
Contar historias es lo que impulsa el poder de la imaginación. Pero cuando se cuenta una historia que jamás ha sucedido como si fuera cierta, ésta adquiere un carácter diferente. Una leyenda nace así: de boca en boca. Y cuando una cruza límites geográficos, políticos o económicos, se le considera una teoría de conspiración. Pero nuestro interés en esta ocasión es el de las leyendas urbanas, y no de cualquier sitio, sino de una de las urbes más grandes y antiguas de América: la Ciudad de México. Su historia está enriquecida con un sinfín de anécdotas, mitos y ficciones que se alimentan entre sí y aderezan el excepcional sabor que la distingue de cualquier otra metrópoli en el planeta. Aquí presento tres leyendas propias de la urbana capital mexicana.
La isla de las muñecas

Un auténtico paraíso del miedo. Muñecas sucias, colgadas de los árboles y por todos lados, sin ojos, algunas sin cabeza, sin brazos o piernas, y algunas que sientes que te están mirando. Este oasis del terror está en medio de uno de los sitios turísticos más concurridos de la enorme Ciudad de México.
Las chinampas, como se le conoce a las islas de Xochimilco, fueron reconocidas en 1987 por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. La gente que las visita se emociona, aunque al poco tiempo su sentimiento se torne en impacto, o incluso terror, al llegar a la Isla de las muñecas: un sitio escalofriante con miles de muñecas decapitadas y desmembradas, colgadas en cañas, ramas y ahuejotes para “espantar a los espantos”.
La leyenda dice que su anterior dueño, un ermitaño llamado Julián Santana, vio a una niña atrapada en los canales de la isla. No logró salvarla, pero poco después encontró una muñeca flotando en el agua que, supuso, era de la niña muerta. Entonces, como tributo a su espíritu, decidió colgarla en un árbol, pues por las noches escuchaba lamentos, gritos y voces extrañas. Así fue como rodeó su chinampa con cada vez más muñecas, coleccionó decenas y luego cientos, que según él le daban protección.
Irónicamente, Santana también moriría en el agua, según cuenta la leyenda, atraído por el espíritu de aquella aparición. Don Julián nunca dejó de escuchar las voces y siempre que iba de pesca con su sobrino le mencionaba que una sirena quería llevárselo. Una tarde, mientras pescaban frente a las aguas que se llevaron a aquella niña décadas atrás, el sobrino Anastasio se retiró un momento para vigilar a los animales. Cuando regresó, su tío estaba en el agua: había caído allí, víctima de una insuficiencia cardíaca, justo en el mismo lugar donde él vaticinó que algún día la sirena iría a buscarlo.
Después de que Don Julián falleció, su sobrino continuó con su legado, a pesar de que muchos guías turísticos argumentan que el lugar ahuyenta a los visitantes —aunque también es cierto que no son pocos los que visitan Xochimilco sólo para conocer la tenebrosa Isla de las muñecas. Actualmente, la leyenda urbana habla de múltiples fenómenos paranormales en torno a las muñecas: se dice que se mueven, que hablan, que abren y cierran los ojos e, incluso, que cambian de lugar todo el tiempo. Hoy, estas guardianas colgadas y clavadas se cuentan por miles.
El Hospital Juárez y “La planchada”

Es de noche, y entre tus párpados anestesiados alcanzas a ver una silueta. Camina fuera de tu cuarto y se detiene a observarte. No estás en tu casa, sino en una habitación en el Hospital Juárez, una clínica del Centro Histórico que se encuentra en las calles de Jesús María y Fray Servando, y es la morada de una aparición afectuosa, según la creencia popular. “La Planchada”, como se le conoce por su uniforme almidonado, es una enfermera espectral inofensiva a la que se le ve caminando por los pasillos del hospital.
Cuenta la leyenda que hace muchos años una enfermera de nombre Eulalia comenzó a laborar en este hospital. Siempre vestía impecable, con su uniforme blanco sin arrugas, y atendía con esmero a sus pacientes. En el hospital, ella se enamoró por primera vez de un médico que no la correspondía de la misma forma. Y aunque se hicieron novios, un día el doctor la abandonó: se había casado e ido de luna de miel con su esposa.
El corazón de Eulalia se hizo de piedra y desde ese día su trato a los pacientes cambió de forma drástica: de ser la enfermera más cuidadosa, se convirtió en una mujer fría, descortés y malhumorada, cuya desdicha la hacía cometer descuidos con los pacientes al grado de casi hacerlos perder la vida. Un mal día, la enfermedad atacó a Eulalia y se convirtió en una paciente más del hospital. Nunca se repuso. Poco antes de morir tuvo un momento de lucidez, se arrepintió de los malos tratos que tuvo con sus pacientes, y se prometió que cuidaría de ellos en el hospital después de su muerte.
Por eso, la leyenda dice que una enfermera impecablemente vestida y bien planchada vaga por los pasillos y las habitaciones del hospital haciendo sonar su rígido uniforme, cuidando y suministrando medicamentos a los pacientes. A lo largo de las décadas, muchas de sus compañeras enfermeras creen haberla visto o escuchado por los pasillos del hospital.
El callejón del Diablo

Una estrecha callecita que se encuentra en el corazón del barrio de Mixcoac, cuya bizarra estética, con largas paredes que forman un eterno pasillo, podría ser el escenario perfecto para una buena película de terror en plena Ciudad de México. Y es que este lugar siempre ha tenido fama de sobrecogedor. Su nombre mismo así lo presume: el callejón del Diablo. De acuerdo con viejas crónicas, el desconcertante nombre proviene de los chismes de la gente del barrio, que en alguna época aseguraban haber visto con sus propios ojos en este angosto callejón al mismísimo Lucifer. Por eso es que poca gente se atrevía a cruzarlo de noche.
Cierto día, un joven escuchó el relato y, envalentonado, anunció que cruzaría ese callejón esa misma noche, pues él no le temía a nada y demostraría que no existía tal ridiculez como el Diablo. La leyenda cuenta que, esa madrugada, él y algunos amigos suyos se dirigieron al sitio. Sus amigos decidieron esperarlo a la entrada y él, burlándose de ellos, se adentró en el callejón. Jamás salió y nunca se supo más de él. Se dice que cuando llegó a la mitad del callejón, Satán en persona se le apareció y se lo llevó en un parpadeo. Los amigos que, supuestamente, presenciaron la escena, se asustaron, huyeron y no volvieron a hablar del tema… pero vivieron el resto de sus vidas en el terror. Y tú, ¿te atreverías tú a cruzarlo a solas una noche?
