
Ai laurië lantar lassi súrinen
Yéni únótimë vé rámar aldaron! [1]
Diversas son las causas por las que alguien decide que ninguna de las más de seis mil lenguas naturales conocidas —vivas o extintas— le es suficiente para sus propósitos. Algunos, los más idealistas, buscan evitar la desigualdad que crea el prestigio de una lengua; los más prácticos, lo hacen por motivos políticos o de intercambio comercial, mientras que otros simplemente tienen razones artísticas o literarias. En algunos casos, se trata de particularidades léxicas —como el Nadsat de Burgess en su novela Naranja mecánica—, morfosintácticas —las presentadas por Borges en el cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”— o fonéticas —el Vonlenska de la banda islandesa Sigur Rós. Otros, en cambio, abren la posibilidad de ver el mundo con nuevos ojos. A continuación, unos ejemplos.
Esperanto

Kiel vi fartas? Mia nomo estas Juan. Kuo estas via nomo? [2]
El esperanto es la lengua auxiliar internacional construida de uso más extendido en el mundo. Fue creada para servir como lingua franca entre individuos con diferentes lenguas maternas, en un entorno de igualdad lingüística —o al menos así la concibió L. L. Zamenhof quién, al firmar su libro Unua Libro (1887) como Doktoro Esperanto (El Doctor Esperanzado), involuntariamente acuñó el nombre que prevalece hasta la fecha. Para su confección, Zamenhof recurrió a lenguas romances, germánicas y eslavas; esto es, las predominantes en Europa.
En sus más de cien años de existencia, el esperanto ha acumulado muchos logros, entre los que destacan: ser la lengua de instrucción en la Academia Internacional de Ciencias de San Marino, así como ser recomendada por la Academia Francesa de las Ciencias y por la UNESCO. Más sorprendente es el hecho de que al menos cien mil personas la hablan —otros censos llegan a afirmar que son cerca de dos millones— y que es la única lengua construida que cuenta con hablantes nativos —es decir, que la aprenden de sus padres como una de sus lenguas maternas. El esperanto tiene una bandera propia y es posible aprenderlo en casi cualquier punto del planeta, de manera presencial o en un curso en línea.
Klingon

tlhIngan Hol Dajatlh’a’? [3]
El actor escocés James “Scotty” Doohan jamás imaginó que el galimatías de sonidos que proponía como lengua de una raza alienígena para la serie televisiva Star Trek —Viaje a las estrellas— se convertiría en un objeto de culto y en una lengua a la cual se han traducido obras de Shakespeare, el Libro del Tao, la epopeya de Gilgamesh y Un cuento de Navidad de Dickens, además de que inspiró la creación del Instituto de Lenguaje Klingon, que promueve su uso y desarrollo.
A lo largo de los años, película tras serie tras novela, el trabajo de Marc Okrand —quien también había creado el Vulcano, lengua nativa de Spock— poco a poco dotó de léxico y gramática a esta lengua de alienígenas antropomórficos con peculiares crestas óseas en sus frentes y un código de honor guerrero similar al Bushido samurái. A pesar de que en el mundo no hay más de treinta personas que hablan Klingon con fluidez, su presencia en la cultura popular es constante: desde el logotipo de la Wikipedia antes de 2010, hasta el caso de d’Armond Speers, quien crió a su hijo en un ambiente bilingüe inglés-klingon, pasando por continuas referencias en series televisivas, juegos electrónicos, sitios de traducción y búsqueda en línea, diccionarios y hasta cursos para dominar sus oclusivas retroflejas sonoras —sonidos que se pronuncian con la lengua enrollada hasta el paladar— o sus africadas alveolares sordas —con el dorso de la lengua contra la campanilla— con que Okrand buscó darle un sonido no humano.
Élfico

Los fervientes seguidores de la saga El señor de los anillos saben que hay truco en esta entrada: J. R. R. Tolkien, el más famoso y prolífico constructor de lenguajes, no creó “la” lengua élfica: urdió una miríada de lenguas para diversas especies, desde el protolenguaje élfico, del que derivaron, primero, el Quenya, el Eldarin, el Gondorin y, a la postre, quince lenguas élficas; muchas lenguas humanas, entre ellas el Taliska, el Adunaic y el Westron —mismo que hablaban los hobbits—; el Khuzdul, el lenguaje secreto de los enanos, junto con su lengua de signos, el Iglishmek; el Entish de los ents —árboles ambulantes— y hasta la lengua de los poderes primigenios: el Valarin. Del lado oscuro, también derivan del élfico la lengua de los orcos, creado por Morgoth; la lengua negra de Sauron y sus súbditos, y algunas otras no relacionadas con su conocidísima obra literaria, recientemente popularizada por un par de trilogías de películas de generoso presupuesto y efectos especiales apabullantes.
Tolkien aseveraba que no creó este microuniverso lingüístico para dar mayor credibilidad a su historias, sino todo lo contrario: para ampliar su labor como filólogo y su secreta afición por la glosopoeia —creación artística de lenguas— fue que concibió mitologías, mundos y culturas que sirvieran de fondo a las lenguas que su inagotable imaginación traía a la vida. Su conocimiento de las lenguas germánicas era vastísimo y su amor por otras lenguas, el más sincero. La primera vez que Tolkien construyó una lengua —el Naffarin, similar al español—, era sólo un adolescente y ya había dejado atrás el Animalia de sus primos —que sustituía palabras comunes por nombres de animales— y el Nevbosh —un código algo más sofisticado que el anterior.

[1] ¡Ah, como el oro, caen las hojas en el viento; / e innumerables, como las alas de los árboles, son los años! [Inicio del poema “Namárië en Quenya” de J. R. R. Tolkien.]
[2] ¿Cómo estás? Mi nombre es Juan. ¿Cuál es tu nombre?
[3] ¿Hablas Klingon?