Este año, la pandemia de coronavirus no sólo ha saturado los sistemas de salud: también ha revelado desigualdades, trastornado instituciones de todo el mundo que trabajaban de forma “normal”, ha desmoronado relaciones y ha privado a incontables personas de actividades y servicios que eran parte de su vida diaria.
Pero nos hemos adaptado: luego de unos meses, ahora nos parece normal trabajar de forma remota, y las videosesiones desde casa con el nuevo código de vestimenta —camisa de vestir con pantalón de pijama—, que al principio eran tan incómodas, con el paso del tiempo comienzan a sentirse más naturales.
Como el Noé bíblico, muchos seguimos encerrados en casa, en aislamiento social, con privaciones y esperando algún cambio favorable: una oferta de trabajo, la reapertura de escuelas, una meseta de la pandemia o alguna persona dispuesta a arrojar luz en el asunto. Pero, ¿cómo no sentir desesperación si a menudo se nos dice que la pandemia empeorará antes de mejorar?
Sabemos que en los ámbitos emocional, médico, económico, social y político, el mundo después del covid no será el mismo. Pero tal vez haya un lado positivo en esta pandemia: quizás el mundo se movía demasiado rápido, tal vez dimos mucho por sentado y nos dejamos llevar por la urgencia de ser productivos, a lo mejor tuvimos tanto miedo a la soledad que nunca la vimos de frente.
Hoy vemos que el aislamiento y la soledad no son tan malos. Por eso, quizá sea hora de que reflexionemos al respecto y esperemos señales del renacimiento y de los nuevos comienzos. En uno de sus libros, Carlos Castañeda comenta que Don Juan Matus, su maestro espiritual, le enseñó a recordar que “la muerte siempre está sobre nuestro hombro izquierdo”.
Del mismo modo, esta pandemia nos ha enfrentado a nuestra propia mortalidad: lo frágil de nuestra existencia, temporal y efímera, nos recuerda la importancia de vivir cada momento. Quizás a partir de ahora quede más claro que lo único que, hasta cierto punto, podemos controlar —y lo único que es entera responsabilidad nuestra— es sólo el pequeño trozo de universo que nos tocó: uno mismo.
Por supuesto, hay mucho que hacer por nosotros mismos: aprender a estar solos, cuidarnos, valorarnos y conocernos. Pero eso no elimina la posibilidad de los encuentros: en estos días, circulan historias de personas que han regresado a sus lugares de origen, que se han reencontrado con sus familias más allá de los fines de semana o que se han vuelto a enamorar de la persona que tienen al lado.
Asimismo, hemos podido comprobar la importancia de la resiliencia —que es la capacidad de resurgir fortalecidos ante condiciones adversas o traumáticas— y hemos visto que se trata de algo que no sólo funciona de forma individual: también se puede lograr a nivel social, como sucede con las familias y comunidades que a pesar del hartazgo y el cansancio se mantienen unidas por un bien común.
Por otro lado, es justo decir que este virus no sólo ha sacado lo mejor de nosotros, pues también ha resaltado el lado oscuro de la sociedad: casos de violencia doméstica, ladies y lords desquitando su frustración con personas que tratan de cumplir con su trabajo, personas y funcionarios que aún ponen en tela de juicio la existencia del virus, ataques a personal de salud y otros atropellos de los que somos capaces cuando nuestro instinto animal tiene al miedo de frente.
En un orden distinto de ideas, cabe mencionar algunas ventajas de nuestra situación. Sabemos que han existido otras pandemias a lo largo de la historia —la peste negra en Europa, por ejemplo—, pero en aquel tiempo el combate a la enfermedad estaba en manos del chamán, del curandero o de alguna persona con autoridad que parecía saber lo que hacía —como cuando en la Edad Media se mataron perros y gatos porque se creía que estas criaturas con pelo transmitían la peste—; ahora contamos con conocimientos científicos y las decisiones se toman —o deberían tomarse— a partir de la evidencia comprobable.
A pesar de que no sé cuánto tiempo durará, tengo fe en que esta pandemia puede catalizar una gran transformación. Las decisiones que tomemos ahora y en un futuro cercano tienen el potencial de cambiar el mundo para bien o para mal. Lo que hagamos, entonces, determinará si construiremos un mundo más saludable, más sostenible y más equitativo, o si nos hundiremos más en el fango.
En medio de la pandemia, es posible y necesario hacer lo que nos toca a cada quien: amar, reír, compartir, encontrarse, cuidarse, mantenerse sano e informado, crecer, conocerse, seguir unido con la familia y el círculo social más cercano. Al final, la vida siempre tiene pérdidas para vivir y crecer.