
Cualquier fanático de los libros, las películas y las series de ciencia ficción —y, me atrevo a decir, casi cualquier persona que haya vivido en el siglo XX o lo que va del XXI— reconoce al robot como uno de los personajes fundamentales de prácticamente cualquier narración futurista. Y como en este año 2021 el término llega a su centenario, vale la pena hablar de él.
En un artículo para The MIT Press Reader —la revista electrónica del prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts—, el profesor John M. Jordan refiere que la obra del checoslovaco Karel Čapek que dio al mundo tanto la noción de robot como la palabra en sí, se estrenó el 25 de enero de 1921 en Praga, y su nombre es R. U. R., acrónimo de Rossumovi Univerzální Roboti —algo así como “Los robots universales del doctor Rossum”.

La palabra robot, nos explica Jordan, deriva de la voz checa robota, que significa ‘trabajo forzado’, a menudo realizado por sirvientes; su raíz en lengua eslava es rab, que significa ‘esclavo’. Y de hecho, estos primeros robots de la historia no eran mecánicos o hechos de metal: se trataba de una especie de androides de materia orgánica elaborada sintéticamente.
Para el año del estreno, Čapek ya era reconocido en la escena intelectual de su natal Checoslovaquia. Como muchos otros hombres de su tiempo, vio los horrores de la Primera Guerra Mundial, con sus armas mecánicas y químicas, y —como muchos de nosotros ahora— desconfiaba de la idea de que los avances científicos y tecnológicos traerían una sociedad utópica de paz, bienestar y salud.
El doctor Rossum —que podría traducirse como “doctor cerebro”— crea esos hombres artificiales y representa el arquetipo del científico materialista que busca emular a Dios y, a la vez, declararlo obsoleto. Su invención, guiada por la ambición y la industrialización, termina deshumanizando a la sociedad, y las personas acaban comportándose, justo, como sus robóticas creaciones.
A exactamente cien años del estreno de R. U. R., sus ecos aún resuenan por todas partes. Tres décadas después, por ejemplo, Isaac Asimov publicó la colección de cuentos Yo, robot, en la que enuncia las leyes de la robótica:
- Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por su inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
- Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entran en conflicto con la Primera Ley.
- Un robot debe proteger la existencia en su misma medida para no autodestruirse en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.

En las décadas de 1960 y 1970, el cine y la televisión de ciencia ficción se encargaron de familiarizarnos con los robots, desde el robot B9 de Perdidos en el espacio —aquél que exclamaba: “¡Peligro, peligro, Will Robinson!”— hasta la servicial Robotina de Los Supersónicos. Y también veríamos híbridos a veces llamados androides, cyborgs o replicantes, como en Do Androids Dream of Electric Sheep? de Philip K. Dick, que inspiró la cinta Blade Runner (1982).

Hoy en día, la palabra robot está tan integrada al habla cotidiana que incluso suena un poco anticuada si se pone al lado de tecnologías como la inteligencia artificial o el machine learning. Pero, paradójicamente, a cien años de la obra de Čapek los robots de la vida real aún están muy lejos de compararse realmente con los humanos —sólo hay que ver bailar a las temibles máquinas de Boston Dynamics, o a la robot Sophia, a la que más de uno encontramos escalofriante.
Sin embargo, quizás el resabio que permanece más tiempo en el gusto es el que el checoslovaco plasmó en su obra seminal: la idea del robot como una metáfora de la experiencia humana ante el avance de la era industrial, en la que la dignidad de las personas se ve supeditada a la productividad y al consumo, en un mundo en el que, si dejamos que las máquinas hagan, piensen, elijan y trabajen por nosotros, perderemos los rasgos que nos distinguen como especie.
