmente se requiere de una atención integral.
Por otra parte, la hipnosis no es para todos: dependiendo de cada individuo, habrá quienes sean muy susceptibles a ella, quienes no lo sean en lo absoluto, y quienes constituyan un justo medio entre los dos extremos. Lo que es cierto, en todos los casos, es que el hipnotizado debe tener disposición para atender a lo que el terapeuta le pide, desde controlar su respiración hasta sentirse de tal o cual manera en su interior. Si el paciente no desea atender las instrucciones, la hipnosis no tendrá éxito, pues no se trata de controlar el intelecto del otro —e, incluso si ése fuera su objetivo, éste es humanamente imposible.
Así pues, mientras siguen sin existir soluciones mágicas para la mejora personal, la hipnosis podría contribuir a esta causa, y la única manera de saber si funciona contigo es probándola tú mismo. Claro, agendando una cita con un especialista y sin temor a quedar bajo los efectos de la maldición del escorpión de jade…