
Para entender la diferencia entre magia blanca y negra, revisemos el último capítulo del Viaje a Ixtlán, de Carlos Castaneda —autor de bestsellers esotéricos y uno de los padres del New Age—, donde narra cuando uno de sus mentores, don Genaro Flores, realiza el viaje que da título al libro.
Tras un encuentro de proporciones épicas con un personaje de una realidad aparte, el cual lo hizo girar por los aires a una enorme altura, don Genaro se encontró en un camino muy alejado de Ixtlán, el pueblo donde vivía. En él empezó a encontrarse a una diversidad de personajes que le preguntaban adónde se dirigía y lo invitaban a unirse a ellos puesto que, decían, ellos también iban a Ixtlán y él caminaba en dirección equivocada.
Una pausa dramática en la narración de don Genaro obliga a Castaneda a preguntar si los había seguido. La respuesta fue rotunda: no, porque “no eran reales; lo supe de inmediato apenas se me acercaron; había en sus voces, en su amabilidad algo que los delataba, sobre todo cuando me pedían ir con ellos”.
Cuando Castaneda le pregunta por el final, don Genaro dice que aún está en camino a Ixtlán: “…en mis sentimientos pienso que estoy a un solo paso de llegar. Pero nunca llegaré. En mi viaje ni siquiera encuentro los sitios que conocía. Nada es ya lo mismo”. La gente a la que se refiere Don Genaro no provenía de otras realidades: era gente normal y cotidiana. Entonces, ¿por qué dice que no eran reales?
A veces, al emprender un camino de introspección y trascendencia, nos topamos con quienes formaban parte de nuestro círculo y que siguen en el mismo sitio donde los dejamos: mirando el futbol los domingos, tomando cerveza, riéndose de todo y sin mayor preocupación que llegar al día de pago.
Pero cuando se emprende el camino para cambiar, uno se aleja de todo eso para dedicar más tiempo al perfeccionamiento personal al punto que, casi inevitablemente, nos dirán “Ya no eres el de antes”, “Te volviste quién sabe cómo” y otras recriminaciones para hacernos regresar “al buen camino”.
En los cuentos de hadas, la magia negra es aquella que busca afectar a otras personas, dañándolas, forzándolas a hacer algo o inclinando sus decisiones a nuestro favor. Pero otra forma que toman los magos oscuros es la de aquellos que están felices con el estado de las cosas y, además, buscan que quienes aspirar a mejorar su vida de algún modo cambien de parecer.
Para eso, se valen de dudas —“¿Ayuno intermitente? Es pura moda, al rato vas estar más gordo”—, de reproches,— “Antes eras chido, cuando nos íbamos a chupar todos los fines de semana”— y de todo tipo de golpes bajos, como los cangrejos de la cesta sin tapa que no sólo eligen quedarse dentro de ella, sino que también jalan hacia adentro a los que intentan escapar.
Los brujos oscuros tratan que todo se quede como estaba desde hace dos o veinte años y miran con recelo a quien busca ir más allá y ser algo más y mejor, o emprende una búsqueda espiritual para sanarse. También hay brujas y brujos blancos, que tienen un genuino interés en ayudar a otras personas, que comparten su conocimiento desinteresadamente, que están para uno en ese momento y también están trabajando en su propia mejora.
A veces una sola palabra, una frase o una pregunta pueden ser un regalo increíblemente generoso. A Robert M. Pirsig, autor de Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta, le sucedió algo así cuando daba clases en la Universidad de Montana y una compañera le hizo una pregunta que, según dice en su libro, fue como si cristalizara todo lo que él venía pensando.
Así, quienes emprenden un camino espiritual deben estar atentos a la presencia de los brujos negros, seres que incluso sin ser conscientes de ello se aprovechan de nuestra buena voluntad para llevar agua a sus molinos y hacer un modus vivendi a costa de la disposición de la gente a creer en algo.
También están quienes prefieren que sigamos siendo los inconscientes de siempre y buscan la forma de sabotear nuestros esfuerzos. A veces no es fácil hallar el equilibrio entre la incredulidad paralizante y la ingenuidad victimizante, pero si prestamos atención a estos extremos, a la larga evitaremos disgustos y hallazgos desagradables.
También es menester prestar atención a posibles benefactores que están ahí, sin llamar demasiado la atención, con un bagaje de experiencias inconcebibles. Muchas veces basta con pedir su ayuda o intervención para que pongan a nuestra disposición sus mejores recursos, si es que perciben que nuestro interés es genuino.
He ahí la bondad que necesitamos en nuestras vidas para recobrar la magia que siempre debería existir…
