En la actualidad, la información se mueve a toda velocidad y por ello es muy fácil enterarse en tiempo real de un acontecimiento que está sucediendo justo en este momento, o bien, tener a la mano abundantes datos sobre algo que acaba de ocurrir. Lo anterior explica que los alcances de las manifestaciones artísticas actuales se multipliquen y lleguen a su público en un santiamén.
Pero no siempre fue así. Hubo una época en la que no era fácil hacerse camino en el arte, especialmente para las mujeres, quienes se consideraban seres inferiores —e incluso malignos— cuyas funciones estaban restringidas al ámbito doméstico: la gestación y crianza de los hijos, y la satisfacción sexual de los hombres; por eso, aquellas que tenían vocaciones artísticas eran ignoradas, censuradas y hasta castigadas. Así fue que, al principio, muy pocas lograron sobresalir en el campo del arte. A continuación, te comparto tres ejemplos de estas primeras mujeres reconocidas como artistas.
Hildegarda de Bingen (1098-1179)
La infancia de Hildegarda de Bingen no fue fácil. Nació justo a la mitad del Medievo, en el año 1098, en la población alemana de Bermersheim vor der Höhe. Era la décima de sus hermanos, tenía una constitución física muy débil y pasó enferma gran parte de su infancia; durante estos episodios, era frecuente que experimentara visiones místicas y religiosas. Sus padres eran muy creyentes y ella, por ser la hija menor —y quizá también debido a sus visiones—, fue entregada a la Iglesia como diezmo cuando tenía tan sólo ocho años de edad. Pero todas estas circunstancias, que a nuestros ojos podrían parecer trágicas, no le impidieron convertirse en una de las mujeres más destacadas de su tiempo, ya que fue abadesa, física, filósofa, naturalista, mística, compositora, poetisa y lingüista.
Al estar consagrada a la Iglesia, su disposición hacia los temas religiosos y científicos halló terreno fértil e hizo que su espíritu creciera lentamente, junto con las visiones que tuvo a lo largo de su vida y que reflejó en sus pinturas. Además, tenía aptitudes para la música, donde destacó por sus arreglos complejos y sus composiciones adelantadas a la época, y para la escritura: lo mismo abordaba la hagiografía —el estudio de las vidas de los santos— que el tratado médico, aunque sus trabajos más destacados fueron aquellos donde describía el contenido de sus visiones, en las que usaba complejas y hermosas alegorías. Estas experiencias hicieron que se le considerara una mujer conectada con lo divino, y la libraron de muchas de las restricciones que la iglesia medieval imponía a las mujeres predicadoras. Hildegarda murió en el monasterio de Rupertsberg, en Bingen, en el año 1179. Siglos después, en 2012, el papa Benedicto XVI la nombró Doctora de la Iglesia.
Catalina de Bolonia (1413-1463)
Catalina Vigri, conocida como Santa Catalina de Bolonia, nació en 1413 en Italia. Hija de una pareja de nobles, es considerada la protectora de las artes liberales. Cuando tenía diez años, se trasladó a Padua para formar parte de la corte de Margarita d’Este como dama de honor. A pesar de tenerlo todo en cuanto a bienes materiales y terrenales se refiere, Catalina no se sentía atraída por los lujos de dicho lugar, así que aprovechó su estadía en la corte de Ferrara para cultivarse y estudiar diversas materias, como música, literatura y el arte de las miniaturas.
Años después, conoció a Lucía Mascheroni y a las monjas de la Tercera Orden de San Agustín; fascinada por su estilo de vida, decidió ingresar al convento de monjas clarisas, tomar los votos y alejarse del mundo. En 1438, utilizando sus estudios de humanística, filosofía y literatura, escribió su Tratado de las siete armas espirituales. Dicha obra contiene datos autobiográficos y siete estrategias contra el pecado: diligencia, desconfianza de uno mismo, confianza en Dios, meditación, pensar en la muerte personal, pensar en el Cielo, y la Sagrada Escritura como referente constante de vida.En el terreno pictórico, Catalina contó con el apoyo de sus superiores para armar un pequeño taller en el convento, donde produjo obras de gran belleza como un Cristo en la cruz, dos cuadros de Santa Úrsula y un cuadríptico que representa a unos mártires cristianos.
Catalina de Bolonia se mantuvo en oración y meditación hasta convertirse en madre abadesa. Murió en 1463 y, en 1712, fue canonizada por el papa Clemente XI. Se le conoce como la patrona de los artistas.
Artemisia Gentileschi (1593-1654)
Artemisia Lomi Gentileschi nació en Roma en el año 1593, y fue hija de Orazio Gentileschi, uno de los más destacados representantes de la escuela romana de Caravaggio. Desde muy joven, Artemisia aprendió las técnicas pictóricas de la mano de su padre. Sin embargo, a pesar de sobresalir de entre sus hermanos por su potencial artístico, su condición de mujer le impidió ingresar a las academias de artes de la Roma renacentista. Por eso su padre, conocedor del talento que poseía, la ayudó a continuar con su formación de manera privada, a través de un preceptor de nombre Agostino Tassi.
Esto significó el inicio de un episodio doloroso en la vida de la artista, ya que su maestro la violó en 1612; al principio, Tassi prometió salvar su reputación mediante el matrimonio, pero después se desdijo porque era un hombre casado; cuando Orazio lo denunció, el Tribunal Papal averiguó que Tassi había cometido adulterio con su cuñada y que tenía intenciones de robar pinturas de Gentileschi y de asesinar a su propia esposa. Los interrogatorios inquisitoriales a los que se sometió Artemisia incluían la tortura —pues se pensaba que si alguien rendía el mismo testimonio en el suplicio, éste debía de ser cierto—; pero tras superar esta terrible situación, consiguió trabajar con destacados personajes de la época y convertirse en una pintora reconocida desde los diecisiete años, cuando vendió una obra propia, así como en un referente obligado en la pintura caravaggista.
Artemisia vivió en Roma, Florencia, Venecia, Nápoles e Inglaterra. Sus obras van desde imágenes religiosas hasta cuadros históricos y retratos de una belleza sin igual —que se exhiben en grandes galerías, iglesias, museos o palacios del mundo—, pero que también muestran el dolor de su vida colmada de drama y sufrimiento. Uno de los cuadros donde plasma la dignidad perdida y el honor que deseaba recuperar es Judith decapitando a Holefernes, donde vemos elementos característicos de los seguidores de Caravaggio, como los claroscuros. La pintura muestra una especie de venganza de Artemisia hacia el que fuera su tutor: las facciones de Judith son muy cercanas a las de la pintora, y el decapitado Holefernes podría tener muchas similitudes con Agostino Tassi, el hombre que trajo oscuridad a la vida de la artista, la cual ella supo transmutar en luz.