Así como el jaguar, el tiempo está agazapado y en cualquier momento nos cae encima. Hay prisa por encontrar a esa mujer que vive en medio de la noche.
Buen camino llevamos, pero la selva, como la vida, es impredecible. Sin embargo, no venimos hasta aquí para hallar el fin, sino para bien recorrer los mil senderos. Caminamos sin registrar el tiempo, pero hemos visto a la vida brotar de los cuerpos de agua y las semillas, o extinguirse entre caminos luminosos.
De golpe, cayó la noche y, como el jaguar, ostenta oscuridad y luminosidad en la piel; elegancia y ferocidad. Cuánta belleza hay en este manto de estrellas.
El encuentro con la mujer fue repentino. Su conjuro tuvo efecto. Pensé que sus ojos eran la Luna, pero eran sólo gotas de mercurio. Mil secretos vi en su mirada, era un alma vieja con recuerdos de batallas, rituales y seres alados protectores.
Fui para recibir los regalos de su magia, yo quería curarme del aturdimiento del razonamiento, pero me narcoticé con su relato y su belleza. Y los eternos días circulares sólo rumiaban el recuerdo bello de sus pupilas labradas con historias.
Germinó la confusión y detrás de mí ya estaba el resplandor, ¿era la Luna o era ella? Mujer Espejo. Eran ambas incitándome al ritual eterno de reencontrarme, dentro de mí, sí, pero además como parte del cosmos.
Ha cantado cientos de melodías la mujer, ¿o quizá fue el viento?, y trazado tantos caminos en el claro de luna que ya no sé qué escuchar ni hacia dónde mirar. No sé, no sé nada. Todo sucede en desorden. Su brebaje de raíces desató el viaje.
Íbamos mi sombra, mi historia de vida y yo, convencidos de encontrar la transmutación en su heptagrama y la paz entre sus manos, pero con sus cantos sólo encontramos intensa introspección, incertidumbre, mas también fascinación.
¿Jilguera, quetzal o soprano, bruja, alquimista, chamana, curandera o embustera? No dejes de cantar, que en ello está tu esencia y las vibraciones para regresar a nosotros mismos. Con tu canto te liberas y nos guías.
—Kerigma: “Vienen mejores tiempos, encuéntrate en el clan, como semilla de la tierra, como sustancia universal”, dijo ella. Su canto sigue, nos lleva y trae, como silbido en las montañas donde el eco se niega a perecer.
—Largo fue el camino hasta aquí, Mujer Luna, ahora me tienes frente al fuego, con mi sombra inquieta, haciendo sortilegios y esperando despertar. Comparte más historias, tus viajes astrales y sueños premonitorios. No pares tu cantar.
—Muchas cosas has visto en tu trance, te di brebajes y esperanza, y los bebiste en un sólo sorbo, pero no comprendiste lo esencial. Regresa al delirio y despójate de la razón, porque sin corazón, la mente no es más que una pregunta eterna.
No paré el intento de acallar el ruido que genera la razón. Me llevó tres vidas. Si mi pensamiento insistía en aparecer, el frío me acariciaba con su espada de hielo, y si yo escuchaba a mí corazón, el calor me abrazaba con la fuerza de los soles.
—Oráculo es este sitio donde me incitas al silencio. Mujer Luna, Mujer Espejo.
Pitonisa fuiste al adormecerme con infusiones de raíz y al enseñarme que la razón es fría y la emoción es cálida, y que con igual temperatura se equilibra la balanza.
Querías grabar en las rocas de mi armadura racional los símbolos de liberación y los cincelaste con el corazón, y ahora con el corazón los leo.
Reto irresoluble era entenderlos, hasta que me despojé de razones, teorías, vergüenzas y sentencias. Tu canto era calor y tú silencio era frialdad. Fue plan del universo cruzar nuestros caminos.
Se hace tarde. Quédate, me decía el corazón; huye, me decía la razón. Permanecí, absorto en la noche del jaguar, en cuyas fauces fui despojado del peso de la roca de Sísifo para ser retribuido con la ligereza que regala el seguir a la intuición.
Tú mujer, eras la noche, con tu delgadez extrema, pero con ambiciones de infinito y facetas alarmantes: bella, oscura, silenciosa, misteriosa, peligrosa, dual.
Un movimiento tuyo, repentino, concretó tu fuga. Dio paso a otro amanecer en que la muerte de la razón ya no da miedo, porque hay gigantes meditabundos limpiando los caminos con sahumerios.
Vimos, mi sombra, mi historia de vida y yo, cómo te alejabas, en la penumbra del adiós. Cuarto menguante era tu fase y dejabas tu rastro tatuado en nosotros tres.
Wagner dijo. “Soy aficionado de los seres inferiores del abismo, de los que están llenos de anhelo”. Y del abismo me levanté con tus melodías. Melómana, bruja.
¡Xibalbá!, debió ser el inframundo maya en tu sonrisa y el supramundo en tu conciencia. Mujer dientes de estrella, cabellos de cascada fresca que revienta en tus hombros espigados. ¡Desperté, desperté! Te vas mujer y no eres espejismo.
Yo estaba aturdido por el sueño aún. La presencia de la Mujer Noche era angustiosa, pero lloré por su partida, por el anhelo irresoluble de su cuerpo.
Zarpazo del jaguar en mi rostro. ¡Esto es real, me duele! No desperté del sueño de esta noche, deserté del sueño mundano de las falsas glorias materiales. La Mujer Noche no es onirismo y en mis brazos de amanecer porto ahora la materia sutil, esa de la que la razón nos distrae mientras dormimos. Emprendo el camino otra vez, con mi sombra y mi historia de vida; ahora tengo pelaje y es moteado. Hay prisa por encontrar a esa mujer que vive en medio de la noche y canta a las estrellas.