Para el Sensei
Afirman los entendidos que la muerte de un hijo es el duelo más doloroso que puede enfrentar un ser humano —e, imagino, también un animal. La partida de los padres es un suceso igualmente doloroso, aunque suele ir acompañado de un hálito de tranquilidad, pues implica algo de “ley natural”, y lo mismo sucede cuando los abuelos se van.
Perder a algún familiar —un tío, un primo, un sobrino— implica un duelo muy particular que todos hemos experimentado. Sin embargo, ¿qué tipo de duelo nos aqueja cuando perdemos a un amigo(a)? No se trata de alguien que lleve nuestra sangre, pero es una persona que decidimos integrar a nuestra “familia” por el cariño que le tenemos.
Recuerdo a mi madre llorando días enteros, impotente, cuando murió su mejor amiga Lucha, con quien tuvo una entrañable amistad de más de cincuenta años. Se habían conocido en el trabajo; con su partida, se iba su compañera de lucha laboral, de café, de viajes; su cómplice y apoyo en tantos temas que su esposo o yo nunca le pudimos resolver.
El amigo es el que está con uno por decisión, no por obligación; por eso su partida a veces puede doler más que la de un familiar. El amigo verdadero está en las buenas y en las malas porque quiere estar con nosotros; no lo acerca ningún interés, sólo el cariño. Bien lo dijo Alberto Cortés en esa vieja canción: “Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo”.
Por eso resulta muy triste que en los hospitales la jerarquía de amigo no se considere tan importante como la de familiar. Uno llega ante la enfermera del área de atención para tratar de ver al amigo o amiga que está internado(a) y, cuando ella pregunta por el parentesco y uno dice: “soy su amiga”, pareciera que los años de cercanía, de solidaridad, de lealtad, de risas y llanto, de apoyo incondicional y de complicidad no sirvieran para nada, pues la enfermera termina diciendo: “Sólo se admiten familiares”. Y lo más paradójico es que quizás algunos de esos familiares no sean tan cercanos al paciente como lo eres tú, el amigo(a). Así de triste es esta etiqueta a veces. Se le niega el paso a lo auténtico para que impere lo “políticamente correcto”.
La muerte de un amigo afecta a cualquier edad. Existen estudios que muestran cómo a algunos adolescentes les resulta tan difícil superar el fallecimiento de su mejor amigo(a) que, en ocasiones, la tragedia de una muerte prematura es seguida por otra, ocasionada por un suicidio. También es muy doloroso para los adultos mayores ver cómo sus amigos parten uno tras otro, no sólo por la pérdida de esos seres que estuvieron acompañándolos en la aventura de la vida, sino porque el suceso les recuerda que su propio camino se está terminando.
Y sus variantes…
Tenía dieciséis años de edad, se llamaba Churry, vivía en Dinamarca y era el amigo inseparable de Rebeca. Por su edad y enfermedad se tuvo que ir; lo tuvieron que dormir —algo dolorosamente necesario. Era un perrito encantador, tranquilo y de mirada pacífica que amaba caminar con mi amiga por el hermoso bosque. Cuando supe la noticia, después de llorar largo rato por un perrito que no llegué a conocer en persona, comencé a escribir este texto sobre la partida de los amigos y, en automático, sentí la necesidad de incluir la variante del “amigo canino” —o gatuno.
Cuando parte tu perro, tu gato o algún miembro de la familia “animalesca” —me niego a utilizar el término mascota—,se pierde a un gran amigo; uno con el cual se tuvo una relación estrecha, solidaria y leal, aunque ésta se hubiera construido con otro lenguaje: el de las miradas, las colitas que se mueven, los cuerpos peludos que se enroscan entre las piernas o los brincos emocionados.
Cuando mi tío Paco murió, Luciano y Titi, los dos gatos que tenía yo en ese entonces, estuvieron todos los días ante la puerta de la casa entre las cuatro y las seis de la tarde —hora en que mi tío solía llegar a visitarnos— esperando a que él entrara. ¿Cómo explicarles que su amigo ya no regresaría? La amistad entre un ser humano y un animal es difícil de comprender, pero existe, es sincera y, sin duda alguna, constituye una de las más auténticas del planeta.
Colofón
Espero que exista la reencarnación sólo para reencontrarme con los amigos que han partido; para que mi madre esté con su amiga Lucha tomando café en algún lugar del mundo, no sé con qué forma o con qué nombre; y para que las almas de todos los amigos —humanos, perrunos, gatunos o de cualquier otra índole— que se han separado se vuelvan a encontrar y sigan su andar de cómplices por la eternidad. Lo deseo con todas mis fuerzas.