Hace varios años mi padre sufrió un fuerte traumatismo craneal que gradualmente le produjo la pérdida total de la memoria temporal. Después del accidente, él únicamente lograba recordar con detalle el pasado. Sin embargo, al estar frente a sus hijos no los reconocía como suyos sino hasta que se le decía que lo eran, y terminaba olvidándolos de inmediato, quedando sumido en sus pensamientos.
Pero más allá de lo devastadora que fue esta condición para su calidad de vida —la cual expiró el 20 de enero de 2016—, asociada a la tensión que sufrió la familia, lo que llamó mi atención fue algo que le ocurrió durante las primeras fases de su lesión y que me llevó a pensar sobre lo intrincada y formidable que llega a ser la mente humana.
Se me ha dicho que cuando se encontraba en recuperación en el cuarto del hospital, no dejaba de observar como la habitación se convertía en un escenario repleto de tortugas, que no sólo se desplazaban por el piso, sino que ocupaban cada centímetro cuadrado de las paredes y hasta del techo.
Aunque no logro explicar por qué mi padre alucinó tortugas, me aventuro a imaginar, retomando la antigua idea de que las alucinaciones son experiencias integradas en la cultura, poseedoras de gran significado y cuyo contenido transmite mensajes sobre el sujeto o el mundo, que tal vez estos animales le recordaban su niñez en la jungla yucateca, a sus cinco hijos que estudiaron una carrera profesional relacionada con la biología y las ciencias del mar o, simplemente, porque eran reptiles que le gustaban y provocaban admiración.
Más allá de lo que yo suponga o quiera creer, los científicos nos dicen que las alucinaciones visuales, además de asociarse con los defectos de la visión, crisis convulsivas, estados inducidos por drogas, así como enfermedades cerebrales vasculares, infecciosas, inmunológicas y degenerativas, también son producidas por tumores y lesiones cerebrales. Además, es posible que la viveza, la duración, la percepción, la originalidad y el contenido de la alucinación posea algún valor diagnóstico. Así, se ha establecido que las alucinaciones visuales de animales están asociadas con la patología del lóbulo temporal —situado detrás del área de la sien—, precisamente la sección dañada del cerebro de mi padre.
Podría tratar de clasificar su alucinación como un tipo de imagen surrealista —imaginaria e irracional—, que me trae a la memoria el curioso y extravagante capítulo 168 de Los Simpson, titulado en español como “El viaje misterioso de nuestro Homero” —“The Mysterious Voyage of Homer”.
En el mencionado episodio, Homero come unos chiles que le provocan alucinaciones y lo hacen suponer que se encuentra en un desierto de cuyo suelo emerge una tortuga. El quelonio le indica que lo siga a una gran pirámide, a la que Homero sube y desde ahí divisa a su esposa. Este viaje místico de Homero, además de servirle para cuestionar su relación matrimonial con Marge, es una referencia de los creadores de la serie animada a los libros del desaparecido escritor Carlos Castaneda, un icono de la espiritualidad en los años setenta del siglo pasado y autor de la serie de libros sobre las enseñanzas del brujo yaqui Don Juan Matus.
La alucinación de mi padre también fue evocada en mi mente cuando me topé con una feria itinerante. En ella, además de los múltiples juegos mecánicos, observé un puesto decorado con luces multicolores y un gran cartel que anunciaba la presencia de un museo del horror. En este museo, además de la exhibición de “bestias” deformes dentro de frascos llenos de formol, se encontraba una gran tortuga.
La imagen del animal, que se encontraba dentro de una enorme pecera, era sumamente inquietante y perturbadora, ya que se trataba del caparazón de una tortuga, precedido por la cabeza de una mujer. Según lo pregonaba la persona que estaba al cuidado de la mujer-tortuga, ésta había caído en tan desgraciada condición mutante por haber desobedecido a sus padres.
Finalmente, aunque mi visión de la tortuga fue pasajera, me permitió dar un pequeño vistazo a la condición que experimentó mi padre dentro de su fantástico y angustiante mundo alterado.
Como acotación, no hay estudios o registros de casos clínicos que relacionen el consumo de chiles picantes con la aparición de alucinaciones, como le ocurrió a Homero. Sin embargo, existen alimentos picantes, como el jengibre azul, que pueden inducir leves alucinaciones visuales si se les consume en exceso.