En el Nuevo Testamento, los Evangelios son cuatro libros que hablan de la vida de Jesús de Nazaret y se les conoce por el nombre de cada uno de sus autores: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. En general, éstos coinciden en el hilo de la historia: la anunciación y el nacimiento de Jesús, su predicación y los milagros de su vida adulta, así como sus últimos días: su pasión, muerte y resurrección.
Parecería, entonces, que el conocimiento que tenemos sobre la vida del hombre que dio origen a una de las religiones más difundidas en el mundo es muy limitado, pues en los Evangelios se aborda poco su infancia, por ejemplo. Pero, además de los cuatro Evangelios canónicos existen otros, los llamados apócrifos.
Sabemos que recrear la verdad histórica es un asunto muy complejo, y una buena manera de conseguir un panorama más completo sobre los hechos es comparar diferentes puntos de vista. Así, saber de la existencia de Evangelios “extraoficiales” que no se encuentran en la Biblia genera algunas preguntas: ¿por qué sólo cuatro Evangelios son canónicos? ¿Qué dicen los demás? ¿En qué se diferencian?
Los Evangelios y el criterio de selección
Primero, es importante aclarar que tanto los textos canónicos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan como los que se atribuyen a Tomás, Pedro, Judas o María Magdalena son llamados Evangelios, una palabra que deriva del latín evangelium, y éste del griego euagelion, que significa “buena nueva”; es decir, la buena noticia del cumplimiento de la promesa hecha por Dios sobre la redención del pecado.
Aunque tanto canónicos como apócrifos coinciden en aspectos de la vida, las enseñanzas, los milagros, la muerte y la resurrección de Jesús de Nazareth, llama la atención que sólo cuatro de ellos sean los “oficiales”. Para entender esto, hay que remontarse a los primeros siglos de la cristiandad.
Los evangelios canónicos coinciden en muchas historias, pero lo importante es que son consistentes en dogmas de fe como el de que Jesús es Dios y se hizo hombre, padeció, murió y resucitó al tercer día, consiguiendo así —a través de la redención de los pecados— la vida eterna para la humanidad. Este dogma es proclamado hasta el día de hoy en el credo de la Iglesia Católica: Dios, Cristo y Espíritu Santo son uno mismo en la Santísima Trinidad.
Lo anterior se estableció en el concilio de Nicea del año 325 d.C., convocado por el emperador Constantino I y el obispo San Osio de Córdoba. En él, obispos de diferentes regiones en las que se practicaba el cristianismo se reunieron para acordar lo que se consideraría oficialmente como parte de la fe cristiana: buscaban unificar la doctrina y darle a Roma una religión oficial estructurada.
Antes de este concilio, las historias y los milagros de Jesús se esparcían de boca en boca, y no es descabellado imaginar que con el tiempo se les añadieran detalles e historias inventadas que satisfacían la curiosidad de los primeros cristianos. Sin un lineamiento teológico concreto, casi cualquier cosa se permitía.
Una vez establecidos los cuatro Evangelios canónicos, la evangelización se limitó a estos libros y los apócrifos dejaron de reproducirse, fueron señalados como heréticos y se perdieron en el tiempo. El hallazgo de antiguos manuscritos, como la biblioteca de Nag Hammadi o el papiro de Rylands, los trajo de nuevo a la luz.
(Imagen del códice II de Nag Hammadi, que muestra el final del evangelio apócrifo de Juan y el comienzo del evangelio de Tomás.
Imágenes de dominio público – Wikimedia Commons.)
¿En qué se diferencian?
Los textos canónicos dicen poco de la infancia de Jesús, pero los apócrifos hablan de milagros tempranos. El Evangelio árabe, el arameo y el Protoevangelio de Santiago, por ejemplo, cuentan pasajes en los que, antes de cumplir doce años, Jesús devuelve la vida a otros niños, algunos de los cuales murieron por su causa.
Esto caracteriza a Jesús como un niño sobrenatural y no como un humano corriente, además de corromper su imagen bondadosa y justa. El catolicismo rechazó estos textos pues, según su credo, Jesús debía ser Dios hecho hombre, de modo que no puede hacer milagros hasta que es un adulto bautizado y lleno del espíritu santo.
Por su parte, los Evangelios llamados “gnósticos” no conciben a Jesús como Dios mismo hecho hombre, sino como una criatura excelsa creada por Dios, y cuentan algunos hechos de interés. En el Evangelio de Judas, por ejemplo, el “traidor” es el discípulo amado que lleva a Cristo a cumplir con su misión divina. Y en el de María Magdalena resaltan las mujeres discípulas como esenciales para el mensaje de salvación y ella es la bienamada de Jesús, para disgusto de Pedro.
(Giotto di Bondone, El beso de Judas, fresco realizado alrededor del 1306 y conservado en la Capilla de los Scrovegni, Padua.
Imágenes: Wikimedia Commons.)
Aunque el gnosticismo en general y los milagros del niño Jesús son rechazados por la fe católica, hay elementos de estos Evangelios que son aceptados e, incluso, están fuertemente arraigados a la tradición: por ejemplo, gracias a ellos sabemos los nombres de los padres de María, Joaquín y Ana, y conocemos a los tres reyes venidos de oriente, Melchor, Gaspar y Baltasar.
Por si fuera poco, en el Evangelio de Nicodemo se narra una versión de la Pasión y se dan los nombres de los ladrones que fueron crucificados junto a Jesús: Dimas, “el buen ladrón”, y Gestas. También ahí hallamos el pasaje del paño de Verónica, quien durante el Viacrucis tendió un pañuelo a Jesús para que enjugara el sudor y la sangre, y en éste quedó milagrosamente impreso el Divino Rostro.
¿Quién fue primero?
Los estudiosos afirman que es imposible comprobar que los Evangelios hayan sido escritos por gente que conoció a Jesús de primera mano; es posible, por ejemplo, que el Evangelio de San Pedro sea obra de otra persona que recogió testimonios de terceros sobre lo que este personaje dijo acerca de Jesús.
Siendo así, ¿qué garantiza que los Evangelios canónicos sean precisos, si se estima que se escribieron a finales del siglo I, años después de la muerte de Jesús? Se calcula que el libro de San Marcos es el más antiguo (60-70 d.C.), pues aparenta desconocer la caída de Jerusalén y otros Evangelios se basan en él. Por otro lado, se cree que la mayoría de los textos apócrifos fueron escritos en el siglo II.
Los Evangelios apócrifos aportan miradas distintas en torno a Jesús y su prédica, que dan pie a cuestionar las bases de la fe católica. Si bien el catolicismo no acepta los evangelios gnósticos, tampoco los rechaza por completo: si se aceptan los nombres de los ladrones que murieron con Jesús, también podría reconsiderarse el papel de la mujer en la Iglesia con el Evangelio de Magdalena.
En todo caso, la crítica y discusión debería hacerse desde la lectura de todos los Evangelios, apócrifos y canónicos —que actualmente son asequibles en diversas ediciones—, para hacer señalamientos basados en el conocimiento. Así, creyentes, ateos y agnósticos pueden acceder a diferentes miradas sobre Jesús y comprender mejor las bases de una de las religiones más influyentes en el mundo.