En la Huasteca Potosina a la selva le crece un castillo silvestre. La construcción parece no haber sido supervisada por un arquitecto: presenta una disposición desordenada y libre que dialoga en la misma lengua que la vegetación de la zona. La tierra es fértil en columnas de estilos diversos que se confunden con los troncos de los árboles. Destacan las caprichosas torres adornadas de verde musgo, que acaricia las abundantes escalinatas que no llevan a ninguna parte y, sin embargo, desembocan en el cielo.
De una mente extravagante surgió la idea de que el verde selvático era el complemento ideal para el gris del concreto. El resultado de esta fusión remite a lo que uno se encontraría en un sueño. Y esto no es casualidad, el ambicioso proyecto arquitectónico cristaliza algunas locaciones de la imaginación de sir Edward James, el responsable de la creación de estos jardines surrealistas.
Edward Frank Willis James nació en Escocia el 16 de agosto de 1907. Fue el único hijo varón de una familia acomodada, que pasó su infancia en brazos de una nana y recibiendo visitas de la aristocracia inglesa. Según sus memorias, gastaba los ratos de ocio pensando en posibilidades que desafiaran a la realidad; al quedar huérfano siendo todavía muy joven, decidió utilizar su herencia para explotar estos intereses al máximo.
Durante sus primeras incursiones artísticas, James estuvo a cargo de una compañía de ballet; en ella conoció a la bailarina Tilly Losch, quien sería su esposa durante dos años. Deprimido tras el divorcio, optó por enfrascarse en otro tipo de proyectos. Así, por ejemplo, convirtió la cabaña de caza de su padre en un santuario de formas surrealistas: las tuberías parecían bambúes, la fachada fue pintada del color de las lavandas, y vaporosas sábanas de yeso colgaban perpetuamente de las ventanas para secarse. En el interior, la casa era igualmente exótica; una muestra de lo anterior es el tapete bordado con las huellas de los queridos sabuesos del propietario. Y cabe mencionar que en ese recinto albergó importantes piezas artísticas, como las primeras obras de Dalí. La casa también significó el génesis de su proyecto en Las Pozas, Xilitla.
El movimiento surrealista latía a la par que el corazón de James, como en una misma pieza musical, y aunque él afirmaba que no era parte de éste, se identificaba como un surrealista nato, dueño de una imaginación que creaba desde el inconsciente. Tenía una mente que gustaba de lo extraño, y debido a que no se sentía cómodo en los espacios a los que debía adaptarse, intentó adaptar éstos a su persona.
Retomando las imágenes de las remodelaciones hechas a la casa de su padre, es posible observar cómo transformó una finísima y tradicional vivienda en un hábitat propicio para su peculiarísima individualidad. Dicho proceso se repetía en cualquier lugar que decidiera trasladar a los terrenos de su fantasía. Cuando pasaba tiempo en la Ciudad de México, se hospedaba en el hotel Francis y traía consigo diversos animales; incluso llegó a rentar una habitación para unas cuantas boas. Tales acciones evidencian que más que una vida de obra artística, James tuvo una vida de transformación de espacios.
Edward James imaginó su propio Jardín del Edén. Cierto día, mientras viajaba por San Luis Potosí junto con su amigo Plutarco Gastelum, encontró que los ojos de agua y las cataratas cerca del pueblo de Xilitla eran el lugar más pintoresco, exuberante y fértil para levantar una vez más el paraíso. La primera idea de James fue plantar diversas flores —orquídeas, entre otras—, pero en 1962, tras una nevada, su jardín quedó quemado. Entonces decidió poner en esa tierra algo resistente a las temperaturas extremas y que, a su vez, conviviera con la vegetación. Sus primeras construcciones que asemejaban plantas y flores comenzaron de esta manera.
La vegetación de concreto exigió más varillas de las que se hubiesen presupuestado como necesarias. James no tenía las habilidades de un ingeniero y su única preocupación era que su obra se mantuviera en pie, así que bosquejaba y hacía planos burdos que después debían ser interpretados por sus trabajadores. Alrededor de ciento cincuenta hombres trabajaron en la construcción de estos jardines en distintos periodos del año.
Como resultado, cuarenta hectáreas se llenaron de las edificaciones surrealistas de James. Una casa se alza en tres pisos con huecos para que la vegetación sea libre de entrar, las flores de lis rodean un estrecho pasaje; en un palacio de bambú, se vive sin paredes; falanges y metacarpios se elevan en la tierra; los pobres y los ricos encuentran escaleras que los llevan al mismo cielo; un ojo es alberca para los peces, y en el iris James tomaba sus baños.
La flora de Las Pozas, al estar acompañada por las creaciones de un excéntrico, quedó para siempre fuera de nuestra realidad, en una fantasía incomprensible pero no por ello menos hermosa. El Jardín del Edén de sir Edward James responde únicamente a él, es un espacio hecho para su excentricidad, así que visitar Las Pozas equivale a pasar un rato fuera del mundo. De regreso en la vida cotidiana, uno recordará un sueño verde, un castillo muy hermoso, y a su rey, que ahí reposa su incomprendido espíritu surrealista.