Leo el título de este artículo y, como en un chispazo, viene a mí una idea fundamental de ciertas filosofías: vivir en el aquí y el ahora. De seguro estás familiarizado con esta noción pues, desde sus redes sociales, la viralizan páginas, practicantes y entusiastas de la meditación, del budismo, del hinduismo, de la tradición wicca y del veganismo. Y así es que esta sabia sentencia —que es casi un mantra— se ha pregonado mucho y se ha puesto de moda; pero, ¿realmente se puede “vivir en el aquí y en el ahora”?
Un motivo por el que digo que es prácticamente imposible vivir en el presente es que el cerebro tarda fracciones de segundo en procesar la información que perciben los sentidos, de modo que su percepción e interpretación siempre será de hechos pasados; y si consideramos que todo se está moviendo y que lo que vemos no es sino la luz que emite o reflejan las personas y objetos, la cual puede tomar nanosegundos o —en el caso de las estrellas— miles de millones de años en viajar, entonces la información que recibe nuestro cerebro está siempre desactualizada. Así, el aquí y el ahora son sólo ilusiones, y lo único permanente en el universo es, paradójicamente, el cambio.
Por otro lado, hay ocasiones en que la realidad y el presente son espantosos. Hace algunos años, por ejemplo, escuché una historia que me partió el corazón: Moses, un niño ugandés de ocho años, presenció cómo sus padres y sus hermanos menores fueron degollados por los grupos paramilitares que lo secuestraron y convirtieron en un asesino disfrazado de patriota. Me costaría trabajo decirle a una criatura sometida a estas condiciones que la verdadera fuente de la felicidad es “vivir en el aquí y el ahora”.
Pero el caso del pequeño Moses no es la excepción ni una historia aislada: estoy seguro de que son muchos los horrores de variada índole que viven muchos seres humanos alrededor del planeta: tener un pariente enfermo en fase terminal, vivir con un padre alcohólico o en la extrema pobreza, estar asediado por la violencia del narco o por una guerra son apenas algunos ejemplos de lo que millones de mujeres y hombres sufren a diario en el mundo. Cuentan que, cuando sobrevivía sus horribles veintisiete años en prisión, Nelson Mandela encontraba consuelo en la lectura de “Invictus”, un poema del inglés William Ernest Henley, del que transcribo aquí un fragmento:
Más allá de este lugar de ira y llantos,
acecha la oscuridad con su horror,
Y sin embargo la amenaza de los años me halla,
y me hallará sin temor.
Ya no importa cuán estrecho haya sido el camino,
ni cuántos castigos lleve mi espalda.
Soy el amo de mi destino,
soy el capitán de mi alma.
Entonces, era volando a lomos de estas vigorosas palabras y no permaneciendo en “el aquí y el ahora” de su ínfima celda rodeada de barrotes, donde el titán Mandela hallaba la fuerza para seguir incólume. De ahí deduzco el inmenso valor y la importancia del escapismo a través de la lectura de libros de fantasía y de ficción cuando transitamos por momentos de penuria.
Y es que, ¿quién no se siente reconfortado en sus pequeñas batallas cotidianas al leer sobre las proezas y la nobleza del gran rey Arturo? ¿Quién no quisiera hacer un increíble viaje para encontrarse a sí misma, como Dorothy en el El mago de Oz? ¿Y quién no vibra de emoción y siente una especie de electricidad surcando la espalda al leer las aventuras del atontado Bilbo Bolsón en El hobbit o las de su sobrino Frodo en la trilogía de El señor de los anillos?
Siguiendo con esta idea, ¿quién no se identificó con el poderoso pero inocente Harry Potter a lo largo sus días de escuela en Hogwarts, donde conoce el valor de la amistad, del amor y de la muerte? ¿Quién no encuentra frases llenas de propósito y sabiduría en los diálogos de mentores como Gandalf el Gris, Merlín o Albus Dumbledore? E incluso, ¿quién no cuestiona su realidad y decide un nuevo camino existencial tras leer los subversivos diálogos del imparable Tyler Durden en El club de la pelea?
En lo personal, me acuso de pecar de escapista de los malos momentos de la vida a través de los libros de ficción, porque sé que “el aquí y el ahora” en muchos casos suelen ser fríos, desencantados o crueles. Por eso, me gustaría concluir este artículo con una frase de uno de mis escritores de ficción preferidos, autor de obras formidables como Sandman, Coraline, Neverwhere y Stardust. Dice así el gran Neil Gaiman:
“¿Qué hay de malo en el escapismo, si para muchos la vida es como una jaula con candados en la puerta? Ofrecerles un modo de escapar de esa realidad asfixiante, y no sólo de escapar sino también de aprender algo en el camino, de dotarse de armas, de conocimiento y de una armadura, y de traer todo eso de vuelta a su prisión, que ahora será un lugar mucho más amable… ¿qué hay de malo en ello?”