La música es la configuración de lo invisible.
Leonardo da Vinci
Tratado de Pintura F 35, Biblioteca del Vaticano Roma.
El genio del Renacimiento Leonardo Da Vinci (1452-1519), conocido como pintor, ingeniero, científico, anatomista, arquitecto, cocinero e inventor de diversas máquinas de uso civil y militar, también tuvo un especial interés en la música, tanto en el estudio de las teorías sobre el origen y propagación del sonido, como en su ejecución a través de la práctica de la lira, que aprendió a tocar desde muy joven. De igual modo, se afirma que realizó mejoras en más de treinta instrumentos musicales populares de la época, los cuales buscó automatizar para conseguir una mayor velocidad de interpretación, simplificar la ejecución y crear nuevos efectos sonoros; también diseñó curiosos instrumentos musicales que se anticiparon en siglos a los que hoy conocemos.
Algunos biógrafos aseguran que, desde niño, a Leonardo le gustaba asistir a los carnavales de las calles de Florencia, en los que músicos cantaban o recitaban poemas acompañados de instrumentos como el laúd, la lira de brazo, la viola da gamba, el órgano de mano, la bandola o el tamboril. En aquel tiempo se consideraba que la música era el arte supremo, pues comprendía una armonía superior que involucraba la razón, la imaginación, el discurso, el canto, el dominio de los instrumentos, la danza rítmica y la posibilidad de transmitir emociones. Por ello, se creía que la música aspiraba a un valor metafísico superior: la plenitud de la belleza y la armonía universal.
Se sabe que, a los dieciocho años, Leonardo ingresó al taller de Andrea di Michele di Francesco di Cione, mejor conocido como Verrocchio, considerado un escultor, orfebre, pintor y músico “perfecto”; asimismo, era maestro del taller artístico de mayor prestigio en Italia. Ahí, Leonardo incursionó en las técnicas de pintura —que dominó muy pronto—, inició sus estudios de canto y aprendió a tocar y fabricar instrumentos musicales.
Tras nueve años en el taller de Verrocchio, Leonardo se independizó de su mentor y, en 1482, emigró hacia Milán. El gran biógrafo italiano Giorgio Vasari nos dice al respecto: “Con gran reputación, fue conducido Leonardo a Milán ante el duque, al que le gustaba mucho el sonido de la lira, para que tocase; y Leonardo llevó consigo el instrumento que él mismo había fabricado en gran parte en plata para que la armonía tuviese mayor timbre y una voz más sonora. Y con esto superó a los demás músicos que concursaban en recitales; además fue el mejor recitador de rimas improvisadas de su tiempo.”[1] La descripción de esta lira de plata en forma de cráneo de caballo, construida por el propio Leonardo, así como los diagramas y planos de los demás instrumentos que inventó, se hallan en varios códices: Madrid I, Madrid II, Atlántico y Arundel, resguardados en la Biblioteca Nacional de España, en la Biblioteca Ambrosiana de Milán y en el Museo Británico de Londres, respectivamente.
Da Vinci diseñó, asimismo, interesantes instrumentos de percusión y de viento con ingeniosos mecanismos: ideó, por ejemplo, un tambor con orificios laterales que modificaban el sonido al golpearlo, una gaita de fuelle para evitar el esfuerzo de soplar, un timbal con un sistema mecánico para crear redobles y una campana golpeada por cuatro apagadores movidos por teclas. Uno de sus instrumentos más interesantes fue el “órgano de papel”, un antecedente del acordeón en el que colocó el teclado en posición vertical para un manejo más fácil, y situó los tubos en diagonal para que el músico pudiera tener mejor visión. También plasmó en sus bocetos la idea de un órgano con un sistema hidráulico que hacía que agua cayera por vasijas de madera, generando así el sonido.
Pero sin duda uno de sus instrumentos más innovadores fue la viola organista, un invento que combina la facilidad que ofrece un teclado para tocar varias notas a la vez con el poder expresivo de un instrumento de cuerdas y arco. En 2013, el pianista polaco Zlawomir Zubrzycki construyó este instrumento, que le costó tres años de trabajo y una inversión de cerca de diez mil dólares. Existen en internet videos en los que el polaco toca las teclas de una especie de pianola y, al fondo, se escucha el sonido de una hermosa música de cuerdas.
La mayoría de estos ingeniosos instrumentos —que hasta el día de hoy siguen causando asombro por sus originales mecanismos, sus nuevos sonidos y sus texturas y profundidades— han sido reconstruidos por destacados luthiers o lauderos, como Joaquín Saura, Joaquín Lois, Akio Obuchi, Luciano Pérez, Luis Payno, Simone Vignato y Carlos Blanco Fadol, y se han exhibido en la Biblioteca Nacional de Madrid desde 2003. Con los años, estos instrumentos se han ido perfeccionando y exhibido en todo el mundo bajo la dirección del curador Alfredo Melgar. Esta exposición, de hecho, se presentó en 2006 en el Museo del Antiguo Colegio de San Ildefonso, en la Ciudad de México.
La música también está presente en la obra pictórica de Leonardo: por ejemplo, la encontramos en el cuadro Retrato de músico,pintado hacia 1485. Pero otras referencias musicales son menos obvias. Vasari escribe acerca de la ejecución de La Gioconda que “Mona Lisa era muy hermosa; mientras la retrataba, tenía gente cantando y tocando, y bufones que la hacían estar alegre, para rehuir esa melancolía que se suele dar en las pinturas de retratos. Tenía un gesto tan agradable que resultaba, al verlo, algo más divino que humano, y se consideraba una obra maravillosa por no ser distinta a la realidad”. Por otro lado, hay quienes aseguran que si en La última cena se traza un pentagrama sobre el cuadro, cada una de las manos de los doce apóstoles y de Jesús representan notas musicales que, al tocarse de derecha a izquierda —tal como escribía Da Vinci—, resultan en una bella y misteriosa melodía.
Más allá de la fascinación que podría causarnos el ingenioso funcionamiento de sus mecanismos, los instrumentos diseñados por Da Vinci son la expresión más bella de fusión del arte y la tecnología de su época. El observarlos, ya sea a través de sus bocetos o en las reconstrucciones que de ellos se han hecho, pone de manifiesto la genialidad y la abundancia de ideas que bullían en la mente de este ser humano excepcional.
[1] Giorgio Vasari, Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue hasta nuestros tiempos, Madrid, Cátedra, 2010; p. 474.