Las ventajas de llevar un diario

Las ventajas de llevar un diario
Fernando N. Acevedo

Fernando N. Acevedo

Inspiración

Llevar un diario, un pequeño cuaderno en el que documentemos nuestro día a día, es un valioso ejercicio de autocomunicación y autoconocimiento. La relación que establecemos entre éste y nosotros mismos es única, pues el diario se convierte en una pequeña parte de nosotros; en algo más que un simple archivo de nuestras vivencias. Uno de nuestros colaboradores se tomó la molestia de compartirnos una página de su propio diario para dejarte echar un vistazo a todas las posibilidades que se abren cuando decides plasmar una parte de ti en ese cuaderno que algún día podría convertirse en una de tus más preciadas posesiones.

Del diario de Fernando N. Acevedo Osorio, en alguna de las tantas páginas
que guardan un poco de todo eso que nos hace humanos…

Querido diario:

Dicen que “recordar es volver a vivir”. El concepto de las “cápsulas del tiempo”[1],  en las que guardamos recuerdos preciosos para redescubrirlos en el futuro, es ilustrativo de esto, pues al encontrarlas revivimos fragmentos de experiencias pasadas. Algo parecido es lo que me sucede contigo, querido diario. Escribo en ti frecuentemente —de preferencia todos los días, como lo sugiere tu nombre—, sobre lo que me acontece, o sobre lo que pienso, y a veces escribo también sobre mis anhelos, mis proyectos, mis logros, pero también sobre mis errores.

Y honestamente, no puedo más que agradecerte. En más de un sentido has hecho grandes cosas por mí. Gracias a ti, y a la posibilidad de releerte —y releerme al mismo tiempo—, me doy cuenta de que el paso del tiempo me ha hecho mejor persona y de que ha enriquecido especialmente mis capacidades para expresarme y comunicarme.

Quien me conoce como tú lo haces sabe que al tratar algún asunto, al exponer una idea, o al responder una pregunta, aunque sea sencilla, mis explicaciones suelen ser largas; normalmente mis palabras dan mil vueltas antes de aterrizar en el destino que mis pensamientos han fijado para ellas. Pero es sólo que, como sabes, tengo la costumbre de explicar todo, especialmente si estoy en una situación en la que hay que transmitir conocimiento —y no me refiero sólo a la enseñanza en el aula, porque es verdad que fui profesor alguna vez: hablo de cualquier situación en la que debo enseñar algo a alguien—, pues no quisiera que mi interlocutor se quedara con el menor rastro de incertidumbre. Me siento satisfecho si sé que alguien puede comprender el porqué de lo que estoy tratando de explicarle.

Alguna vez alguien me dijo que explicar todo no tenía nada de malo, pero que podría ahorrarle unos minutos a mi escucha si primero dijera justo lo que deseo decir, para después justificarlo con todas las explicaciones necesarias. Escribirte me ha enseñado a lograr eso, poco a poco.

Además, me has enseñado a ser disciplinado. Hay noches en las que me siento a relatarte mis cosas cuando, de pronto, el cansancio se apodera de mí y por momentos quisiera continuar escribiéndote en la mañana. Pero no lo hago. Me sobrepongo al cansancio, porque no quiero dejarte a medias, no podría terminar un párrafo con “mañana te cuento”. Básicamente es sólo disciplina. Eso, ser disciplinado, fue quizá lo primero que aprendí de ti, y es una de las enseñanzas más vigentes de nuestro camino juntos.

Por otro lado, la disciplina de escribir también me ha enseñado a ordenar mi mente, a planificar, a ser eficiente. Y no es que piense en qué contarte y qué no; más bien se trata de decidir cómo te contaré todo lo que quiero contarte: qué decir primero, qué decir después, cuánto es suficiente, qué palabras usar —no me gusta equivocarme cuando te escribo, pocas cosas me molestan más que llenarte de borrones. No quisiera abrumarte con una perorata de quince páginas, pero tampoco creo que deba intrigarte con dos parcos renglones que ni tú ni yo entendamos cuando nos releamos —y digo nos, porque al final eres una extensión de mi mente, una especie de memoria física, y al releerte no quisiera aburrirme con mis propias palabras ni tampoco ver cómo es que yo mismo me logro dejar en ascuas

Te agradezco también el haberme ayudado a mejorar mi caligrafía. Quizás esto ya no es tan importante en el mundo de hoy, donde todo se hace con programas y aplicaciones que permiten escribir legiblemente y a una mayor velocidad que cuando empuñas una pluma y plasmas tus pensamientos en tinta sobre papel. Pero escribir a mano, en especial los propios recuerdos, es una de las actividades más hermosas e íntimas que la tecnología no logrará sustituir.

Y en fin, amigo mío, muchos creen que tener a un confidente como tú es cosa del pasado, o una mera cursilería. Pero yo no. Acudo a ti para contarte cosas que no necesariamente son secretos —pues no sólo sirves para guardar las reflexiones secretas del alma, sino también detalles triviales, o para recordar los momentos en que creemos que la vida nos ha impresionado más de lo normal. Incluso te he escrito que creo que sería interesante ver la reacción de algún amigo o familiar al encontrarte cuando yo ya no esté. Sería lindo, sin lugar a dudas, ver la cara de sorpresa de esa persona, su rostro iluminarse con alegría o ensombrecerse con nostalgia, al encontrarme entre tus páginas, al comprender lo que sentí al momento de escribirte.

Querido amigo, he aquí un secreto: a veces te escribo con la firme intención de que todos me lean, de que cualquiera recorra tus páginas, como al leer una revista, y sepan, porque se los cuento a través de ti, lo hermoso que fue encontrarte y escribirte, a mano, con todos los colores y matices de mis tintas y de mis pensamientos. Pero, sobre todo, te escribo con la intención de que aquellos que lean me entiendan y vean las bondades de tener a un amigo como tú; quizá incluso espero que algunos vayan corriendo a comenzar su propio diario y encuentren en él a un amigo. Uno como tú que les enseñe a pensar, a ordenarse, a comunicarse, a ser prolijos y a poner a tiempo la palabra FIN.

Cierre artículo

[1] En el número 73 de Bicaalú, Fernando escribió un artículo sobre las cápsulas del tiempo y el procedimiento para guardar en ellas nuestros recuerdos a fin de reencontrarlos años después. El título del artículo es “Tal como éramos” [N. del E.].

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