
La pintura rupestre es la expresión plástica más antigua de la que hay vestigios. Podemos considerarla una huella dejada por culturas ancestrales y un testimonio de nuestro pasado resguardado en cuevas, trazado directamente en la piedra. Plenas de misterio y magia —aunque también de cotidianeidad—, las pinturas rupestres guardan una infinidad de secretos que abarcan desde la complejidad del pensamiento simbólico, hasta la descripción de la vida diaria.
Los sitios de Lascaux y Altamira, en Francia y España respectivamente, son bien conocidos por todo el mundo. Pero México también cuenta con importantes lienzos pétreos ubicados en diferentes entidades del país. Estas manifestaciones artísticas dan cuenta de las diversas maneras en que los grupos ancestrales en nuestro continente percibían su entorno físico, social, ritual o cósmico.
Tesoro bajacaliforniano
Las pinturas rupestres halladas a lo largo y ancho de la península de Baja California son, sin duda, las más famosas del territorio mexicano, además de ser las más estudiadas. En general, se realizaron sobre roca volcánica o granítica al aire libre, lo que las vuelve mucho más vulnerables al paso del tiempo y a las vicisitudes del clima. Enrique Hambleton, en un artículo publicado en Arqueología mexicana, declaró que dada la escala monumental, la calidad en la ejecución y el buen estado en que se encuentran, los grandes murales de Baja California están entre los cinco conjuntos de arte prehistórico más importantes del mundo.


Aunque las pinturas se conocían desde principios del siglo XX, fue sólo durante la década de los cincuenta que especialistas de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) realizaron la primera descripción rigurosa de ellas, especialmente de las ubicadas en el norte de la península.
Entre los temas encontrados en las paredes de los sitios bajacalifornianos destacan los cazadores-recolectores, animales terrestres —venados, pumas y liebres, entre otros—, aves y seres marinos. También es posible encontrar figuras antropomorfas que representan a seres considerados chamanes o brujos. Asimismo es notable —en esta pintura y en general en el arte rupestre— la impresión de manos sobre la roca.
Para pintar estos murales se sabe que los artistas usaron aglutinantes consistentes en agua y savia de cactáceas, así como pigmentos hechos con minerales molidos. Los colores más frecuentes son el ocre, el rojo y el negro.
En 1993, la UNESCO declaró Patrimonio de la Humanidad a la Sierra de San Francisco —donde se encuentra la famosa cueva de La Pintada— en el norte de la península. La sierra contiene, en sus accidentados 800 kilómetros de extensión, un gran número de sitios con pinturas tipo gran mural. Las pinturas bajacalifornianas son, además, consideradas las más antiguas del continente.
En otras entidades
El norte de México cuenta además con la Cueva del Oso, en Chihuahua, en la que se encuentran pinturas de los indios conchos —extintos en el siglo XIX— que versan sobre rituales asociados a la caza y al agua. Se estima que estas pinturas tienen unos 700 años de antigüedad. También en Tamaulipas hay una gran cantidad de arte rupestre, especialmente en la Sierra de San Carlos, localizada en el municipio de Burgos; un proyecto del INAH encontró cerca de cinco mil pinturas en la región.

Pintura rupestre hallada en Burgos, Tamaulipas.
Otros estados, como Hidalgo, Querétaro, Michoacán, San Luis Potosí, Nuevo León, Sonora y Jalisco poseen también tesoros parietales de gran valor que están siendo estudiados.
De reciente apertura: Arroyo Seco
Apenas en marzo de 2018 fue abierta al público la zona arqueológica con pinturas rupestres de Arroyo Seco, en Guanajuato. En un imponente espacio rocoso están resguardados motivos zoomorfos, como zorros, coyotes, águilas —el símbolo de la zona es un águila— y alacranes, y también motivos vegetales como maíz, o quizá peyote.

El complejo arqueológico cuenta con 46 recintos pétreos en distintas elevaciones con grafías que corresponden a diferentes periodos históricos. Se pueden observar obras de grupos nómadas, semi nómadas, sociedades cazadoras-recolectoras, de grupos chichimecas —los amos de la región— y de grupos de la época colonial. Destacan los promontorios rocosos, llamados “Los guardianes” que, con todo el paisaje, conforman un espectáculo único y novedoso por su reciente apertura.
Puede verse entonces que no es necesario cruzar el Atlántico para apreciar las maravillas del arte rupestre. Nuestro continente, y nuestro país, contienen importantes ejemplos de esta manifestación artística que, además de ser una ventana al pasado, es una ventana hacia la historia de nosotros mismos.
