Cuando estaba a punto de escribirle, vi la piel de mis manos. No me había dado cuenta de lo seca que estaba. Tan seca como el lugar desolado al que suelo llegar cuando siento un dolor inmenso. Como un desierto que ya ni siquiera tiene arena: es tan sólo una superficie con grietas, con demasiadas líneas. Demasiado árido para mis veintiocho años.
Dicen que lo más importante del dolor es soportarlo. Sostenerlo hasta que llegue el mejor momento para expresarlo. También que, si lo aguantas, día a día encontrarás segundos de tranquilidad que se convertirán en minutos, después horas, hasta llegar a días enteros. Es verdad. Entonces, si sé que el dolor del sufrimiento puede superarse, ¿por qué querría ser amiga de mi ex?
En 2012, la investigadora de la Facultad de Psicología de la UNAM, Rozzana Sánchez Aragón, llevó a cabo una Evaluación Tridimensional de Duelo por Rompimiento Amoroso, y concluyó que una pérdida amorosa puede ser más dolorosa que la muerte de un ser querido.
Y es que, cuando alguien muere, se pierde toda ilusión y esperanza de que vuelva: no hay persona, poción ni tecnología que lo regrese a la vida. Ya no está, se fue. Pero la ex pareja vive y ronda en la misma dimensión física que tú. La diferencia es que ya no está junto a ti. “Básicamente, es un estado provocado por una pérdida emocional devastadora”, afirma Jo Hemmings, psicóloga conductista.
Dicen que la esperanza es lo único que nos mantiene vivos. Yo digo que a veces nos mantiene medio muertos: la ilusión de lo posible es tormentosa. Yo me rehuso a ahogarme en ella. Pero mi madre dice que no todas las personas son como yo. Entonces, ¿qué hay de quienes inician una amistad con la ex pareja?
Para la persona que no decidió la ruptura, la esperanza de la amistad puede ser un premio de consolación. Para quien tomó la decisión, la amistad puede significar un golpe menor a su culpa, pues es difiícil aceptar cuando lastimamos sin dolo ni intención. Para ambas partes, la amistad con la o el ex representa las cenizas rescatadas de un fuego que ya se apagó.
Además, no estamos desprovistos de sentimientos. Todos necesitamos afecto emocional y sexual: el cuerpo también extraña. Aunque estemos profunda y afectuosamente unidos a nuestros exes, es verdad que ya no podemos compartir más días con ellos.
Por otra parte, la culpa puede consumirnos si no se lleva por buen camino. Nos aferramos a la idea de no ser los “monstruos” que dejaron a quien nos amaba, a quien deseaba con toda su alma estar con nosotros. Por ahí dicen que “las buenas personas siempre quieren ser amigos de su ex”. Tal vez haya otra forma de ser buenas personas.
Por lo regular, cuando somos amigos de nuestra ex pareja, la relación se vuelve tensa. No saber qué decir o qué no decir, o cómo decirlo, es la ansiedad de todos los días. Los hilos son tan delgados que pueden cortarse en cualquier momento. El paso de pareja a amigo —o, a veces, a amante— puede ser una eterna humillación. Cada avistamiento del ex es una garantía de volver a encender la esperanza. No estas adquiriendo un amigo, sino un torturador involuntario.
La idea de ser amigos resulta un intento conmovedor de honrar lo mejor de una relación en la que ambos invirtieron mucho. Aunque sea difícil aceptarlo, los amantes no pueden simplemente desaparecer. Pero, ¿la amistad es siempre la respuesta? Tal vez no, y así lo confirma un estudio realizado en el 2000 por investigadores de la Universidad de Connecticut, el cual concluye que es muy probable que la amistad entre exes derive en emociones y conductas negativas.
La amistad con un o una ex no siempre es el memorial maravilloso de una relación. Quizás exista otra forma más honesta para uno mismo: la distancia civil. Guardar lo bello en un lugar donde siempre vivirá sin desesperanza, grietas ni ansiedad. En el lugar más seguro que existe, el más duradero: nuestra memoria.